En 30 de noviembre de 1465, Enrique IV concedió a la Villa el primer título de honor de Muy Noble y Muy Leal, queriendo premiar su adhesión durante el período de turbulencias y banderías.
Carta de Enrique IV concediendo a la Villa de Madrid los títulos de «noble y leal» y otras mercedes
Don Enrrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Toledo, de Gallizia, de Córdoua, de Murcia, de Jahén, del Algarue, de Algezira, de Gibraltar e señor de Viscaya e de Molina, por hazer bien e merced a vos el concejo e justicia, rregidores, caualleros, escuderos, oficiales e omnes buenos de la mi Villa de Madrid, e acatando los muchos e buenos e leales e continuos seruicios que me avedes fecho e hazedes de cada dia, e queriendo vos rremunerar en alguna parte de aquellos, de mí çierta çiençia e propio motuo e poderío rreal absoluto de que quiero vsar e vso en esta parte commo Rey e soberano señor, non rreconoçiendo superior en lo temporal, es mi merced e voluntad e quiero e mando e tengo por bien que de aqui adelante e para siempre jamás vos la dicha Villa ayades y tengades titulo de nobleza e lealtad e vos nonbredes e yntituledes la noble e leal Villa de Madrid.
E otrosy, por quanto yo soy ynformado que la çibdad de Toledo e los sus alcaldes tienen juridiçión de conoscer de las apelaciones que antellos van de los alcaldes e justicia desta dicha Villa, e porque mi merced e voluntad es de ennoblecer e esentar la dicha Villa e vecinos e moradores della, por ende, de la dicha mi cierta ciencia e propio motuo e poderío rreal absoluto, vos hago libres e esentos de la dicha juridición de la dicha çibdad e alcaldes della, e quiero e es mi merced e voluntad e mando que de aqui adelante, para syenpre jamás, non ayan apelación de los alcaldes e justicia desta dicha Villa para la dicha cibdad o alcaldes e justicia della en ceuil ni en criminal, nin seades tenidos a seguir apelación en la dicha cibdad, nin yr a los llamamientos que para ello vos fueren fechos; e por vos hazer más merced, es mi voluntad e mando e quiero, que agora e de aquí adelante, para syenpre jamás, vos los dichos rregidores seades mis alcaldes de alçadas en la dicha Villa e su tierra, e la primera apelación sea para ante vosotros e de vosotros para ante mi e ante los del mi consejo e oydores de la mi abdiencia e chancillería, e que vosotros podades oyr e determinar por via de apelación e de segunda ystancia todos los pleitos ceuiles e criminales que ante vos venieren, asy aviendo asystente o corregidor en la dicha Villa, commo aviendo alcaldías hordinarias della; e porquel dicho oficio de alcaldía de alçadas pueda ser mejor rregido e governado, es mi merçed e voluntad e mando que vos los dichos rregidores vsedes del oficio en esta guisa:
Que cada año por el dia de San Miguell de Setienbre quando se eligen los otros oficiales de la dicha Villa, vos los dichos rregidores, juntos en vuestro concejo los que a la sazón vos juntaredes a la elecion de los oficios de la dicha Villa el dicho día, echedes suertes entre todos treze rregidores, asy presentes commo avsentes, y sean sacados y elegidos, por las dichas suertes dos de vosotros los dichos rregidores, e aquellos dos regidores a quien cayere por las dichas suertes vsen del dicho ofiçio el dicho año e non entren en las suertes del año venidero, e que en este año echedes suertes por los dichos ofiçios... que vos fuere presentada esta mi carta, e vsen del dicho oficio e se comience el exerçicio del este dicho año que asy fueren elegidos e nombrados por las dichas suertes; e asy en cada año por el dicho dia de San Miguell de Setienbre se echen las dichas suertes e caygan cada año a dos de los dichos rregidores, e los que cayeren en vn año, non entren en las dichas suertes hasta ser conplido todo el numero de todos los dichos rregidores de la dicha Villa, e leyendo conplido todo el dicho número de todos los dichos rregidores, se torne en cada año de nuevo a echar las dichas suertes entrellos en la manera suso dicha; e quiero e mando quel dicho oficio de alcaldía de alçadas, puedan vsar los dichos rregidorres por sy mismos o por sus lugarestenientes e puedan lleuar e lleuen todos los derechos e salarios al dicho oficio de alcaldía de alçadas perteneçientes, segund e por la forma que se vsa e lieua en el alcaldía de alçadas de la dicha çibdad de Toledo; lo qual todo e esta merced que vos yo fago es mi merçed e mando que vos valan para agora e para sienpre jamás, non enbargantes cualesquier leyes e fueros e derechos e premáticas sanciones que en contra desto sean, o ser puedan en qualquier manera, e non enbargante que esta dicha merced que vos yo hago en perjuizio de tercero. Ca mi merçed es de priuar de la dicha juridiçion que por mi tiene la dicha cibdad e los alcaldes della en las dichas alçadas e vos hazer plenaria e entera merçed della en la manera que dicha es, en remuneración de alguna parte de los seruicios que me auedes fecho e façedes e por causas justas que a ello me mueven; e de la dicha mi çierta çiençia e propio motu dispenso con las dichas leyes e fueros e derechos e vsos e costunbres e estilos e premáticas sanciones que en contrario dello sean o puedan ser, e los arrogo e derogo en quanto atañe e atañer puede, e suplo qualesquier defectos, asy de sustançia commo de solepnidad que neçesario sean de se suplir para validación e corroboración desta dicha merced que vos yo hago; e quiero e mando que vos vala e sea firme para sienpre jamás [e] que ninguna nin algunas personas non vos la quebranten nin alienten de vos la quebrantar, so pena de la mi merced e de diez mill maravedís para la mi cámara, e demás, que los enplazedes para ante mi a la mi corte que parezcan a vos conplir de derecho desde el dia que con esta mi carta fuesen enplazados hasta quinze días, so la dicha pena, a dar rraçon por qué non cunplen mi mandado. E los vnos nin los otros non fagades nin fagan ende al.
Dada a treynta días del mes de novienbre, año del nasçimiento de nuestro Saluador Ihesu Christo de mill e quatroçientos e sesenta e çinco años. Yo el Rey. Yo Joan de Oviedo, Secretario de nuestro Señor el Rey la fiz escriuir por su mandado. Registrada, Chanciller.»
MILLARES CARLO, Agustín: "Índice y extractos de los Libros de Cédulas y Provisiones del Archivo Municipal de Madrid (Siglos XV-XVI)".
Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, año VI, núm. 23, pp. 295-296.
Ayuntamiento de Madrid, 1929.
Casa y Torre de los Lujanes. Grabado de 1843 |
ENRIQUE IV DE CASTILLA
Enrique IV de Castilla (Valladolid, 5 de enero de 1425 – Madrid, 11 de diciembre de 1474 ) fue rey de Castilla desde 1454 hasta su muerte en 1474. Algunos historiadores le llamaron despectivamente Enrique el Impotente. Era hijo de Juan II y de María de Aragón, y hermano de padre de Isabel, que se proclamó reina a su muerte, y de Alfonso, que le disputó el trono en vida.
Enrique IV en la Plaza Mayor de Salamanca |
Enrique nació en la desaparecida Casa de las Aldabas de la calle Teresa Gil de Valladolid. Al nacer, Castilla se encontraba bajo el control de Álvaro de Luna, que intentó controlar las compañías y educación de Enrique. Entre los compañeros de su juventud se contaba Juan Pacheco, que sería su hombre de confianza. Las luchas, reconciliaciones e intrigas por el poder entre los diversos nobles, el condestable Álvaro de Lunay los Infantes de Aragón serían una constante.
En abril de 1425, tres meses después de su nacimiento, Enrique sería jurado como Príncipe de Asturias. Así mismo el 10 de octubre de 1444 se convierte en el primer, y único, príncipe de Jaén. En 1445 riñó laBatalla de Olmedo (1445), en la que saldría derrotado el bando de los Infantes de Aragón.
Tras la victoria de Olmedo el poder de Álvaro de Luna se debilitaría, ganando influjo el bando del príncipe Enrique y Juan Pacheco. Para contrarrestar la política de Juan II de Navarra, apoyaron a su hijo Carlos de Viana, heredero de Navarra, que se había sublevado contra su padre en 1450 al negarse éste a cederle el trono de Navarra. La privanza de Álvaro de Luna acabaría con su arresto y ejecución en 1453.
Retrato de Enrique IV por Alonso del Arco |
El 20 de julio de 1454 fallecía Juan II; al día siguiente Enrique era proclamado rey de Castilla.
Una de sus primeras preocupaciones fue la alianza con Portugal, que se materializó en 1455 casándose en segundas nupcias con Juana de Portugal y con el encuentro de Elvas con Alfonso V de Portugal, en abril de 1456. Otra de sus preocupaciones era suprimir las posibilidades de intervención del rey Juan II de Navarra, estableciendo paces con Francia y con Aragón, y concediendo el perdón a varios nobles. Enrique convocó las cortes en Cuéllar para lanzar una ofensiva contra el Reino de Granada. Las campañas entre 1455 y 1458 se desenvolvieron como una guerra de desgaste, a base de incursiones de castigo, y evitando enfrentamientos campales, pero no fue popular entre la nobleza y el pueblo. Juan Pacheco, marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, se encargaron de las decisiones del gobierno, pero el rey incorporó nuevos consejeros como Miguel Lucas de Iranzo, Beltrán de la Cueva o Gómez de Cáceres, para compensar ese influjo.
En 1458, falleció el rey Alfonso V de Aragón, sucediéndole su hermano, el rey Juan II de Navarra, quien reanudó sus injerencias en la política de Castilla apoyando a la oposición nobiliaria a favor de las ambiciones de Juan Pacheco. Éste, con el apoyo del rey, emprendió acciones para apoderarse del patrimonio de Álvaro de Luna, pero su viuda se alió con el clan de los Mendoza y con ello, nació el descontento entre la nobleza. El proceso dio lugar a la formación, en Alcalá de Henares, de una Liga nobiliaria en marzo de 1460, en la que plantearon una mayor presencia nobiliaria, control de los gastos, y la aceptación del medio hermano del rey, Alfonso de Castilla, como príncipe de Asturias.
Enrique IV reaccionó invadiendo Navarra en apoyo de Carlos de Viana, entonces en guerra contra su padre el rey de Navarra y de Aragón. La campaña fue un éxito militar, pero el rey castellano pactó con la Liga nobiliaria en agosto de 1461 para conjurar el poder de los Mendoza, lo que podía permitir a Juan II de Aragón intervenir en Castilla. Sin embargo, Juan II de Aragón se encontraba en conflicto en el Principado de Cataluña, y a la muerte de su hijo Carlos de Viana, la Generalidad eligió como soberano al rey castellano el 11 de agosto de 1462. La intervención de Enrique IV quedaba enmarcada en la rivalidad contra Juan II de Aragón, y debido a ello Cataluña debía quedar como un punto inestable dentro de la Corona de Aragón. Pero Enrique IV, a falta de éxitos y perjudicada la economía castellana por la enemistad de Francia, que apoyaba a Juan II de Aragón por el Tratado de Bayona (1462), se avino a un arreglo en la sentencia de Bayona, que supuso el abandono de los catalanes.
Enrique IV de Castilla (miniatura de un manuscrito del viajero alemán Jörg von Ehingen, hacia 1455) |
En 1440, a la edad de 15 años, en una ceremonia oficiada por el cardenal Juan de Cervantes, se celebró el matrimonio del príncipe Enrique con la infanta Blanca de Navarra, hija de Blanca I de Navarra y de Juan II de Navarra. Este matrimonio había sido acordado en 1436 como parte de las negociaciones de paz entre Castilla y Navarra. La dote de la novia incluía territorios y villas previamente navarros pero ganados por el bando castellano durante la guerra, de tal forma que los castellanos entregaban lo que luego recibirían en calidad de dote.
En mayo de 1453, el obispo de Segovia Luis Vázquez de Acuña declaró nulo el matrimonio de Enrique y Blanca, atribuyéndose a una impotencia sexual de Enrique debida a un maleficio. Se reflejaban así los cambios políticos habidos: el apoyo desde 1451 a Carlos de Viana en su pugna contra Juan II de Aragón por el trono navarro; y la ejecución de Álvaro de Luna en mayo de 1453, que dejó a Enrique con un mayor dominio sobre Castilla. Enrique alegó que había sido incapaz de consumar sexualmente el matrimonio, a pesar de haberlo intentado durante más de tres años, el periodo mínimo exigido por la Iglesia. Algunas mujeres, prostitutas de Segovia, testificaron haber tenido relaciones sexuales con Enrique, por lo que la falta de consumación del matrimonio se atribuía a un hechizo. Se alegó "impotencia perpetua" de Enrique, aunque relativa a sus relaciones con doña Blanca. Blanca y Enrique eran primos, al igual que también era primo de doña Juana de Portugal, con la que deseaba casarse. Seguramente por ello, el razonamiento usado para pedir la nulidad fue que algún tipo de encantamiento le impedía consumar el matrimonio, no teniendo tal problema con otras mujeres. El papa Nicolás V corroboró la sentencia de anulación en diciembre de ese mismo año, en la bula Romanus Pontifex y proporcionó la dispensa pontificia para el nuevo matrimonio de Enrique con la hermana del rey portugués.
El cronista Alonso de Palencia, uno de los detractores de Enrique, escribió que el matrimonio había sido una farsa y acusaba a Enrique de despreciar a su esposa y de intentar que cometiese adulterio para poder así tener descendencia. Según el cronista, Enrique llegaría en los últimos años de su matrimonio a mostrar el “más extremado aborrecimiento” a su esposa y a mostrarse indiferente ante las “estrecheces” que ésta pasaba. Sin embargo, Blanca llegó a renunciar en 1462 a sus derechos al trono de Navarra a favor de Enrique, al que invocaría como protector, en contra de su propio padre, Juan de Aragón.
El alejamiento de Aragón lleva a un acercamiento a Portugal. Y en marzo de 1453, antes de firmarse la nulidad con Blanca, ya hay constancia de que se negociaba el nuevo matrimonio de Enrique con Juana de Portugal, hermana del rey Alfonso V de Portugal. Las primeras capitulaciones matrimoniales se firmaron en diciembre de ese año, aunque las negociaciones fueron largas y no se firmaron las capitulaciones definitivas hasta febrero de 1455. Según los cronistas de la época, Juana no aportó dote al matrimonio y no devolvería lo recibido en tanto el matrimonio no se hiciese efectivo. Lo largo de las negociaciones y estas concesiones podrían interpretarse como una debilidad de Enrique por los rumores sobre su impotencia. La boda se celebró en mayo de 1455, pero sin acta notarial ni una bula concreta que autorizara la boda entre los contrayentes, que eran primos segundos. El 28 de febrero de 1462, la reina tuvo una hija, Juana, cuya paternidad se vio cuestionada durante el conflicto por la sucesión por la corona.
Juana la Beltraneja |
Ante el nacimiento de su hija, el rey Enrique convocó Cortes en Madrid, que la juraron como princesa de Asturias. Pero el conflicto con la nobleza se reanudó cuando Juan Pacheco, marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, fueron desplazados del poder por Beltrán de la Cueva. Esto produjo una alteración de las alianzas: los Mendoza pasarían a apoyar al rey, y Pacheco instigó la reactivación de la Liga nobiliaria para eliminar la influencia de Beltrán de la Cueva, apartar a Juana de la sucesión y custodiar a los hermanos del rey para emplearlos como instrumentos políticos, para ello se emprendió una campaña de deslegitimación del monarca, poniendo en duda la paternidad de su hija, de la que decían que era hija de su nuevo favorito, de ahí que se refririeran a ella como la Beltraneja. En mayo de 1464 se constituyó la Liga en Alcalá de Henares pidiendo el control de los hermanos del rey, a los que se referían como legítimos sucesores del reino.
A la Liga se le fueron incorporando grandes linajes nobiliarios, e incluso el rey Juan II de Aragón. En septiembre la oposición nobiliaria redactó un manifiesto en Burgos, en el que vertían acusaciones e injurias contra el monarca, como que favorecía a judíos y musulmanes, perjudicaba a los nobles en beneficio de gente de baja extracción social, a lo que se añadían impuestos excesivos, y sobre todo se responsabilizaba a Beltrán de la Cueva de los males del reino; se exigía que Alfonso (de 11 años), el hermano del rey, fuera reconocido como heredero, y fuese educado por Juan Pacheco, y la salida de la Corte de Beltrán de la Cueva, con lo que de este modo Juana quedaba como ilegítima. El rey cedió a las exigencias de la Liga y se avino a negociar. El 25 de octubre, en las vistas de Cigales fue alcanzado un acuerdo, y Enrique claudicó ante las exigencias de la nobleza: Alfonso fue entregado a Juan Pacheco y fue jurado como heredero el 30 de noviembre, con la condición de que se casase con Juana. Juan Pacheco recuperó su poder, Beltrán de la Cueva fue alejado de la corte y Alfonso recuperó el maestrazgo de Santiago. La Liga no terminó sus reivindicaciones, y acordaron designar una comisión arbitral designada entre los nobles y el rey para decidir la futura gobernación del reino.
El 16 de enero de 1465 se dictó la Sentencia arbitral de Medina del Campo, con el rey debilitado por la ausencia de Miguel Lucas de Iranzo y de Beltrán de la Cueva. Sus capítulos incluyen una serie exhaustiva de medidas de gobierno, como la organización de las cortes, la justicia a aplicar a los nobles, el control de las ferias, los nombramientos de cargos eclesiásticos, medidas contra musulmanes y judíos, etc. Enrique no acepta las medidas y el 27 de abril del mismo año sus adversarios proclaman rey a Alfonso. El 5 de junio siguiente se ratificó la proclamación con una ceremonia llamada Farsa de Ávila. Alfonso tenía entonces la edad de 11 años. Se levantan así dos ejércitos pero las acciones militares se intercalan con las negociaciones: Enrique hace concesiones a sus partidarios e intenta ganarse a sus adversarios. Como parte de estas negociaciones se ofrece el matrimonio de la infanta Isabel con Pedro Girón, aunque éste moriría antes de que pudiese celebrarse la boda. Los nobles se enfrentaban además entre ellos y las ciudades y villas revivieron a las Hermandades con el fin de intentar imponer un cierto orden. Dentro del desorden general, hubo abusos por parte de las hermandades, y ataques a conversos. En 1467, tenía lugar la segunda batalla de Olmedo entre partidarios y adversarios del rey, de la que salió favorecido. Sin embargo, perdió Segovia, sede del tesoro real y una nueva tentativa de acuerdo lo llevó a entregar a su esposa Juana como rehén, lo que más tarde lo perjudicaría al argumentarse luego que la reina había quedado nuevamente embarazada durante su cautiverio.
Fotograma de la serie Isabel, escenificando el encuentro entre Enrique e Isabel en Guisando para negociar el fin de la guerra |
El 5 de julio de 1468, sin embargo, muere Alfonso, que había reinado unos 3 años. Para los que no aceptaban a Juana como heredera, la sucesión pasaba entonces a Isabel. Puesto que ambas eran mujeres, cobró fuerza la acusación de ilegitimidad contra Juana. Isabel rechazó tomar el título regio, sino el de princesa, y el rey Enrique, ante la conducta de la reina, se avino a negociar. En 1468, Enrique e Isabel firmaron un acuerdo, el Tratado de los Toros de Guisando, por el que Enrique declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio, y las distintas facciones de la nobleza renovaban su lealtad al rey. La razón esgrimida para dejar a la infanta Juana de lado no es su condición de hija de otro hombre, sino la dudosa legalidad del matrimonio de Enrique con su madre y el mal comportamiento reciente de ésta, a la que se acusa de infidelidad durante su cautiverio. Enrique debía divorciarse de su esposa, según el tratado, pero no llega a iniciar los trámites. Enrique trató el matrimonio de Isabel con Alfonso V, rey de Portugal, procurando el matrimonio de la infanta Juana con algún hijo de Alfonso. Pero Isabel se casó en 1469 en secreto en Valladolid, con Fernando de Aragón, hijo del rey de Aragón, con lo que el rey Enrique consideró violado el tratado y proclamó a su hija Juana como heredera al trono en Val de Lozoya, jurando públicamente que era hija legítima, que retornó al rango de princesa y a la que se debía buscar un matrimonio en consecuencia.
El reino cayó en la anarquía, el rey dejó de gobernar pactando como un noble más. Isabel y Fernando cosechaban más adhesiones como garantes del restablecimiento del orden. En noviembre de 1473, Andrés Cabrera, mayordomo del rey y alcaide del alcázar de Segovia pudo organizar un acuerdo de reconciliación entre el rey y su hermana, para evitar que Juan Pacheco se hiciera con el control del tesoro del alcázar de Segovia. Entre finales de diciembre y comienzos de enero de 1474, el rey se entrevistó con Isabel y con Fernando y aunque hubo cordialidad, no se llegó a un acuerdo de paz, en el que Isabel sería la heredera. El rey cayó enfermo, y ante acusaciones de envenenamiento, los interlocutores se separaron. Mientras Isabel permanecía en Segovia, el rey pasó el resto del año prácticamente en Madrid bajo la custodia de Juan Pacheco.
Juan Pacheco murió en octubre de 1474, y el rey lo siguió en diciembre del mismo año. Fernando del Pulgar relató así el acontecimiento:
E luego el rey vino para la villa de Madrid, é dende á quince días gele agravió la dolencia que tenía é murió allí en el alcázar á onze dias del mes de Deciembre deste año de mil é quatrocientos é setenta é quatro años, a las once horas de la noche: murió de edad de cinqüenta años, era home de buena complexion, no bebía vino; pero era doliente de la hijada é de piedra; y esta dolencia le fatigaba mucho a menudo.Crónica de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón
Poco después comenzó la Guerra de Sucesión Castellana entre los partidarios de Isabel y los de Juana, la hija de Enrique.
El testamento del rey desapareció. Según Lorenzo Galíndez de Carvajal, un clérigo de Madrid custodió el documento y huyó con él a Portugal. Al final de su vida, la reina Isabel tuvo noticia del paradero del testamento y ordenó que se lo trajeran. Fue encontrado y llevado a la corte pocos días antes del fallecimiento de la reina, en 1504. Siempre según Galíndez de Carvajal, que fue testigo de la muerte de la reina, unos decían que el testamento fue quemado por el rey Fernando mientras que otros sostenían que se lo quedó un miembro del consejo real.
Enrique IV yace enterrado en el panteón real del Monasterio de Guadalupe, en Cáceres.
La cuestión de si Enrique era realmente impotente y de la paternidad de Juana no está en absoluto zanjada. Los testimonios que afirman que sí era capaz de mantener relaciones sexuales pueden tildarse de partidistas, mientras que su impotencia fue pregonada por sus detractores, que veían en ella señales de que no podía gobernar correctamente. El cronista Fernando del Pulgar reitera con insistencia la condición del rey. Explica, por ejemplo, que sus opositores le acusaban con los siguientes argumentos:
(...) habían maculado su persona real, diciendo que no era hábile para reynar, y que era hombre efeminado, y que había dado de su voluntad la Reyna su muger á su privado Beltran de la Cueva, á quien hizo Duque de Alburquerque, cuya hija afirmaban que era aquella Doña Juana, y que era odioso á la justicia, y distribuia el patrimonio real á sus privados, y á quien ellos querian con gran prodigalidad y disolucion, y que era embuelto en luxurias y vicios desordenados y otras cosas feas; y que no solo las habian dicho, mas aun las escribieron por sus letras al Papa, y las publicaron por toda la Cristiandad.Crónica de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón
Muerto Alfonso, preferido a Isabel por su condición de varón, sus partidarios se pasaron al bando de Isabel. Al ser ambas mujeres, la legitimidad de Isabel como heredera requeriría la ilegitimidad de Juana. En tiempos más recientes el debate continúa, pues Isabel cuenta aún con numerosos partidarios, llegándose a impulsar un proceso de beatificación en su nombre.
A Enrique se le ha achacado impotencia y homosexualidad y se le ha acusado de forzar las relaciones de su esposa con otros hombres. Incluso algunas fuentes incluyen la forma en que habría dejado embarazada a la reina, mediante una precoz técnica de inseminación artificial utilizando una cánula de oro (per cannam auream), y otras descripciones físicas que permitieron a Gregorio Marañón realizar su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (Madrid 1930), que diagnosticó al rey de displasia eunucoide con reacción acromegálica, y que en la actualidad se define como una endocrinopatía, posiblemente un tumor hipofisario, manifestando litiasis renal crónica, impotencia, anomalía peneana e infertilidad, además de caracteres psico-patológicos.
También en su época se atribuyó a Enrique el ser homosexual, en la obra de su detractor Alonso de Palencia y en poesías satíricas. Alonso de Palencia le acusa además de maurofilia, que asocia a la homosexualidad. Sin embargo, Alonso de Palencia acusa también de homosexualidad a Juan II de Castilla, padre de Enrique y de la propia Isabel la Católica, y de adúltera a su madre, la reina María. También se acusaba de homosexualidad a Álvaro de Luna y otros personajes notables de la corte, lo que hace sospechar que este tipo de acusaciones eran usuales en campañas de desprestigio. Gregorio Marañón, basándose en la obra de Alonso de Palencia habla también de la homosexualidad de Enrique, aunque llega a la conclusión de que no está probada.
Finalmente, tanto la "Crónica Castellana" como la de Alonso de Palencia hablan de “amantes” del rey, entre las que se cuentan Catalina de Sandoval, Guiomar de Castro y Beatriz de Vergara. Si bien suelen añadir que los amores eran “vanos” no deja de extrañar que un rey impotente buscase amoríos que podrían ponerlo en evidencia.
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