Felipe tenía 41 años y era ya viudo cuando en 1646 muere el príncipe Baltasar Carlos, su único y legitimo hijo varón - puesto que tenía otros muchos no legítimos - y por lo tanto el que estaba destinado a ocupar el trono. Considera entonces el rey que es el momento de buscar esposa y dar a España un nuevo heredero y como era habitual en los Austrias, se fija en su sobrina Mariana. El embajador español en Viena, D. Diego de Aragón, realiza las gestiones matrimoniales y mediante procuradores se realiza la boda en Viena en noviembre de 1648. La ya reina de España llegó a su nuevo país por el puerto de Denia, Alicante, durante el mes de agosto del siguiente año pero no se encontró con su esposo hasta el mes de octubre en Navalcarnero, donde se celebró la misa de velaciones.
Plaza Mayor en el Siglo XVII |
De esta unión nacieron varios hijos, pero únicamente dos alcanzaron la edad adulta: la infanta Margarita Teresa, posteriormente Emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico por su matrimonio con el emperador Leopoldo I en 1666; y el futuro Carlos II. Al fallecer su esposo en 1665, Mariana se convirtió en regente del reino durante la minoría de edad de su hijo. Figura más que influyente en su gobierno habría de ser su confesor, el padre Juan Everardo Nithard, que encontró la fuerte oposición de Don Juan José de Austria, único hijo natural reconocido de Felipe IV y enemigo acérrimo de Mariana.
España se vio involucrada al poco tiempo en la guerra de Devolución (1667–1668) con Luis XIV de Francia, tras la que se firmó el tratado de la paz de Aquisgrán en 1668. Fernando de Valenzuela sustituyó a Nithard en el favor de la reina en 1673. Sin embargo, aquel mismo año Mariana sufrió un rudo golpe al recibir la noticia de la muerte de su hija, la emperatriz Margarita Teresa, en Viena. Dos años más tarde, en 1675 la regencia llegó a su fin a debido a la mayoría de edad de Carlos II, pero Mariana siguió influyendo bastante en su débil hijo, salvo durante el período comprendido de 1677, en que Juan José de Austria se hizo con el poder y la confinó en Toledo, hasta 1679, fecha de la muerte de éste.
Sus últimos años fueron especialmente difíciles debido, entre otras cosas, a sus frecuentes peleas con su segunda nuera, Mariana de Neoburgo. Asimismo, la muerte de su nieta María Antonia de Austria, esposa del elector Maximiliano II Manuel de Baviera, en 1692 fue un terrible golpe para ella; sin embargo, el único hijo sobreviviente de la pareja, el príncipe José Fernando de Baviera, se convirtió en uno de los pocos consuelos que Mariana tuvo durante sus últimos años de vida. A principios de 1693 escribía desde el Palacio del Buen Retiro las siguientes palabras al elector Maximiliano Manuel acerca del pequeño José Fernando: «Quiera Dios conservarlo para consuelo de Vuestra Alteza y mío, porque llevo a ese niño dentro del corazón, por ser lo único que me ha quedado de mi hija».
No mucho tiempo después, a Mariana se le diagnosticó cáncer de pecho. Ésta fue la causa de su muerte, ocurrida el 16 de mayo de 1696 en Madrid». Un testigo, el Barón de Baumgarten, describió los sucesos en los siguientes términos:
...estaba todo el cuerpo sin descomponerse y la carne de la cara y las manos tan intacta como si Su Majestad acabase de morir; todo el traje y el manto, que era de tafetán de seda, estaba en tan buen estado como si se hubiese acabado de hacer. Su Majestad el Rey en persona me instó a que lo mirase y tocase todo para que pudiese dar cuenta detallada a Vuestra Majestad Imperial. No se notaba tampoco el menor olor. Se estudian ahora todos los milagros que sucedieron a la muerte de Su Majestad, y me han asegurado que cuando Su Majestad se iba a morir pidió que no la abrieran ni embalsamaran. Pero como Su Majestad el Rey dispusiera que se hiciese y los médicos y cirujanos abriesen la camisa para hacer la operación, enrojeció súbitamente el rostro del cadáver, con lo cual se asustaron tanto los médicos y cirujanos, que cayeron de rodillas y pidieron a Su Majestad que los perdonara, porque lo habían hecho por orden del Rey, con lo que, después de abrirla, se volvió a poner pálida la cara.
Más de tres años después, durante el otoño de 1699 el embajador austríaco en Madrid, Conde Harrach, acompañó a los reyes a pasar una temporada en El Escorial y cuenta que, aprovechando la ocasión, se decidió cambiar algunos féretros de lugar. El rey Carlos II mandó que abrieran el féretro de su madre y poco tiempo después Harrach escribió una carta al emperador Leopoldo relatando lo que vio:
Miércoles 16, a las doce menos cuarto de la noche, en el instante mismo en que se hacía más visible el eclipse de luna, falleció la Reina, en las casas de Uceda, donde vivía. A las cuatro de la mañana se abrió el testamento, y después se expuso el cadáver en el estrado. Al domingo siguiente lo trasladaron a El Escorial con la pompa de costumbre. Según pudo ver mucha gente, al sacar el cadáver de la caja mortuoria una paloma estuvo revoloteando buen rato. Una monja que ha servido en el cuarto de la Reina difunta, al tener noticia de su muerte, pidió un recuerdo de ella, y le dieron una de las camisas de noche de Su Majestad. Esta monja, paralítica desde que entró en el convento, metió la camisa en su cama, y a la mañana siguiente amaneció completamente curada.
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