lunes, 17 de noviembre de 2014

17 Noviembre 1843 se inaugura oficialmente el Monumento a Felipe IV frente al Palacio Real

El Monumento a Felipe IV fue levantado a instancias de la reina Isabel II en la primera mitad del siglo XIX, si bien su pieza más relevante, la estatua ecuestre del rey Felipe IV, data del siglo XVII.



Ésta se debe al escultor Pietro Tacca, quien la realizó en Italia utilizando un diseño de Velázquez y con el asesoramiento científico de Galileo Galilei para asegurar su estabilidad. Contó también con la colaboración del escultor Juan Martínez Montañés, autor del busto del monarca que, al igual que el diseño de Velázquez, se envió de Madrid a Florencia.



Se trata de una obra maestra de la estatuaria ecuestre, no sólo por su calidad artística, sino también por sus características técnicas. Es la primera escultura a caballo del mundo en la que éste se sostiene únicamente sobre sus dos patas traseras, y discretamente también sobre su cola. La obra consigue su difícil equilibrio gracias a un calculado estudio de los puntos de apoyo y la distribución de los pesos.



El conjunto se completa con un pedestal, adornado con diferentes grupos escultóricos, y dos fuentes, elementos de menor interés artístico. Fueron realizados en el siglo XIX, dentro del contexto de las obras de construcción de la Plaza de Oriente.




El monumento fue inaugurado oficialmente el 17 de noviembre de 1843, un año antes de que Narciso Pascual y Colomer diseñara el trazado definitivo de la plaza, cuyo contorno fue articulándose a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.

Plaza de Oriente en 1853

Descripción Histórica

Felipe IV (1605-1665), Rey de España entre 1621 y 1665, hijo de Felipe III y Mariana de Austria; se casó con Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia, y más tarde con su sobrina Mariana de Austria, de quien nacería Carlos II, aunque tuvo otros hijos naturales, como Juan José de Austria, nacido de su relación con la actriz apodada “La Calderona”. 

Retrato de Felipe IV por Velázquez. 1656

Durante su reinado pretendió devolver a la monarquía la reputación perdida y restaurar su poder junto a su valido el Conde-Duque de Olivares. También él, como sus predecesores en el trono, quiso ser inmortalizado mediante un retrato especial a caballo, que la corte ya había contemplado en la figura de su padre Felipe III –primero en la Casa de Campo y finalmente en la Plaza Mayor–; y este anhelo dotaría a España de uno de los modelos más admirados de la historia de la escultura, convirtiéndose –como en su momento la de Marco Aurelio o las de los “condottieri” Gatamelatta y Coleone, realizadas respectivamente por Donatello y Verrocchio– en un referente clásico del retrato ecuestre cuyo éxito fue inmediatamente seguido por otros escultores para glorificación de sus monarcas, cruzando incluso el mar para exaltar las glorias de los héroes americanos hasta nuestros días.

Gaspar de Guzmán. Conde-Duque de Olivares

En 1634, el conde–duque de Olivares solicitó a Sorano, embajador en Madrid del Gran Duque de Toscana Fernando II, el regalo de una estatua ecuestre del Rey para instalarla en los jardines del palacio del Buen Retiro, que se inspiraría en un retrato –hoy perdido– pintado hacia 1628 por Pedro Pablo Rubens, y que sólo conocemos por una copia anónima –con la cabeza repintada por Velázquez– que se conserva en la florentina Galleria degli Uffizi, donde vemos al rey montando un caballo en corveta, esto es, apoyado en las patas traseras con las manos levantadas, que muestra grandes similitudes con la escultura finalmente realizada. 

Palacio del Buen Retiro con la escultura de Felipe IV

La obra se encargó al escultor toscano –de Carrara Pietro Tacca (1557-1640), quien, para poder ejecutarla, solicitó en verano de 1635 que se le enviase un segundo retrato del monarca con los diseños del traje y armadura, que fue despachado rápidamente desde Madrid y que algunos autores identifican con la copia del retrato ecuestre ejecutado por el sevillano Diego de Silva Velázquez (1599–1660) para el Salón de Reinos ese mismo año, que se conserva en la galería del Palazzo Pitti de Florencia y que perteneció a la hija de Tacca; complementándose el envío con un busto expresamente realizado para este fin por el escultor –jienense de Alcalá la Real, pero afincado en Sevilla– Juan Martínez Montañés (1568–1649), que fue llamado a la capital probablemente por intermediación del propio Velázquez, que lo retrató en el momento de modelarlo. Sin embargo, la primera maqueta a tamaño natural de la escultura escuestre presentada por Tacca en otoño de 1636, todavía seguía el diseño de la de Felipe III –con el caballo al paso–, que él mismo había realizado entre 1606 y 1611. 

Martínez Montañés diseñando el boceto de Felipe IV

Pero Olivares insistió en su instrucción primera, por lo que Tacca emprendió la realización de un nuevo boceto con el caballo levantado, para el que –según Baldinucci– contó con la colaboración del físico Galileo Galilei, que se encargaría de resolver el delicado estudio de contrapesos que harían posible el difícil equilibrio de la figura, y que estaba ya terminado en septiembre de 1637, realizándose la fundición del caballo en marzo de 1639; aunque poco antes, el 10 de diciembre de 1638, la Corte española fue informada de que para modelar la cabeza el escultor solicitaba el envío de un nuevo retrato del rey, pero esta vez descubierto, que fue ejecutado por Velázquez y entregado en Florencia el 27 de enero de 1640. 

Galileo Galilei por Justus Sustermans en 1636

La escultura terminada salió hacia el puerto de Livorno el 26 de septiembre de 1640, un mes justo antes de la muerte de Tacca, siendo desembarcada en Cartagena en marzo de 1641 por el hijo y ayudante del artífice, el también escultor Ferdinando Tacca (1619–1686), que venía acompañándola para reparar los daños que pudiese sufrir en el traslado y ayudar al montaje en Madrid, aunque por la falta de liquidez de la Corona española –que no podía afrontar ni los gastos del transporte–, hasta el 10 de junio de 1642 no llegó a la capital. 
Por desgracia, y a pesar de las precauciones tomadas, la falta de parecido del retratado obligó a que Ferdinando tuviese que remodelar la cabeza realizada por su padre bajo la atenta supervisión del príncipe Baltasar Carlos, que visitó su taller y dio su aprobación; siendo erigida por fin en su definitivo emplazamiento sobre un sencillo pedestal frente al Jardín de la Reina el 29 de octubre de 1642, poniendo en venta la producción de frutas y verduras de las huertas del Retiro para sufragar los gastos. 

Plaza de Oriente en 1820

Tras la muerte de Felipe IV y durante la minoría de edad de Carlos II, ostentó la regencia su madre, Mariana de Austria, que asesorada por su consejero Fernando de Valenzuela y para reafirmar la continuidad dinástica, encargó en 1675 al nuevo maestro mayor de las obras reales José del Olmo, encargado de terminar la fachada sur del antiguo Álcazar, que subiera la escultura de Tacca a lo alto de la misma para coronar el frontispicio sobre la puerta principal, donde permaneció hasta que el 2 de abril de 1677 –tras la caída en desgracia de Valenzuela y Del Olmo, la retirada a Toledo de la reina, y el ascenso de Juan José de Austria– Carlos II decidió devolverla a su emplazamiento original.

Aprovechando para bajarla el mismo andamio utilizado para subirla, que se volvió a instalar bajo la dirección del aparejador primero Bartolomé Hurtado, aunque el fuerte viento retrasó el final del montaje hasta el 19 de mayo de 1577, bajándose al día siguiente la figura del rey y la silla “en tres piezas” que se introdujeron por una ventana en el palacio, donde permanecieron hasta el 24 de mayo, cuando amainó el viento y se pudo proceder al descenso del caballo, que se llevó al Retiro ese mismo día, sacándose los ”barrotes de yerro” que se utilizaron para afianzar las maromas de los tornos empleados, “con tanto cuydado y especialmente los dos de la barriga, que apenas se conoce, y en poniéndole la silla no se percibirá diferencia alguna”. 

Este hecho, junto al descontento del pueblo dio lugar a unos pasquines que decían: 

“¿A que vino el Señor Don Juan? / A bajar el caballo y subir el pan”; 
“Pan y carne, a quince y once / como fue el año pasado / 
Con que nada se ha bajado / sino el caballo de bronce”. 


Juan de Austria, atribuido a Pantoja de la Cruz

Con el tiempo el jardín de la reina terminó conociéndose también como “del cavallo de bronze”, pues la estatua permaneció en el mismo lugar hasta que reinando ya Isabel II se trasladó –en sólo tres horas– a su actual ubicación de la Plaza de Oriente, donde se instaló entre el 16 y el 17 de noviembre de 1843 –el primer día el caballo y el segundo el jinete– coronando una monumental fuente diseñada por el arquitecto e ingeniero barcelonés Juan Merlo Fransoy, con la colaboración de los también ingenieros Fernando Gutiérrez, y Juan de Ribera Piferrer, cuya planta figura dibujada en el proyecto de ordenación de la plaza que firmaron conjuntamente el 10 de junio de 1842 atendiendo un encargo de la Intendencia de la Real Casa del año anterior, aunque el 3 de marzo de 1843 se les solicitó algunas rectificaciones antes de confiar el diseño definitivo al arquitecto palatino Narciso Pascual y Colomer, que en su propuesta de 1844 mantuvo sin apenas variaciones los jardines centrales en torno a la estatua ecuestre que habían proyectado aquéllos y que debían estar prácticamente acabados, pues la verja de hierro bronceada que los rodeaba ya estaba instalada en diciembre del año anterior. 

Narciso Pascual y Colomer

Aunque el monumento está fechado en 1844, sólo en abril de 1845 los ingenieros citados informaron de que se habían colocado en la fuente todas las restantes piezas decorativas realizadas por el Primer y Segundo Escultor de Cámara de la reina: el riojano –de Soto de Cameros– Francisco Elías Vallejo (1782–1858), que modeló los leones de bronce, la alegoría del río Manzanares y el bajorrelieve de “Felipe IV otorgando a Velázquez el hábito de Santiago”, y el cordobés José Tomás (1795–1848), que labró la figura del río Jarama y el relieve alegórico de “La protección de las Artes y las Letras bajo Felipe IV”; corriendo los modelos de hojas de los pilones laterales a cargo del valenciano Francisco Bellver Collazos (1812–1890); mientras que la obra de fábrica la ejecutó el cantero Jaime Lois. 




Ya en su nueva ubicación inspiró al poeta romántico Juan Eugenio Hartzenbusch –el célebre autor de “Los Amantes de Teruel”–, su fábula en verso editada en 1850 y titulada “El caballo de bronce”, que principia: “Niños, que de seis a once, tarde y noche alegremente, jugáis en torno a la fuente del gran caballo de bronce que hay en la plaza de Oriente…”, donde narra como al desmontar el caballo para trasladarlo, se descubrió que su interior estaba lleno de esqueletos de pajarillos que entraban por un hueco de la boca y ya no podían salir. 

Copia de Felipe IV por Rubens

En 1927, la plaza sufrió una nueva remodelación realizada siguiendo un proyecto del arquitecto mayor de Palacio y Sitios Reales, Juan Moya Idígoras, que eliminó la verja circundante y varió la disposición de las estatuas de la serie de los Reyes que rodean el grupo central. 

Plaza de Oriente en 1939

Diez años después, durante la Guerra Civil de 1936 a –1939 fue protegido, probablemente bajo las ordenes de Teodoro Anasagasti Algán (1880–1938), como arquitecto Jefe de la Oficina Técnica del Servicio de Socorro de Bombardeos; sufriendo el impacto de un proyectil que sólo dañó el revestimiento protector. 

Plaza de Oriente en 1920

En 1940, los arquitectos Manuel Muñoz Monasterio y Rodolfo García –Pablos González –Quijano idearon una nueva reforma de la plaza que se ejecutó entre 1941 y 1943, variando otra vez la posición de las estatuas circundantes y recreciendo el pedestal del monumento, en el que sustituyeron las tazas superiores –gallonadas y en derrame– de las fuentes laterales por otras similares a las inferiores pero de menor tamaño ,sobre las que instalaron sendas máscaras –similares a las de los pilones laterales de agua potable– bajo las preexistentes alegorías de los dioses fluviales. Asimismo modificaron los bancos laterales, que pasaron de apoyarse sobre tres “patas” a ser macizos, elevando seis peldaños las plataformas en que se asientan.

Pietro Tacca fue ayudante y discípulo de Giambologna desde 1592, ocupándose de realizar algunos de los encargos que éste recibió en su vejez, como la propia estatua de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid, que aunque sigue el modelo establecido por su maestro en la escultura ecuestre de Cosme de Médici en Florencia, fue realizada casi íntegramente por Tacca, incluido el modelo previo a escala reducida; siendo esta estatua de Felipe IV la última obra monumental que salió de su taller.

Detalle estatua de Felipe III en Plaza Mayor

El florentino Ferdinando Tacca sucedió a su padre como escultor y arquitecto de corte de Fernando II, y aunque se conocen diversas estatuas de su mano, a partir de 1650 orientó su carrera hacia la decoración, la escenografía y la arquitectura teatral.

Escultura de Felipe IV vista de frente

El peso de la obra fue de 18.000 libras y su coste de 40.000 doblones, su equilibrio está resuelto con una ingeniosa solución de vigas de acero ocultas en la masa de la escultura y ancladas al basamento, con el espesor de la fundición variable desde la cabeza, muy fina, hasta los apoyos, prácticamente macizos de los cuartos traseros y la cola.


Configuración


El monumento a Felipe IV se compone de un elevado pedestal rectangular, coronado por la escultura ecuestre, y rodeado por otros cuatro pedestales de menor tamaño que nacen en diagonal de las esquinas del primero, sobre los que reposan otros tantos leones de bronce: dos firmados ELIAS y un tercero FRANCO ELIAS/ AÑO 1844; mientras que en el cuarto se lee el sello del fundidor CODINA HNOS / MADRID. 






Se crean así cuatro ámbitos diferenciados, ocupados a Norte y Sur por sendas plataformas elevadas delimitadas por una escalinata con nueve peldaños y dos barandillas de hierro, que acogen cada una dos bancos de piedra caliza y una fuente mural, con pilón en forma de naveta decorada con hojas, alimentada por el agua que brota de una máscara –una femenina tocada con flores al Sur, sobre la que se dispone un grupo de trofeos militares, y otra masculina coronada por pámpanos y racimos de uvas al Norte, sobre la que se ve un cojín con hojas de laurel y palmas –símbolos respectivos de la gloria y la victoria– y un cetro o bastón de mando, pues falta la corona real que antaño remataba el conjunto. Los otros dos costados, a Este y Oeste, están ocupados por sendos pilones semicirculares que recogen el agua que cae en cascada de dos tazas voladas superpuestas, alimentadas por el chorro que brota de sendas máscaras similares en todo a las antes descritas –la femenina a Occidente y la masculina a Oriente–, y las personificaciones de los ríos Jarama y Manzanares, representados como dos ancianos desnudos coronados de hojas y frutos: el primero, que mira hacia Palacio, se recuesta sobre un cántaro del que mana el líquido y que intentan alcanzar dos niños pequeños que simbolizan sus dos principales afluentes: Henares y Manzanares; mientras que el segundo, hacia el teatro Real, descansa sobre una masa de vegetación palustre bajo la que brota el agua, quedando el ánfora simbólica arrinconada en la parte trasera. 




En el centro de esta construcción se sitúa el pedestal propiamente dicho, como un prisma rectangular de dos cuerpos y cornisa con entablamento de roleos, decorado con dos bajorrelieves alusivos al reinado de Felipe IV: el septentrional, firmado FRANCO ELÍAS AÑO 1844, representa al monarca sentado en su trono y vestido con manto real y capa de armiño, condecorando con la cruz de Santiago a Velázquez, que se arrodilla ante él en presencia de diversos personajes de la Corte que observan la escena; y el meridional, que se atribuye a José Tomás, reproduce una alegoría de la protección del rey a las Artes y las Letras, con una figura central ataviada al modo clásico y tocada con corona almenada que representa a España, y que sostiene la trompeta de la Fama en la mano izquierda mientras eleva la derecha para colocar una corona de laurel –símbolo de la gloria– sobre las sienes de Pedro Calderón de la Barca, que se arrodilla ante ella, distinguiéndose junto a él a Francisco de Quevedo y detrás las figuras del Padre Juan de Mariana –escribiendo sentado en el libro de su Historia– Bartolomé Esteban Murillo y Juan Martínez Montañés; mientras que en el extremo derecho aparece la personficación de la Astronomía sentada junto a un globo celeste, la Literatura con un libro, la Escultura sosteniendo un medallón con la efigie de Felipe IV, la Música con una lira, etc., bajo el templo de la Inmortalidad que se recorta contra el horizonte. Los costados restantes del pedestal presentan sendas lápidas de mármol inscritas con letras de bronce, que rezan, la frontal: PARA GLORIA DE LAS ARTES / Y ORNATO DE LA CAPITAL / ERIGIO / ISABEL SEGUNDA / ESTE MONUMENTO,  y la posterior: REINANDO / ISABEL SEGUNDA / DE BORBON / AÑO DE / 1844.

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