miércoles, 26 de noviembre de 2014

26 Noviembre 1950 Rita Hayworth y su marido el príncipe Alí Kan llegan a la ciudad


Su productor Samuel Bronston aterrizó en Madrid con el objetivo de convertir la ciudad en un segundo Hollywood.

Rita Hayworth

Era el tiempo en que España se transformó en un enorme plató en el que venían a filmarse las superproducciones de Hollywood que, al no poder llevarse las regalías que producían sus películas aquí por disposiciones legales, trasladaban sus rodajes a la península y amortizaban así sus costes. En España, por otra parte, encontraban profesionales de primer nivel y todas las facilidades con que podían soñar. Así se hizo familiar el desfile de estrellas que encabezaban los elencos y, de paso, servían para lavar la cara del régimen fascista ante el mundo.


Claudia Cardinale, John Wayne y Rita Hayworth en el Estanque del Retiro

En 1963, Samuel Broston, ese extraño personaje que quiso fabricar aquí su particular imperio hollywoodense y terminó arruinado (aunque después de filmar películas como “El Cid”, “La caída del imperio romano” o “55 días en Pequín”), se embarcó en una aventura de dimensiones gigantescas, el rodaje de “El fabuloso mundo del circo”. El director fue Henry Hathaway y los protagonistas principales: John Wayne, Claudia Cardinale y Rita Hayworth. El filme se rodó en escenarios de Barcelona, Madrid, Chinchón y Aranjuez.


Samuel Broston durante el rodaje de El Cid

La vida de Rita Hayworth (Nueva York, 1918-1987) está unida a España desde su nacimiento. Su verdadero nombre era Margarita Carmen Cansino; su padre, Eduardo Cansino, primo del escritor Cansinos Assens, fue un bailarín andaluz nacido en Castillejo de la Cuesta cerca de Sevilla, y su madre, Volga Hayworth, una bailarina del famoso grupo Ziegfields Folies, de origen irlandés. Rita comenzo su carrera a los trece años bailando junto a su padre y llegó a Hollywood integrando el Spanish Ballet. Sus primeras incursiones en el cine fueron gracias a la mediación de un español, el prestigioso compositor, José Iturbi. Pronto su belleza atrajo la atención y se sucedieron papeles secundarios en los que se hizo notar: “Sólo los ángeles tienen alas”, de Howard Hawks; “Una dama en cuestión”, de King Vidor, y, especialmente, “Sangre y arena”, la adaptación de la novela de Blasco Ibáñez, dirigida por Robert Mamoulian en 1941, en la que encarna a la españolísima Doña Sol. Su carrera ya estaba encaminada, como actriz y como bailarina ya que junto a Fred Astaire encandila a medio mundo en “Desde aquel beso” y “Bailando nace el amor”.

Gilda


Pero su gran momento, el que la lanza definitivamente al Olimpo, surge en 1946 cuando filma “Gilda”, el filme más escandaloso de su tiempo, junto a Glen Ford, dirigida nuevamente por Vidor.
“Nunca hubo una mujer como Gilda” decía la publicidad en grandes letras. Y, por una vez, la publicidad no mentía. Después siguieron filmes, muchos, entre ellos otro de tema español, “Los amores de Carmen”, pero ninguno logró aquél impacto. Para colmo se casó con Orson Welles que pretendió transformarla en musa de intelectuales en “La dama de Shangai”. El matrimonio duró poco, aunque le dejó una hija, Rebeca. Lo volvió a intentar con un multimillonario jeque, el Ali Kham, con quien tendría otra hija, Yasmine y un nuevo divorcio. El alcohol, en cambio, fue su fiel compañero. A él se le atribuyeron sus primeros síntomas de una enfermedad que hizo poco a poco su aparición, el Alzheimer.



Rita Hayworth en 1977

Rita Hayworth cayó en un semicoma en febrero de 1987. Murió unos meses más tarde, el 14 de mayo de 1987, a los 68 años de edad a causa de la enfermedad de Alzheimer en su apartamento de Manhattan. Un servicio fúnebre para Hayworth se llevó a cabo el 19 de mayo de 1987, en la Iglesia del Buen Pastor, en Beverly Hills. Los portadores del féretro incluidos los actores Ricardo Montalbán, Glenn Ford, Don Ameche y coreógrafo Hermes Pan. Fue enterrada en el cementerio de Santa Cruz, Culver City.





Rita Hayworth, el mito

A partir del estreno de su obra icónica, Gilda, Rita Wayhorth empezó a captar todas las miradas. Símbolo erótico por los hombres, costó que olvidaran la imagen dónde ella sensualmente, retiraba su guante. Esta escena fue considerada como peligrosa por la Iglesia católica. Estimada y criticada por dos partes de la sociedad, despertó todo tipo de polémicas. Una de las otras escenas más recordadas del film es cuando le propinaba una dolorosa bofetada su compañero de reparto Glenn Ford, y que se quedaría impregnada en la retina de todos los espectadores de la época. En la película interpretaba canciones como «Put the blame on Mame» y «Amado mío» y sus contoneos la confirmaban como una sex symbol de la época dorada de Hollywood y una bomba sexual. De hecho, su nombre fue el elegido para poner a la primera bomba atómica controlada de Estados Unidos. El estilo de femme fatal que irradía a Gilda, con aquel vestido –ya todo un clásico- tan ceñido, los guantes, y sus populares pitillos hicieron todo un icono de estilismo del momento y todavía vuelven ahora como moda. La actriz llegó a afirmar: «los hombres se van a la cama con la Gilda y se despiertan conmigo». Los productores y directores que reclamaban la estrella, se preocupaban de que este éxito la persiguiera por siempre jamás y cómo es habitual en el proceso de mitificación, desplegaron una espectacular campaña publicitaria de la actriz, pero sobre todo del personaje. Empezó a ser portada de numerosas revistas, productos, anuncios y carteles. Este fenómeno llegó a tal punto que incluso se pidió una expedición a los Andes para enterrar una copia del film y que se conservara en caso de que hubiera un posible desastre nuclear. Después de meses y meses de publicidad, aquel público dividido, ya no lo estaba. Todo el mundo hablaba de ella. Gilda ya no sólo era una película, era un símbolo, algo con que todos los americanos de la época habían aprendido a convivir e idolatrar. Había nacido una marca y un mito, que después de prácticamente setenta años, sigue patente.



Más información sobre el Imperio de Samuel Bronston en Madrid en el siguiente enlace: 

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