Cuando se cumple ahora 163 años
del intento de regicidio y posterior ejecución del cura Merino, los análisis
históricos que se están llevando a cabo refuerzan la tesis de que el Gobierno
moderado de Bravo Murillo aprovechó la coyuntura para reforzar la imagen de la
reina, ya entonces bastante deteriorada. «Mi celebridad se quedará en las
estamperías», aseguró Martín Merino días antes de ser ejecutado en la capital
de España por regicida. Este sacerdote nacido en Arnedo y apodado el cura
Merino intentó asesinar a la reina Isabel II, pero su puñalada sólo pudo herir
a la hija de Fernando VII. Muchos quisieron ver en su atentado una conspiración
contra la Corona, pero él siempre lo negó.
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Atentado en Atocha
El 2 de febrero de 1852 Martín
Merino acudió a la madrileña iglesia de Atocha con un puñal oculto bajo el
hábito talar. La reina Isabel II acudía a misa por primera vez tras alumbrar a
su la infanta Isabel de Borbón, conocida popularmente como ‘La Chata’ y dar
gracias por tan venturoso parto, pues sus dos anteriores hijos habían muerto.
Fue al salir del oficio cuando Merino, uno más de los sacerdotes que pululaban
por el lugar, se inclinó ante ella como si fuera a entregarle algún documento.
Por sorpresa, el cura lanzó a la reina una puñalada que bien pareciera mortal
de necesidad y sólo la actuación de la comitiva real impidió que el agresor le
asestara otra cuchillada. La Reina cayó de espaldas, al tiempo que el coronel
de alabarderos Manuel de Mencos se hacía cargo de la princesa recién nacida
para protegerla. Esto le valió más tarde recibir el título de marqués del
Amparo, que le fue concedido el 2 de septiembre de ese mismo año. El gesto
instintivo de protegerse con el brazo y las consistentes ballenas que armaban
el corsé de Isabel II, amortiguaron la puñalada y dejaron en herida leve un
golpe que pudo ser más grave.
Ilustración del cura Merino intentando asesinar a Isabel II |
El cura Merino fue detenido de
inmediato, juzgado de forma sumaria y condenado a muerte. En los apuntes
jurídicos de su causa ya se decía que «entre los papeles que le encontraron
tenía uno con el epígrafe de La Conciencia, discurso de oposición al partido
Narváez, que entre otras cosas decía que la declaración de la mayoría de S. M.
envolvía la burla más sangrienta contra el Estado».
Martín Merino |
Se trata del libro La Conciencia,
páginas escritas por el regicida Merino y publicadas por su abogado defensor,
en la Imprenta de Miguel González, en 1854. El propio abogado afirmaba en el
preámbulo de este opúsculo de 23 páginas que «las personas que entonces gobernaban
la Nación no permitían que se hablase de Merino, su solo nombre los aterraba,
así lo comprendimos, y por eso abandonamos nuestro propósito (…). Hoy las
circunstancias han cambiado completamente, ya nadie se asusta de nombres». De
hecho, el defensor sólo publicó la obra tras el triunfo de la Revolución en
España, en 1854, conocida como la Vicalvarada y que puso fin al mandato de
Narváez.
Intento de regicidio |
Fue entonces cuando se supo que
uno de los motivos que impulsaron a Merino a atentar contra la Reina fue el
«indigno» fusilamiento de Martín Zurbano. «Los siglos venideros mirarán como
una aficción mitológica la sangre de un padre regando las cenizas de sus hijos,
todos bañados voluntariamente en su propia sangre para crear el trono, de cuyas
órdenes hicieron los ministros viniese su exterminio: no estaba aún cometida la
falta y castigada con la muerte de los hijos, cuando los mayores enemigos de la
reina sacrificaron a Zurbano que pudo ser culpable, pero nunca digno del fin
que tuvo poco honroso por cierto para el reinado de Isabel II».
Isabel II como condesa de Barcelona. Atribuido a Laurent y Minier, Juan. 1860 |
Muerte a los enemigos
En realidad, el cura Merino
contra quien quería atentar era contra Narváez, pero dadas las medidas de
seguridad en torno al presidente del Gobierno, volcó su ira hacia Isabel II,
curiosamente más desprotegida. A Ramón María Narváez no le había temblado el
pulso con sus enemigos, entre ellos el héroe de Varea. Como ejemplo, su frase
más famosa: «No puedo perdonar a mis enemigos, porque los he matado a todos».
Ajusticiamiento de Martín Merino con el sistema del Garrote Vil |
Mucho se habló de si Merino era,
en realidad, la punta de lanza de un complot contra la monarquía, alentado por
el propio duque de Montpensier, el gran conspirador. Fue «hijo de rey, cuñado
de reina, padre de reina, mortífero duelista y eterno conspirador, fracasó en
su empeño de sentarse en el trono de España», afirma el profesor Calvo Poyato.
También se habló de una conjura masónica. Pero siglo y medio después no hay
prueba alguna. «Señores, voy a decir la verdad como la he dicho toda mi vida.
No voy a decir nada ofensivo contra la Reina. El acto que he preparado es un
acto exclusivamente de mi voluntad y no tengo cómplices, y sépase que ninguna
conspiración ha tenido connivencia ni conexión conmigo», declaró Merino en el
juicio.
Isabel II y “Paquita”
Desde el momento que accedió al
trono, la imagen de la reina Isabel II comenzó a deteriorarse rápidamente: el
pueblo había salido muy harto del reinado de su padre, Fernando VII, y de la
posterior guerra civil entre isabelinos y carlistas; el matrimonio entre Isabel
y su primo Francisco de Asís –al que la gente motejaba como “Paquita”- iba de
escándalo en escándalo, al igual que los escarceos amorosos de la exregente
María Cristina; la reina había dejado hacer de su capa un sayo a los moderados,
no sólo desde un punto de vista de represión política sino, también, con una
gestión que frenaba el librecambismo que imperaba en Europa.
Retrato de Isabel II por José Galofre y Coma |
La oportunidad de tocar la fibra
del ciudadano de a pie, manipulando la imagen de una joven madre herida nada
más bautizar a su hija por un loco, no fue desaprovechada por el jefe de Gobierno,
Bravo Murillo. La propaganda oficial se encargó de airear el suceso y de
colocar a Isabel II como víctima, buena madre, amante esposa y excelente
gobernadora. De hecho, cuando en 1854 la revolución conocida como “La
Vicalvarada” derrocó el Gabinete moderado, la reina aguantó sobre su trono y no
fue hasta la segundo intentona de 1868 hasta su derrocamiento definitivo.
Nacido en Arnedo
Martín Merino y Gómez había nació
en Arnedo en el año 1789. De niño ingresó en la orden franciscana, hábitos que
abandonó en 1808 para participar en la Guerra de la Independencia contra la
invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte. Tras la contienda, retomó los
hábitos y llegó a ser ordenado sacerdote. A causa de sus ideas liberales en
contra del Rey Fernando VII, se ve obligado a escapar a Francia en 1819 aunque
regresó un año después cuando triunfó la revuelta de Riego.
Tras la caída del Trienio Liberal
y la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, Merino fue encarcelado, hasta
que logró huir y exiliarse de nuevo en Francia. Allí permaneció durante once
años como párroco de una localidad próxima a Burdeos. De regresó a España,
instaló su residencia en Madrid, siendo designado capellán de la iglesia de San
Sebastián. En el año 1843 ganó una importante suma de dinero en la Lotería, lo
que le llevó a practicar la usura. Pero el negocio no fue bien y perdió toda su
fortuna, amancebado con más de una criada vivió sus últimos años preparando la
conspiración contra Narváez y que culminó con el ataque a Isabel II.
Cinco días después del atentado
contra la joven monarca Isabel II, Martín Merino sufrió la pena capital: murió
ajusticiado a garrote vil, su cadáver fue quemado y aventadas las cenizas. En
realidad, y aunque para su incineración se esgrimieron razones más cercanas a
la superchería que a la jurisprudencia, la verdad -como casi siempre- era más
simple. «Para evitar que nadie sustrajera ninguna parte del cadáver con el
pretexto de estudio y para que no quedase recuerdo alguno del regicida se
dispuso en Consejo de Ministros que Martín Merino fuese quemado en una pira
funeraria en el mismo cementerio junto a la fosa común y sus cenizas fueran
dispersadas en ésta», explica el profesor Reverte Coma.
Los avances científicos
registrados en Europa y, sobre todo en la vecina Francia, donde habían sido
analizados por equipos científicos multidisciplinares los cráneos de famosos
asesinos y malhechores, abrieron el debate médico en España sobre la necesidad
de inspeccionar los restos del regicida.
Para saber más...
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