El Pasaje de Matheu (denominado antes como Pasaje Comercial La Equidad) es una calle de Madrid, ubicada en el centro de la ciudad. Es perpendicular a la Calle de Espoz y Mina que desemboca en la Puerta del Sol, llegando hasta calle Victoria. La pequeña calle debe su nombre al inversor madrileño Manuel Matheu que adquirió el local en una operación inmobiliaria durante la demolición del Convento de Nuestra Señora de las Victorias que dio lugar a nuevo espacio al ensanche de la Puerta del Sol a finales del siglo XIX.
Aspecto del novedoso pasaje de Matheu tras ser inaugurado |
En el segundo tercio del siglo XIX, florecieron en Madrid los llamados pasajes comerciales, siguiendo la línea de los construidos en otras capitales europeas. Eran galerías abiertas en el interior de una manzana de edificios, que comunicaban dos calles, donde tenían su sede tiendas de lujo y cafés destinados a un público selecto. Pero, a diferencia de lo ocurrido en París o Londres, donde este modelo de negocio se consolidó rápidamente, en nuestra ciudad constituyó un sonoro fracaso, ante la ausencia de una tradición consumista, equiparable a la de aquellas urbes.
Plano de Pedro Texeira (1656) en el que se destaca el convento de La Victoria |
Los terrenos en los que se situaría el Pasaje Matheu pertenecían al convento de La Victoria hasta que las leyes desamortizadoras de Mendizábal de 1836 dieron un vuelco a este y otros enclaves de la capital. La intención no era otra que la de entresacar muchos de los terrenos propiedad de la iglesia con el fin de ponerlos en manos privadas.
Iglesia y convento de La Victoria |
Ramón de Mesoneros, ya hace mención a la zona, más o menos por la época en que se producen los cambios urbanísticos que dan lugar a la modificación del uso de la misma. Habla de que el caserío del barrio es moderno y renovado y que, hasta tiempos recientes a aquellos en los que él escribe, estuvo dedicado al comercio de librería y broquelería pero que posteriormente fue habitado “por los famosos guitarreros de Madrid y otros oficios no menos alegres y divertidos hasta que, derribado el caserío y el convento de La Victoria, han recibido los nombres de Cádiz, Barcelona y de Espoz y Mina y más elegantes comercios y habitadores”.
Lápida conmemorativa calle Victoria |
En esta área, donde Galdós hará zigzaguear años más tarde a los personajes de La Fontana de Oro, se encontraba aquel famoso convento con su huerta y tahona y que tras ser derribado dio pie “a la construcción entre ambas (las calles de Espoz y Mina y Victoria) de las casas de los señores Mariátegui y Matheu, pasaje, galería cubierta y otros edificios”. El convento de La Victoria se había instalado en ese solar en 1561, el mismo año en que la corte se trasladó a Madrid. Había sido fundado por fray Juan de la Victoria y a juicio de Mesonero poco de notable tenían templo y convento desde el punto de vista artístico “y solo bajo lo religioso por la gran devoción de los madrileños a la virgen de la Soledad, obra famosa ejecutada en madera por el escultor Gaspar Becerra”.
Más de 3000 pies cuadrados a tres reales
El enorme solar de la antigua iglesia y convento ocupaba una extensión de 3166 pies cuadrados y el comerciante de origen catalán Manuel Matheu Rodríguez lo adquiere al precio de tres reales el pie, poco después de la desamortización, para levantar viviendas y abrir nuevas vías de acceso, una vez modificados los usos a los que estaba en principio destinado. La idea del financiero es construir un pequeño bulevar al estilo de los ya existentes en aquella época en París. Y en ello pone toda su ilusión, su pecunio y su trabajo durante el periodo que transcurre entre 1843 y 1847.
El pasaje fue diseñado con todo el lujo del momento para instalar en sus dependencias tiendas de ropa de señora y caballero ya que Matheu en esta época se dedicaba a trasegar con productos textiles tanto por España como por el extranjero. El edificio estaba cubierto por un techo de cristal sobre una armadura en curva elíptica de hierro de tres metros de altura, constituyéndose en la primera galería de estas características levantada en España. Además, en la entrada por la calle Espoz y Mina se colocó un arco de medio punto sobre el que había esculturas alegóricas al comercio, a la riqueza y a la elegancia. Conocido en un principio como pasaje de La villa de Madrid o pasaje Comercial, fue diseñado por el arquitecto Antonio Herrera de la Calle, según Pedro de Répide, “siguiendo la moda parisién de estos enlaces entre dos calles para la instalación de vistosas tiendas”. El pasadizo albergaba unos grandes almacenes de tres pisos llamados Bazar de la Villa y Corte. Pero tras el indudable éxito inicial, y pese a la novedad que supuso su apertura en una ciudad carente de este tipo de establecimentos y todavía anclada, en cuanto a modernización se refiere, en los tiempos de Fernando VII, el lugar entró en decadencia hacia los años 50 del siglo XIX. En 1854 la sociedad de Matheu entra es fase de liquidación y según los testimonios del momento ya muchos de los cristales que cubrían el pasaje estaban rotos y permitían el paso de las aguas de la lluvia y no evitaban otras inclemencias meteorológicas, sin que nadie tomara medidas para rehabilitarlo y reflotarlo. En 1874 se retira definitivamente la bóveda de cristal y el pasaje se mantiene a cielo abierto con el único uso de calle peatonal. Es por esta época cuando se comienza a denominar por el nombre de su creador, cuya casa hace esquina con el pasaje y tiene entrada por la calle de Espoz y Mina. Nombramos el domicilio de Matheu por ser dato creemos que notable pero, sobre todo, porque en dicha vivienda se hospeda el general Baldomero Espartero al triunfar la revolución de 1854. Es más, en su balcón principal fue donde el llamado duque de la Victoria y el general O´Donnell se abrazaron ante la jubilosa multitud que los aclamaba en tan señera fecha.
Retrato de Baldomero Espartero por Antonio María Esquivel (1841) |
Época de los cafés franceses
El último tercio del siglo XIX va a suponer la resurrección del pasaje Matheu con la instalación en él de dos cafés franceses cuya fama y notoriedad fue más allá de lo habitual en este tipo de establecimientos. Este nuevo uso va a marcar las líneas generales de la personalidad que desde entonces va a tener la rúa, que no son otras que las referidas al negocio hostelero. Se trataba de los denominados café de París y café de Francia, que se hallaban el uno frente al otro y en los que según Répide se comía “exquisitamente y por un precio que ahora parecería inverosímil”. No es actualmente el caso de esos felices años a los que don Pedro hace mención porque, sin ser precios desorbitados, la actual situación de carencia económica hace que muchos tengamos que reflexionar antes de lanzarnos a cualquier restaurante de la capital, aunque ciertamente hay precios para casi todos los bolsillos y en esto el pasaje Matheu no es una excepción. Pero volviendo a los dos cafés abiertos y a ese siglo XIX que se va acercando a su final, no se puede obviar que ambos eran lugar de encuentro y reunión de la colonia francesa en Madrid. El de Francia tenía fama de ser un lugar tranquilo hasta el aburrimiento, nada que ver con los tradicionales cafés españoles de la época donde el bullicio y la altisonancia eran signos de identidad. El silencio era tal en el francés que hasta los cubiletes de los dados eran de cuero y no se permitía jugar sin tapete. En el de París se solían citar los ciudadanos galos de ideología conservadora y monárquica mientras que en el de Francia solían recogerse republicanos y gentes de ideas avanzadas. Este último lo había fundado el revolucionario Doublé, quien había tomado parte activa en los sucesos de la Comuna, enemigo, por tanto, de Thiers, como consecuencia de cuyo triunfo debió huir a España como refugiado, estableciendo su domicilio en la Villa y Corte. Por otra parte, no podemos olvidar que estos cafés supusieron todo un cambio en las costumbres de la época pues no en vano fueron los primeros que, siguiendo la moda francesa, pusieron mesas en la calle, dando lugar a las hoy tan valoradas terrazas que, no en vano, son una de nuestras señas de identidad tanto en lo que se refiere al turismo local como al que viene de fuera.
Proyecto para Pasaje Comercial de Grasés Riera |
Frente a lo que hoy día pueda parecer, la novedad no fue precisamente bien acogida por la feligresía del foro y, despectivamente y con la sorna y la ironía propia que caracteriza a cualquier pueblo reacio a aceptar novedades, se llegaba a decir más o menos que cómo serían de estrechos y minúsculos los locales que las mesas no les cabían dentro. Pedro de Répide no estaba lejos de ese punto de vista por lo que las palabras suyas que a continuación vamos a plasmar constituyen una auténtica delicia que nos permiten saborear con una sonrisa el enfado de uno de nuestros madrileños más insignes. Dice Répide, hablando de la nueva tendencia, que en Francia “no molestaba por estar el espacio bien dispuesto para ello pero que actualmente ha llegado a constituir en Madrid un intolerable abuso durante los meses de verano, hallándose el viandante imposibilitado de pasar por las aceras de las calles y jardines de las plazas, ocupadas por los veladores y asientos multiplicados hasta el absurdo”. Bien es cierto que incluso hoy en día hay quien le dará la razón a Répide pero nadie negará lo que supone, para quienes gustamos de disfrutar de una copa en la tarde o la noche madrileña, el poder contar con este servicio. La anécdota más sonada relacionada con los cafés galos del pasaje Matheu se produjo coincidiendo con la primera gran guerra, en 1915. España era país no beligerante, que no quiere decir imparcial, y por consiguiente no aceptaba que los franceses celebrasen su fiesta nacional del 14 de julio a los sones de su bellísimo himno de La Marsellesa. Durante la celebración ese día de la fiesta patria todos los congregados entonaron la conocida letra al son de la no menos conocida sintonía y cuando se disponían a interpretarla eufóricos nuevamente, las fuerzas del orden españolas entraron en el recinto y obligaron a desalojar tanto el local como el pasaje. Fue el principio del fin para estos cafés que cerrarían definitivamente sus puertas al público hacia los años 20 del siglo pasado. Primero lo hizo el café de Francia y después el de París, con aproximadamente un año de diferencia. Desde entonces el pasaje ha mantenido su personalidad en cuanto a lugar de terraceo y solaz al calor de un trago y nos atrevemos a decir que se encuentra entre los lugares de algún prestigio dentro de lo que es el mundillo de las tapas, el pescaíto, la paella, la sangría y la gamba, en un entorno ciertamente pintoresco y agradable.
Aspecto actual del Pasaje Matheu |
Fuente:
Para saber más...
El café de Francia y el café de París del pasaje Matheu
http://www.fotomadrid.com/verArticulo/202
Proyecto del Pasaje Comercial de Grasés
Muy curioso y muy completo lo que explicas sobre el pasaje Matheu, que no conocía. ¡Gracias, lo miraré con otros ojos a partir de ahora.
ResponderEliminar