La Inquisición española desarrolló su
actividad en los territorios españoles de América a través de tres tribunales:
los de Lima y México fundados en 1579, y el de Cartagena de Indias, fundado en
1610. En el resto de las colonias españolas americanas también actuaba, por
medio de un comisario y el subsiguiente sistema de notarios y familiares
(delatores oficiales), sujeto a la jurisdicción de uno de los tres tribunales
principales. En Brasil, en tanto, la Inquisición Portuguesa, al quedar bajo la
jurisdicción del tribunal de Lisboa, actuó a través del sistema de
"visitas inquisitoriales" (tribunal itinerante).
Condenada por la Inquisición, por Eugenio Lucas Velázquez hacia 1860 |
Las inquisiciones española y portuguesa
fueron primero clausuradas por un decreto de Napoleón en 1808, durante las
Invasión napoleónica, aunque esta determinación no tuvo efecto sobre las
autoridades coloniales. Pero la Inquisición Española también fue abolida por la
primera Constitución española, medida que sí fue aplicada en algunos
territorios, desapareciendo también por la independencia de las naciones
hispanoamericanas, a comienzos del siglo XIX. La Inquisición Portuguesa fue
finalmente clausurada por las "Cortes Generales Extraordinarias y
Constituyentes de la Nación Portuguesa", en la misma época.
Después del descubrimiento de Colón, la preocupación mayor de los Reyes
Católicos tiene sin duda un carácter a la vez espiritual y práctico: proteger
sus nuevos dominios de la envidia y la ambición de sus vecinos europeos,
prepararlos para que se instaure en ellos una cristiandad renovada.
Expulsión de los Judíos de España (año de 1492), por Emilio Sala Francés. 1889 |
De hecho, ya en Marzo de 1493, los monarcas españoles alcanzaron del
Papa una bula que les daba derecho a excluir de la Indias occidentales a los
extranjeros y, en septiembre del mismo año, zarpaba de Cádiz la segunda flota
de Colón. En ella iban doce religiosos y clérigos, encabezados por el
benedictino Bernardo Boyl (o Buil), quien, al ostentar plenos poderes de la
Santa Sede «como prelado y cabeza de la Iglesia en partes tan remotas»,
disponía evidentemente de la jurisdicción en asuntos de fe. Los Reyes cuidaban
este aspecto, puesto que habían mandado que los miembros de la expedición (unas
1.500 personas) «fuesen cristianos viejos, ajenos de toda mala sospecha».
Así se puede afirmar que desde los primeros viajes de descubrimiento
existió en Indias, por lo menos en forma virtual, una Inquisición, es decir, la
Inquisición ordinaria, propia de los obispos y superiores eclesiásticos. Poco
es lo que sabemos de esta actividad inquisitorial de los tres primeros decenios
de la vida hispanoamericana. Si bien no fue nula, tampoco creemos que alcanzase
mucha intensidad.
Juicio Inquisitorial en América Latina |
No obstante, en 1501, la reina Isabel conminaba a su enviado Ovando que
no dejase pasar «moros ni judíos, ni herejes ni reconciliados ni personas nuevamente
convertidas a nuestra Santa Fe». Instrucciones y reales cédulas de este tipo
aparecen con frecuencia a lo largo de todo el siglo XVI, y aún más tarde.
Pero la defensa de la fe no siempre se compaginaba con la política de
colonización y de población. Por eso, la legislación sobre la entrada de
extranjeros en las Indias es en extremo fluctuante. Desde las mismas Antillas,
ya en 1517 , llegaban peticiones para que se diese libre acceso a todos los
extranjeros y en 1524, 1531 y 1534, Carlos I concede varias ordenanzas en tal
sentido, con limitaciones mayores o menores. Por otra parte, la misma
repetición de la cédula contra el paso a América de gente «infecta» en la fe,
dejaría suponer que su aplicación no se realizaba al pie de la letra.
Documentos y hechos confirman tal impresión. En 1508, los procuradores de la
Española suplicaban que se mandara salir de la isla a todos los descendientes
de judíos y moros y condenados por el Santo Oficio «que ahora en ella están»,
pero Fernando el Católico -con preocupaciones muy distintas- emprendía entonces
negociaciones financieras con ciertos conversos de la Península y otorgaba, en
1511, el libre acceso a las Indias de todos los naturales de sus reinos sin
pedirles información.
Estatua del Cardenal Cisneros en Alcalá de Henares |
Con autorización o sin ella, pasaban, pues, al Nuevo Mundo muchos de los
«prohibidos»: el comercio de licencias y testimonios falsos se volvió
floreciente en Sevilla; otros se embarcaban como miembros de la tripulación y,
luego de arribado el barco, se quedaban en América.
En este contexto, se entiende mejor la decisión de Cisneros, que asumía
en 1517 el cargo de inquisidor general y de regente, concediendo a los prelados
de Indias no sólo el poder de inquisidores ordinarios, sino también el de
inquisidores apostólicos, delegados del Santo Oficio, con todas sus
prerrogativas, hasta la de relajar al brazo secular.
Cisneros liberando esclavos en Orán, por Francisco Jover y Casanova. 1869 |
Los primeros en ejercer tamaña autoridad fueron el obispo Manso, en
Puerto Rico (1520) y fray Pedro de Córdoba, vicario general de los dominicos,
en la Española. Aquél no anduvo ocioso y, en 1523, organizaba un auto de fe en
el que fue «relajado al brazo seglar» Alonso de Escalante, «hereje condenado»,
quizá el primer reo de muerte de la Inquisición americana. Sus bienes quedaron
a disposición del fisco real.
Pronto empezó a funcionar la Inquisición apostólica en el mismo
continente. En un solo año (1527), se conocen diecinueve causas seguidas en
México, casi todas por blasfemias, la más sonada de ellas contra Rodrigo
Rengel, afamado conquistador de ochenta años de edad, acusado de ser un
blasfemador empedernido. Los castigos en estos casos solían ser penitencias más
o menos severas (¡ 500 pesos de oro en el caso de Rengel !).
Pero las causas no se limitaban a esto y, antes de 1529, hubo ya varios
muertos en la hoguera: tres o cuatro indios de Tlaxcala y dos soldados de
Cortés, condenados a relajación en el auto de fe de 1528, por judaizantes y
quizá también por ser partidarios del conquistador.
Antiguo Palacio de la Inquisición en México D.F |
De 1536 a 1543, Fray Juan de Zumárraga, nuevo obispo de México, con
amplios poderes de inquisidor apostólico, organizó un verdadero tribunal que
sentenció más de ciento cincuenta causas: por blasfemias (un tercio), brujería
y superstición, bigamia, criptojudaísmo, idolatrías, etc... La actitud tajante
del recto y severo varón frente a la idolatría de los indios, lo hizo remover
de su cargo de inquisidor, después de que mandó a la hoguera, en 1539, a don
Carlos, cacique de Texcoco.
Monumento a fray Juan de Zumárraga en el Parque de Ezkurdi |
Este escueto panorama de lo que J. T. Medina llamó la «primitiva
Inquisición americana», permite adivinar una actividad importante. El
historiador chileno estima que los reos procesados por los obispos fueron muy
numerosos, sobre todo en comparación con la corta población de la América de
entonces.
Celebración de un auto de fe en el zócalo de la ciudad de México. |
Tribunales permanentes
Vimos que en muchas ocasiones los obispos americanos, como Manso o
Zumárraga, poseyeron poderes de inquisidores apostólicos. ¿Qué necesidad había
entonces de plantar en Indias tribunales del Santo Oficio? La pregunta podría
invertirse: ¿Por qué no implantar la Inquisición en América? Si los nuevos
territorios eran como una continuación de Castilla y de España, resultaba
normal y lógico que pudiesen establecerse en ellos los mismos tribunales que en
la Península, tal como se hizo en Canarias, por ejemplo.
Condenados por la Inquisición por Eugenio Lucas Velázquez |
Entre 1550 y 1570 empezaron a llegar a España peticiones a favor
precisamente del establecimiento en Indias de tribunales permanentes del Santo
Oficio, que dependiesen de la Suprema. Las quejas principales apuntaban a los
abusos y la impericia de una Inquisición que había vuelto a ser episcopal y
monástica. Además, las autoridades civiles intervenían cada vez más en los
asuntos inquisitoriales. Se sentía la necesidad de un personal especializado en
esta labor. Ya hacia 1547, el visitador de México, Tello de Sandoval, a pesar
de que él mismo llevaba título de inquisidor, escribía al monarca: «He avisado
a V. A. la necesidad que hay en esta tierra del Santo Oficio de la Inquisición
y así ha parecido por experiencia.» Muchos se inquietaban por el creciente comercio
de libros prohibidos, por la infiltración frecuente de ideas y de elementos
heréticos, que permitía al cronista Fernández de Oviedo escribir hacia mediados
del siglo: «Agora peor está esta tierra que el Arca de Noé sin comparación.
Creemos también que en aquella circunstancia se ajustaron las miras
centralizadoras del Rey Prudente con las del Consejo de la Suprema y general
Inquisición. Esta había consentido en delegar sus poderes apostólicos en
algunos obispos y prelados de América, pero siempre guardó cierta desconfianza
hacia la Inquisición episcopal; prefería, sin duda ninguna, ejercer
directamente su jurisdicción, con ministros escogidos por ella.
Retrato de Felipe II por Sofonisba Anguissola. 1565-1573 |
Para Felipe II, semejante medida completaría su plan unificador, lo
mismo que a partir de 1561-64 había reorganizado el sistema de las flotas
americanas. En el Perú concretamente, las guerras civiles que ensangrentaron la
tierra hasta 1558-60, difícilmente permitían la introducción de grandes
novedades. Una vez sosegados los ánimos, los años 1569-70 marcan el comienzo de
una fase de reestructuración, de consolidación. En este caso, coincidiría la
voluntad unificadora y expansionista del Santo Oficio con las directrices de la
política real.
En aplicación de las reales cédulas del 25-1-1569, se procedía en Lima,
el 29 de enero de 1570, a la recepción solemne de la Inquisición, con las
impresionantes ceremonias que solían acompañar semejantes actos. El año
siguiente (4-XI-1571), quedaba fundado el tribunal de México.
En un principio no existían diferencias fundamentales con los tribunales
peninsulares: procedimientos y sustanciación eran iguales. No obstante, como
para otros aspectos de la vida americana, hay que conceder especial atención a
los factores geográficos: alejamiento de la metrópoli y, por tanto, del control
del Consejo Supremo; enorme extensión de los territorios de la jurisdicción (de
Panamá para el sur, en el caso de la Inquisición limeña). Esto explica la
lentitud de muchas tramitaciones, los perjuicios sufridos por los encausados cuando
había que mandarlos, a costa suya, desde Buenos Aires o desde Paraguay hasta
Lima, por ejemplo, el poder exorbitante que llegaron a tener ciertos comisarios
de la Inquisición. Estos eran algo similares a jueces de instrucción que
ejercían la vigilancia directa sobre la población, con la ayuda de los
familiares. Al comienzo se instalaron tan sólo en los puertos y en las cabezas
de obispados, pero luego los hubo en casi todos los «pueblos de españoles».
Exurge Domine e Judicam Causam Tuam (Lema de la Inquisición) |
La Inquisición perseguía en América los mismos fines que en otras
tierras hispanas: velar por la pureza de la fe católica luchando contra la
«herética pravedad y apostasía», con especial vigilancia respecto de prácticas
o ideas, musulmanas, luteranas e iluministas. Hay que hacer hincapié en una de las
Instrucciones dadas a los nuevos inquisidores de Lima y México (la 34): «No
habéis de proceder contra los indios..., por ahora.» Los excesos cometidos en
la represión de la idolatría indígena en México y en otros lugares aconsejaron
sin duda esta medida prudencial. Los indios, considerados neófitos en la fe,
quedaban, pues, al margen del fuero inquisitorial, detalle que no se debe
perder de vista cuando se pretende hacer cálculos y comparaciones. En cambio,
extraña más encontrar entre los condenados por el Santo Oficio a negros (tanto
esclavos como libres, «bozales» como criollos), por no hablar de los mestizos,
mulatos y demás zambos.
Temida y respetada
La actividad parece modesta en los primeros años, sobre todo en
comparación con los comienzos de la Inquisición en España (unos 100.000
procesos y 2.000 ejecuciones durante los catorce años del «reinado» de
Torquemada, según estimaciones de autores moderados), pero no lo es tanto si se
tiene en cuenta que el fuero inquisitorial se aplicaba a una población
relativamente reducida, por lo menos en el período inicial.
Representación de Tomás de Torquemada |
Se ha dicho que la Inquisición americana llegó pronto a fiscalizar las
costumbres más que las ideas y su expresión. Sin duda las guerras de conquista
y las guerras civiles, la distancia respecto de la metrópoli, la falta de
mujeres europeas en los primeros tiempos, favorecieron -entre otras causas- la
libertad moral y, especialmente, la libertad sexual.
Un recuento de las causas sentenciadas por los tres tribunales
americanos en sus años de existencia, daría sin lugar a dudas una mayoría
importante a los casos de blasfemia, de bigamia, de solicitación en la
confesión o «próximamente a ella». Este hecho, por otra parte, no puede
considerarse como asunto baladí, puesto que contribuye a un mejor conocimiento
de aquella sociedad colonial.
Una escena de la Inquisición por Víctor Manzano y Mejorada |
La solicitación entre los sacerdotes, tanto seculares como regulares,
adquirió proporciones que asombraban a los mismos inquisidores. En vista de que
menudeaban semejantes delitos y de que muchas mujeres se apartaban del
sacramento de la penitencia, acudieron a la Suprema para poder aplicar penas
más severas. Incluso, tomaron la iniciativa de promulgar edictos especiales
contra los solicitantes (1630), pero los testimonios posteriores, así de
virreyes como de miembros del clero o de viajeros extranjeros, indican que la
clerecía del siglo XVIII seguía por el mismo camino.
Anuncio de un Auto de Fe celebrado en Lima el 23 de enero de 1639 |
Si bien la labor corriente de los comisarios e inquisidores consistía en
lo que puede considerarse como una vigilancia de las costumbres, no por eso
debe creerse que las Indias carecieron de brotes más netamente heterodoxos o
heréticos. Es imposible dar aquí tan siquiera una lista de todos ellos;
preferimos ceñirnos a unos aspectos relevantes u originales.
Represión del iluminismo
Poco más de un año después de su fundación, el tribunal de Lima hubo de
examinar un caso notable, tanto por su materia como por las personas en él
encartadas. En torno a una mujer muy joven, endemoniada a la vez que agraciada
con raptos y revelaciones celestiales, se agita en un ambiente exaltado y
turbio a la vez un nutrido grupo de religiosos que se turnaban en su casa y
otros lugares para exorcizarla. Entre ellos, nada menos que un pintor, un ex
vicario episcopal y un catedrático de teología, dominicos los tres, y el propio
provincial de la recién llegada Compañía de Jesús.
Ejecución de Mariana de Carvajal (judía conversa), ciudad de México, 1601 |
Inducido por la «posesa», que desempeñaba un verdadero papel de
catalizador y de médium, el dominico fray Francisco de la Cruz llegó a
desarrollar una herejía original. Indudablemente, hay similitudes de
situaciones y de ideas con iluminados anteriores, por ejemplo, con aquel
misterioso fray Melchor que allá por 1510-1512 seguía en España los consejos y
vaticinios de la «beata de Piedrahita». Pero la «pupulante herejía» de fray
Francisco tiene, además, un corte netamente americano, criollo para ser
exactos, sobre el cual queremos insistir. Para él, España y la vieja
cristiandad europea quedarían desbordadas por el Turco, Roma -la mujer
prostituta del Apocalipsis- sería destruida conforme a las profecías, pero en
Lima se instalaría la «nueva cabeza de la Iglesia». Francisco de la Cruz,
ungido de Dios, sería «Papa y rey desta tierra», su hijo -muy real él, y habido
de una dama limeña-, otro Juan Bautista. Los indios -descendientes de las diez
tribus perdidas de Israel- se verían autorizados a conservar ciertas
tradiciones (poligamia, etc.) y, asesorados y dirigidos por la «Iglesia de los
criollos», formarían con ésta el nuevo pueblo de Dios.
La Inquisición peruana, basada en Lima, finalizó en 1820 |
Los inquisidores estuvieron sobre aviso, tanto por el calibre del
negocio como por la calidad de los que con él tenían relación: fray Francisco
de la Cruz era confidente del arzobispo Loayza. Es probable que de no
mantenerse pertinaz, el fraile megalómano no hubiera terminado en la hoguera,
quemado vivo el 13-IV-1578, después de seis años y medio de prisión.
La fortuna se le mostró contraria: por aquellos años se descubrieron en
Extremadura y Andalucía los numerosos «alumbrados» de Llerena. Además, la
herejía de fray Francisco iba tomando un cariz político: ¿acaso no hablaba de
«alzarse con la tierra», ayudado por los llamados soldados? ¿Acaso no quería
repartirla entre sus principales secuaces? ¿Acaso no estaban situados realmente
sus mejores amigos en puntos estratégicos, como eran Quito, Lima, El Cuzco y La
Plata, en la provincia de Charcas?
La Secta de los Alumbrados en Extremadura |
Por aquellas fechas, existen otros «convertículos», donde cohabitan
tendencias iluministas con ambiguos manejos sexuales o la burda solicitación.
Sería fácil multiplicar los ejemplos, lo cual viene a demostrar que las
tendencias iluministas representaron una constante de la vida religiosa en
Hispanoamérica. No siempre fueron de gran elevación espiritual y menudearon los
casos de milagrería, con suspensiones y raptos extáticos, muchas veces unidos a
manifestaciones de la libido, que interesan tanto o más al psiquiatra y al
sociólogo que al historiador de las ideas. En una sociedad en la que el blanco
consideraba ignominioso e infamante el trabajo en «oficios mecánicos», en la
que los mejores puestos se destinaban a peninsulares, creció en forma
vertiginosa -sobre todo en las ciudades- el número de clérigos y religiosos, de
monjas y beatas. Entre ellas frecuentemente aparecían las «ilusas» y
«embaucadoras», según las llamaban los inquisidores. Hacia fines del siglo
XVII, la beata Angela Carranza, llegó a ser por casi tres lustros la comidilla
de Lima entera; su fama traspasó los límites de la ciudad y del virreinato. Con
harto donaire, el inquisidor Varela daba cuenta de algunos de sus talentos:
«Era últimamente el correo de la gloria y por un nuevo género de sagrada
estafeta, llevaba y traía del cielo no sólo respuestas y despachos divinos,
sino varias alhajas, a cuya bendición viniesen vinculados auxilios y
felicidades». Esto dio lugar a un verdadero tráfico de objetos sagrados y
cuando, después de la condena -ligera por cierto- empezaron a recogerlos,
llegaban a «tanta multitud de rosarios y cuentas -añadía el chistoso Varela-
que pasan de millones, y de tal suerte que en diez pontificados no ha
distribuido la Sede Apostólica más cuentas y rosarios que los que distribuyó
esta mujer».
El consejo de la Inquisición por Antonio Valeriano Moyano |
Judaizantes. El caso de los
portugueses
Según se sabe, la Inquisición fue organizada en España con el fin
específico de vigilar y castigar los conversos que volvían a judaizarse,
extendiendo luego su jurisdicción a los demás delitos contra la fe.
En las Indias vimos cómo, antes de 1570, fueron penitenciados y hasta
quemados varios judaizantes, a instigación de los obispos y prelados
religiosos. Nos cuesta cierto trabajo el admitir, según afirma algún autor, que
el judaísmo se practicaba abiertamente en México, a no ser en regiones apartadas
o faltas de autoridades eclesiásticas y administrativas. No obstante, llama la
atención el corto número de reos condenados por este delito en los primeros
años de los nuevos tribunales inquisitoriales.
Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid contra judaizantes (1680), por Francisco de Ricci en 1683 |
En México y en el Caribe puede explicarse tal hecho porque la
Inquisición estaba entonces más preocupada por posibles infiltraciones
protestantes, a raíz de los ataques de corsarios y piratas ingleses o
franceses. En Lima, hay que esperar el tercer auto de fe (1581) para que
aparezca un judaizante (nacido en Portugal) condenado a reconciliación y cárcel
perpetua, a pesar de que ya en 1570 el secretario de este tribunal se quejaba
al Consejo de que la ciudad y el reino entero estaban llenos de conversos y
descendientes de reconciliados, y «certifico a V. S., añadía, que respecto de
los pocos españoles que hay en estas partes, hay dos veces más confesos que en
España».
En este asunto, el acontecimiento decisivo
es la unión de Portugal y España, en 1580-81. Con esto, los portugueses se
vuelven vasallos de Felipe II y adquieren facilidades para circular libremente
por sus dominios. Huyendo del marasmo económico de Lisboa y de los rigores de
la Inquisición portuguesa, muchos marranos salieron de su país con rumbo a
América, pasando por España.
Condenado por la Inquisición por Eugenio Lucas Velázquez |
Pero la llegada masiva de portugueses en casi todos los puertos de las
Indias de Castilla, se produce a partir de 1590. Es de creer que muchos de
ellos serían judaizantes, ya que, de 1595 en adelante, aparecen cada vez más
numerosos entre los penitenciados por el Santo Oficio. A diferencia de los
conversos españoles, los marranos portugueses habían tenido que convertirse por
la fuerza tras las persecuciones de los reyes lusitanos (final del siglo XV).
Esto explica la abundancia en el seno de su comunidad de auténticos
criptojudíos y la dificultad de su asimilación, Así, poco después de la unión
de las dos coronas, la palabra «portugués» llegaría a significar cristiano
nuevo o judío en España e Hispanoamérica.
El primer mazazo asestado contra el criptojudaísmo americano fue el
«auto grande», celebrado en México el 8-XII-1596. En él salieron 60 penitentes
(otros dicen 80); 35 eran judaizantes (sin contar 10 quemados en efigie); 25
fueron reconciliados y nueve miembros de la familia Carvajal quemados. En 1590
éstos habían sufrido ya una primera condena, pero -cosa rarísima- el tribunal
les concedió al cabo de cuatro años de confinamiento un indulto completo, a
cambio de una multa.
El personaje más notable de la familia era sin duda Luis de Carvajal «el
Mozo», sobrino del conquistador de Pánuco, su homónimo. Místico, poeta,
visionario, su piedad y su fe eran tan grandes que, durante su primer
encarcelamiento, convirtió al judaísmo su compañero de celda, nada menos que un
fraile. Ya libre, su proselitismo ardiente causó su muerte, la de sus
familiares y el arresto de numerosos judaizantes, cuyos nombres confesó en el
tormento.
Mientras tanto, los marranos portugueses no
se quedaban de brazos cruzados y, mediante un donativo de dos millones de
ducados a Felipe III, consiguieron que el Papa les otorgase un perdón general
para delitos presentes y pasados, con restitución de los bienes confiscados. El
breve se publicó en 1604 y tenía vigencia en las Indias hasta 1606.
Aunque a regañadientes y dándole largas, los tribunales americanos
tuvieron que hacer efectiva -por los menos en parte-dicha decisión. De hecho,
durante unos quince años, escasearon las causas contra judaizantes. En España,
por otra parte, el conde duque de Olivares adoptó a partir de 1623 una política
de tolerancia y de atracción respecto de marranos y conversos, confiándoles
importantísimas responsabilidades económicas. A pesar de la hostilidad
creciente de muchos sectores, esto les valió una relativa tranquilidad hasta la
caída del privado (1643).
Ahora bien, los tribunales del Santo Oficio americano empiezan mucho
antes a reaccionar contra los judaizantes
portugueses. Para ello, concurren sin duda causas específicas y locales, que
intentaremos evocar. A fines de 1625, un auto de fe celebrado en Lima señala un
elevado porcentaje de judaizantes (12), casi todos «de nación portuguesa»: dos
de ellos fueron «relajados» y dos se habían suicidado en las cárceles secretas.
Los portugueses afluían hacia los centros más atractivos del continente
americano y empezaban a monopolizar varios sectores de la actividad económica:
trata de negros, alto negocio o buhonería en Cartagena, Portobelo, México,
Lima, Potosí y sus contornos, pero también artesanía y agricultura, por ejemplo
en la cuenca del Plata. Al descontento del tradicional comercio andaluz, de sus
representantes en Indias y de la incipiente burguesía criolla, se suma el temor
a una agresión extranjera. Desde 1578, la costa pacífica ya no estaba a salvo
de las incursiones piráticas; en 1615 y 1624, los duros ataques de Spielbergen
y J. Lhermite, siembran el pánico entre los habitantes del virreinato peruano y
refuerzan una psicosis de traición. Desde hacía años se venía hablando de
posibles confabulaciones entre corsarios, indios y negros, con la ayuda de
espías extranjeros. Ahora, las sospechas se concentran sobre el grupo numeroso
de los portugueses, demasiado activos y poderosos y de dudoso catolicismo.
Quema de los ídolos y documentos mayas por Fray Diego de Landa. Mural del pintor yucateco Fernando Castro Pacheco. |
Los inquisidores llevaban tiempo al acecho,
según sus propias palabras («atentos a todas sus acciones, con cuidadosa
disimulación»), cuando se produjo la ocasión esperada, en agosto de 1634. En
Lima, la imprudencia de un cajero portugués provocó la denuncia decisiva; lo
demás, lo hicieron el tormento y la sagacidad de los inquisidores. Durante un
año entero éstos fueron reuniendo pruebas con el mayor sigilo; el cajero se
había esfumado (en las cárceles inquisitoriales) sin que se sospechara la causa
de su desaparición. Por fin, el alud de arrestos y confiscaciones empezó a
correr en agosto de 1635: «casualmente», entre los primeros detenidos estaban
los principales mercaderes del reino.
La conmoción fue enorme, se paralizó el comercio y, ante la afluencia
continua de nuevos acusados, hubo que comprar y construir más cárceles,
«despejando» las antiguas gracias a un «autillo» organizado en la capilla del
Santo Oficio. En ciertos momentos, el número de detenidos casi llegó a 200,
mientras la Inquisición de Cartagena de Indias, avisada por la de Lima, prendía
a 40 personas. El 23 de enero de 1639, en un auto de fe grandioso, encontraba
su desenlace oficial la Complicidad Grande del Perú, la «mayor máquina que se
ha visto», según decían los inquisidores. Los judaizantes, casi todos de origen
portugués, llegaron a 62: 7 abjuraron de vehementi, 44 fueron reconciliados con
penas diversas y confiscación de bienes, 11 perecieron. Entre ellos hubo por lo
menos 6 quemados vivos, lo que muestra la fuerza de sus convicciones.
Un auto de fe en el pueblo de San Bartolomé Otzolotepec, Museo Nacional de Arte, Mexico. |
Poco después, en 1642, le tocó el turno a la Inquisición mexicana. Como
ya se había producido la sublevación de Portugal, no era necesario andar con
rodeos: los portugueses se volvían doblemente sospechosos. La redada contra
judaizantes arrojó cifras aún superiores a las de Perú. Los casos menos graves
se despacharon en una serie de tres autos, años 1646, 1647 y 1648.
A distancia, el gran auto de fe celebrado en la capital de Nueva España,
el 11 de abril de 1649, respondía a la Complicidad Grande peruana. Hubo más de
50 judaizantes condenados (sin contar 57 que lo fueron en efigie) : 38 reconciliados
y 13 relajados. Entre éstos, Mariana de Carvajal, única superviviente de la
familia aniquilada a fines del siglo XVI, y Tomás Treviño de Sobremonte,
español él y único en arrostrar vivo la hoguera.
Auto de fe en Perú |
En España, la cacería de judaizantes arreció durante los decenios
siguientes (hay miles de reconciliados entre 1643 y 1655), hasta culminar en
los autos de fe contra los Chuletas mallorquines, a fines del siglo XVII. Todo
esto nos inclina a creer que no se trata de accidentes, sino de una política concertada.
Importa recordar que, en este asunto, los tribunales americanos se anticiparon
a los peninsulares, lo que puede ser prueba de su creciente independencia
respecto del poder político. Pensamos, por otra parte, que recibieron el apoyo
tácito de la Suprema, quien iba a darse prisa en imitarlos después de la caída
de Olivares.
Los ingresos de la Inquisición
Al crear los tribunales americanos, Felipe II cuidó de que pudiesen
perpetuarse; con este fin, ordenó que los cuatro principales funcionarios (dos
inquisidores, un fiscal y un secretario) cobrasen sueldos de las cajas reales,
«entretanto que de confiscaciones, penas y penitencias hubiere de qué
pagarlos». Esta «consignación» real real presentaba pues una seguridad
apreciable para la incipiente Inquisición americana, pero tampoco era suficiente para sufragar todos los gastos de
los tribunales (sueldos de los demás oficiales, compra de casas, preparación de
los autos de fe, etc.). Aparte de esto, semejante subvención podía en ocasiones
ser un medio de presión intolerable para una institución que propendía cada vez
más a constituir un Estado dentro del Estado. De una forma u otra, los nuevos
tribunales necesitaban pues aumentar en breve unos ingresos que les fuesen
propios.
De hecho, tales caudales fueron creciendo y los tribunales pudieron
adquirir casas de alquiler y censos, imitando así el sistema peninsular. Pero
seguían percibiendo la «consignación» como si tal cosa.
Con los crecientes apuros económicos de la monarquía española, llegaron
también nuevas instrucciones, Desde 1614, los virreyes intentaron reducir la
ayuda estatal conforme al monto de las confiscaciones, pero nunca jamás
consintieron los inquisidores que los oficiales del fisco real hurgaran en sus
cuentas.
Finalmente (1627-1630), se acudió al arbitrio de las «canonjías
supresas» que se aplicaba en España desde 1559: en cada catedral, la renta de
un canonicato se destinaría a la Inquisición.En busca de su independencia financiera, los inquisidores de Indias no
se anduvieron con chiquitas.
Muy temprano, se practicaron «donaciones» en todo el virreinato peruano.
Este eufemismo ocultaba un ingenioso sistema en el cual ciertos acreedores
«donaban» sus cédulas de crédito al Santo Oficio Este, valiéndose de su extensa
red de comisarios y familiares y del terror que inspiraba, cobraba las deudas y
se quedaba con el tercio o la mitad de su monto. ¡A su manera, el Santo Oficio
contribuía pues a la vida económico-social de la colonia!
Los quebrantamientos de «escrituras de compromiso» parecen haber sido
otra especialidad americana. ¿En qué consisten?
Alguna persona, convicta de haber jugado o bebido en exceso, se
compromete ante notario a no volver a su vicio en uno, dos o más años, pena de
pagar 200, 1.000, 2.000 pesos de multa, Si reincide antes de terminarse el
plazo, queda perjuro y, por tanto, reo de Inquisición: ésta recibe un tercio de
la cantidad apuntada, otro tercio es para el juez civil, el último para el
denunciante. Aunque el procedimiento nos
deje boquiabiertos, lo cierto es que éste no fue el peor lado del Santo Oficio:
es además una mina de lances peregrinos o tragicómicos. En todo caso, llegó a
ser ésta una fuente de ingresos cuantiosos, sobre todo en los grandes años del
«Cerro Rico» de Potosí, aquella Meca del juego y de la prostitución, del buen
vivir y de Ia mala vida.
Ocaso y desaparición
Liquidados o silenciados los principales focos de criptojudaísmo, la
labor inquisitorial había de volver a sus cauces habituales: represión de
aberraciones morales, descubrimiento de «proposiciones malsonantes o atrevidas»,
secuelas del iluminismo en mujeres exaltadas o monjas milagreras.
En forma de inciso, es indispensable evocar siquiera el caso de los
indios, al fin y al cabo el substrato de buena parte de la actual población
hispanoamericana. A pesar de la insistencia de encumbrados personajes, el indio
quedó definitivamente al margen de la jurisdicción inquisitorial. Así las
cosas, después de setenta años largos de evangelización, se descubría, en 1609,
que los indios del arzobispado de Lima estaban «tan infieles e idólatras como
cuando se conquistaron». Para resolver este problema se inició la Visita de las
idolatrías, que podría definirse como una Inquisición adaptada a los indios, y
se limitó a ciertos sectores del virreinato peruano. Aunque en ocasiones aplicó
penas severas (reclusión perpetua), casi nunca condenó a muerte y sus autos de
fe tan sólo consumían los objetos del culto idolátrico. Las campañas de
«extirpación» repitiéronse con intensidad hasta 1610; más tarde, se
prosiguieron en forma más bien rutinaria. Por supuesto, el Santo Oficio miraba
con muy malos ojos semejante competencia, máxime cuando los jesuitas tomaban
parte activa en tales visitas.
Volviendo a la Inquisición, con el correr
de los años, quizás porque el peligro de herejía había prácticamente
desaparecido y también por la evolución de las mentalidades, escasean las
condenas graves, concretamente las «relajaciones».
Pero he aquí que en América, lo mismo que
en España, surgía un nuevo peligro: el de las ideas nuevas, de la Ilustración.
Conforme avanzaba el siglo XVIII, el Santo Oficio americano se vio precisado a
prestar cada vez más atención a ciertas ideas de los filósofos, a los libros
que las vehiculaban y a aquellas personas que podían sustentarlas en forma
peligrosa para el Altar y para el Trono. La vigilancia de los escritos
sospechosos -que desde el principio pertenecía a la jurisdicción inquisitorial-
cobró especial importancia con el desarrollo de las comunicaciones, el
abaratamiento y la consiguiente difusión del texto impreso. Muchos hombres
impregnados de ideas enciclopedistas condenadas por la Iglesia abogaban al
mismo tiempo por mayores libertades económicas o políticas en los territorios
del Nuevo Mundo. Así es como, en más de una ocasión, la Inquisición sirvió al
poder civil en su lucha contra los adversarios del absolutismo y los
precursores de la autonomía o de la independencia. Ahí está pues, el rasgo
distintivo de la Inquisición americana en su postura respecto de la
Ilustración. Menudearon los hombres condenados por proposiciones, «algunas contra
la religión y muchas más contra el Estado». Seguía vigente el viejo refrán:
«Con el Rey y la Inquisición, chitón». Ya en el siglo XIX, insurgentes como el
cura Hidalgo fueron acusados por el Santo Oficio, y Morelos, su discípulo y
amigo, se vio envuelto en un proceso inquisitorial, antes de rendir cuentas a
la justicia civil.
Por estas tierras hispanoamericanas, la
Inquisición quedó generalmente abolida en 1813, cuando se conoció el decreto de
las Cortes de Cádiz, de enero del mismo año. Algunas zonas tomaron la
delantera: en 1811, un motín popular expulsó momentáneamente los inquisidores
de Cartagena de Indias. A fines del mismo año, Paraguay estuvo entre los
primeros que se libraron de la institución. En cambio, en el Perú, se
necesitaron dos virreyes (Abascal y Pezuela) para acabar con ella: en 1813 y,
después del restablecimiento, en 1820. Algo parecido pasó en México. Así
desaparecía la Inquisición en el continente americano, pero no siempre con ella
la intolerancia religiosa.
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