En el Parque de El Retiro se
hallan desde finales del siglo XIX las ruinas de una pequeña iglesia románica
abulense del siglo XI, que aún hoy una mayoría de madrileños no se ha
percatado de su
presencia.
Todo Madrid
ha paseado cientos de veces por
El Retiro, y muchos son los que ignoran la existencia de la Montaña Artificial
o el origen de la Casita del Pescador, y sobre todo las ruinas de la iglesia
románica. Eso es lo realmente sorprendente; no su historia, sino su procedencia, el
porqué de su ubicación en El Retiro y quien fue Emilio Rotondo y Nicolau, el
ilustre personaje que la trajo a Madrid tras haberla comprado en Ávila.
Casita del Pescador |
Emilio Rotondo, ingeniero, coleccionista y paleontólogo, fue todo un personaje relevante del
siglo XIX, que llegó a fundar su propio museo arqueológico en Madrid, en la
sede de las Escuelas Aguirre, a unos pasos de la puerta de El Retiro de acceso
al Paseo de Coches, muy cerca también de la bella iglesia románica del siglo
XI, que había adquirido en Ávila, en 1884, en una subasta tras la
desamortización de Mendizábal, la cual acabó vendiendo al Estado y que al cabo
del tiempo, el Ayuntamiento ubicó desde 1897 en el extremo superior izquierdo
del parque de El Retiro, a unos pasos de la Montaña Artificial o de los Gatos,
y de la Casita del Pescador.
Ávila reclama los restos de una
iglesia románica enclavada en El Retiro, por Sara Medialdea, ABC 27/9/2004
“Los restos de la iglesia de San
Isidro, una ermita románica de la ciudad de Ávila que se trajeron a Madrid a
finales del siglo XIX, reposan en El Retiro entre plantas que
crecen descontroladas y
la visita habitual
de grafiteros.
El Ayuntamiento de Madrid ha redactado un
proyecto de limpieza y conservación para este templo, cuya vuelta a Ávila
reclaman desde hace años historiadores abulenses, y
ahora también lo
va a hacer
el Gobierno municipal
de dicha localidad. Las ruinas de
este antiguo templo están situadas junto a la Montaña Artificial, en la entrada
al parque de El Retiro por el cruce de O´Donnell con Menéndez Pelayo. Casi
nadie sabe qué son aquellas piedras atacadas por el verdín y por el dudoso
sentido artístico de los grafiteros. De hecho, ningún cartel advierte que los
restos pertenecen a la Iglesia de San Isidro, procedente de Ávila y que llegó a
Madrid en 1983. El área de Vivienda y Rehabilitación del Ayuntamiento
madrileño, que dirige el concejal Sigfrido Herráez, ha aprobado un proyecto
para reparar lo que queda de este templo. El propio concejal lo define como «el
gran olvidado: muy pocos saben que es un vestigio histórico de Ávila». Entre
los trabajos programados, se incluye la instalación de una placa que
identifique el monumento.
Los restos
han sufrido daños
durante este tiempo,
debido no sólo
a las inclemencias
meteorológicas, sino también a la acción humana y a la voracidad vegetal: en
algunas zonas, las plantas se «comen» la ruina. Está prevista una limpieza de
las piedras, que
recibirán también un
tratamiento contra la acumulación de microorganismos y
excrementos de aves, entre otros trabajos, todos ellos con un coste global de
27.367, 22 euros. Pero tal vez no permanezca mucho tiempo en su ubicación
actual: desde Ávila, reclaman lo que fue suyo.
El cronista oficial
de la ciudad
abulense, Aurelio Sánchez
Tadeo, lleva años recopilando información sobre el tema.
El Ayuntamiento de Ávila reconoce que «es intención del Gobierno municipal
solicitar que se devuelvan estos restos, aunque aún no ha habido contactos en
este sentido» entre ambos Consistorios, indican.
Según los datos recogidos por
Sánchez Tadeo, San Isidro es una de las varias iglesias románicas que existían
extramuros de Ávila en el siglo XIII. En un principio, fue llamada de San
Pelayo, pero luego pasó a San Isidoro que derivó en Isidro porque la comitiva
que portaba el cuerpo del santo obispo hizo una parada en
su capilla. «La
compró un particular,
en la desamortización de Mendizábal, y éste a su vez la vendió a
otro, Emilio Redondo Nicolau, que la trasladó a Madrid».
En la ciudad, primero
se instaló en los jardines del Museo Arqueológico, y
más tarde por
desavenencias entre los
miembros de la Academia
de Bellas Artes
de San Fernando
sobre la conveniencia
de esta ubicación se llevó al
parque de El Retiro.
Inauguración del Museo Arqueológico el 9 de julio de 1871 por el rey Amadeo de Saboya |
Cánovas del Castillo se interesó por el proyecto, y
fomentó la idea de reconstruir la iglesia en El Retiro. Pero la muerte de Cánovas
frenó el proyecto,
y los restos
fueron cayendo en
el abandono, perdiéndose incluso
algunas piezas con el paso del tiempo. «Hubo añade el cronista de
Ávila un nuevo
intento de llevarla,
en 1955, a
la Ciudad Universitaria, pero
finalmente no prosperó». El edificio siguió, por tanto, en El Retiro, donde
está ahora, y desde 1992 se incluyó en el Plan de Rehabilitación de Monumentos.
Cánovas del Castillo |
Sánchez Tadeo alberga la
esperanza de que la iglesia de San Isidro vuelva a Ávila, y en Madrid quede una
reproducción. «Sería la primera cosa que sale de allí y vuelve», se duele: «Se
llevaron las pizarras visigóticas con el testamento del rey Wamba, y no
volvieron; se fue la Biblia de Ávila, la más antigua de España, y tampoco ha
regresado; y también varias tablas de Berruguete». El concejal madrileño
Sigfrido Herráez no lo ve descabellado: «Es razonable que en algún momento, los
restos vuelvan a su lugar original. Madrid es generosa; recibe pero también
da». En cualquier caso, recuerda que es una decisión a tomar por el alcalde
madrileño, Alberto RuizGallardón. Mientras se toma la decisión, las piedras
que quedan del ábside y la portada meridional conviven en El
Retiro con los
restos de una
noria del siglo
XVII, enterrada bajo
un montículo de tierra
adosado a las
ruinas y que
fue descubierta durante
la rehabilitación de la iglesia abulense realizada en 1998.”
La Iglesia de San Pelayo y San
Isidoro de Ávila, en El Retiro de Madrid, por Francisco Javier de la Fuente
Cobos, 2007, en la web oficial de Amigos del Románico
“Una vez apaciguado el miedo que
envolvió a las gentes por el paso del año mil, el Viejo Mundo sufrió una
revolución como jamás ha vuelto a suceder. Fluyeron cambios sociales, políticos
y religiosos cual ríos ávidos por llenar el máximo espacio posible. En el tema
que nos ocupa, el religioso, surgió una expansión sin igual en la que se
construyeron y reconstruyeron infinidad de templos, se refundaron monasterios
y, allí donde no los hubo, se fundaron. Como dijera Raúl Glaber en 1048: el
mundo sacudió su vetustez para ceñirse con frescura un manto de
santuarios blancos. Es
el surgir del
románico, arte sacro arquitectónico, escultórico, pictórico,
mueble, que comprende desde la segunda mitad del siglo X hasta mediado el XIII,
ya en el comienzo del Gótico.
En estos dos siglos y medio, se
fundan importantes monasterios que serían centros neurálgicos de esta
expansión. Cluny y Clairvaux son dos significativos ejemplos. También surgen
las rutas e Iglesias de Peregrinación en ciudades que, como Roma, Santiago de
Compostela y Jerusalén, serán los pilares de la Cristiandad. Pero no todas
estas maravillosas obras, fruto de la mano de un hombre ansioso
por purgar sus
pecados, han llegado
a nosotros. Algunas resisten: la mayoría de éstas han
sido modificadas por estilos posteriores como el Gótico y el Barroco; otras
muchas hace ya tiempo que nos dejaron. Son esa triste cantidad
de muros arruinados
que campean a lo largo
y ancho del territorio europeo.
El
objeto de este
trabajo, es una
de esas ruinas.
Una pequeña iglesia que vio su esplendor cuando acogió el cuerpo de uno
de los santos más trascendentales de la cultura cristiana y que no pudo con el
paso de los años. Ahora asiste melancólica a que lo poco que queda de ella
caiga en el olvido.
El Maestro de la Edad Media: San Isidoro nace en Cartagena
en el año 556. Era el menor de
tres hermanos. Al
quedar huérfanos en
edad temprana, la educación recaería sobre el hermano mayor
quien le abriría los ojos y la mente al conocimiento. Compartiendo una profunda
humildad y caridad, llegó a ser uno de los hombres más sabios de su época.
Entre sus obras escribió un tratado de astronomía y geografía, varios libros
sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento y varios tratados
teológicos y eclesiásticos entre otros de incalculable valor.
Pero, sin duda,
su principal contribución
serán las Etimologías, una
“summa” de todos los conocimientos antiguos condensando los principales
resultados de la ciencia de la época, siendo uno de los textos más empleados
hasta mediados del siglo XVI.
San Isidoro en la escalinata de la Biblioteca Nacional |
Siendo Obispo de Sevilla (episcopado que duró
treinta y siete años), fundó un colegio eclesiástico y convirtió a los
Visigodos al Catolicismo.
Presidió el Concilio
de Sevilla (619)
y el cuarto Concilio de Toledo (633) donde muchos
de los decretos fueron aportados por él. En
su lecho de
muerte, pidió perdón
por todas sus faltas, perdonó
a sus enemigos y suplicó al
pueblo que rogara a Dios por su alma. Repartió todas sus posesiones entre los
pobres y falleció el 4 de abril del año 636 a los 80 años de edad. La Santa
Sede le declaró Doctor de la Iglesia en 1722.
San Isidoro de Ávila. Amanecer y
Ocaso: En el año de 1062, Fernando I El Grande, Rey de León y Castilla, decide
trasladar de la capital hispalense a la del reino (León dejó de ser capital del
reino en 1230) el cuerpo de Santa Justa, martirizada en
la ciudad del Guadalquivir por
causa de la
persecución de Diocleciano. Para
ello se envió una embajada compuesta por el Obispo de León (Alvito), el Obispo
de Astorga (Ordoño), el Conde Nuño y dos notarios (Gonzalo y Fernando) que
atestiguaran cuanto aconteciese. A pesar del objeto del viaje, totalmente pacífico,
les acompaño una
escolta armada. Tras
un año de búsqueda no encontraron el cuerpo de la
Santa, pero sí el de un hombre al que se identificó como el de San Isidoro.
Cuenta la leyenda que el Santo se apareció en sueños al Obispo de León
diciéndole dónde descansaban sus huesos. San Isidoro, “el que había atesorado
en vida la más preclara inteligencia y virtud en la España Visigoda”, es
exhumado e introducido en un arca de madera. Tras negociar la adquisición y
traslado del cuerpo con Abbad ibn Muhammad AlMu´tadid, Rey Taifa de Sevilla
(1042 – 1069), encaminan sus pasos hacia León. Pero llegados a la ciudad de
Ávila se ven forzados a parar ya que el Obispo Alvito enferma, falleciendo el
Prelado a los siete días. El lugar de reposo del Santo durante estas
tristes jornadas fue
la pequeña ermita
de San Pelayo
que, desde entonces, cambió su advocación por la de San
Isidoro. Finalmente, como es sabido, los restos del Santo fueron depositados en
León en la primitiva basílica de San Juan (hoy Real Basílica y Panteón de San
Isidoro).
El hecho de haber albergado el
cuerpo de un Santo, auténtica reliquia, hizo que la feligresía y economía de la
ermita de San Isidoro creciera, situación que permitiría que en 1116 se
hicieran mejoras que le dieron su actual aspecto, y que en 1232 tuviera una
nueva consagración: “in honorem S. Marie, Deo Christi, Pelagio Ipfe me Pedro
Abulense quedamq varones vere christiani confirmavit arq confrecavit Ecclesiam
reducta est Isidorum, Chalendis nobebris. Era. 1270. ano. 1232. Et in honores
Divi Marie fecit consecrare hanc Ecclesiam cvivs anime Requiescat impace. Amen”
Pero con el paso de los siglos
iría decayendo, siendo parroquia hasta el siglo XVI y pasando posteriormente a
depender de la Iglesia de San Nicolás. En el siglo XVII se realizó una nueva
reforma, promovida por el obispo Martín de Bonilla, en la cual se levanta una
sacristía al sur entre la cabecera y la portada. A Causa de la Desamortización
caería en ruina y, como último daño, la gente se encargaría de
reutilizar los derruidos
sillares para su
propio provecho. A finales del siglo XIX, sólo quedarían la
cabecera, parte de los muros con la portada meridional y la techumbre.
La compra de la ermita: D. Emilio
Rotondo y Nicolau compra la ermita a la Asociación de Labradores de Ávila, no
sin cierta polémica burocrática, por un precio inferior al de su valor y
desescombra el edificio, derriba lo que está en mal estado y lo que puede
aprovechar lo numera y desmonta para guardarlo cuidadosamente. No pasa mucho
tiempo cuando este particular traslada los restos a un hotel de las cercanías
de Madrid para vendérselos al Estado tras su fallido intento de hacerlo, por
50.000 Ptas., al Ayuntamiento de San Sebastián. Antes de realizar la compra, el
Gobierno solicita una serie de informes a la Real Academia de la Historia y al
arquitecto D. Juan de Dios de la Roda y Delgado. Estos documentos constatan
continuamente el valor de las ruinas. Finalmente se realizaría la compraventa
por una cantidad casi veinte veces superior a la que pagara D. Nicolau.
En 1894
se proyecta reconstruir
la ermita en
los jardines del
Museo Arqueológico Nacional para que pudiera ser mostrada, y como si de
un acto didáctico se tratara, celebrar en ella la Santa Misa, los domingos y
festivos, por el rito Mozárabe. Para ello se solicitó a S. M. la Reina María
Cristina, Regente de D. Alfonso XIII,
que escribiera a
Su Santidad, Pío
X, con el
fin de que concediera una Bula que permitiese
celebrar con el antiguo rito. El Vaticano aprobaría la propuesta, pero todo
quedaría parado, desmontándose de nuevo los sillares y volviendo a guardarlos.
Cánovas del Castillo retoma el proyecto y traslada, en 1897, las ruinas al
Retiro; pero todo sufriría un nuevo parón, y en 1916 “…por
el suelo están
diseminados fustes, capiteles,
trozos de cornisas, restos de ventanales y otros
despojos”. Ese mismo año, D. Adolfo Fernández Casanova presentaría un nuevo
proyecto, el cual tampoco se llevaría a cabo, y en la década de los 50 se
plantearía trasladar las ruinas, una vez más, a la Ciudad Universitaria, pero
se desestimaría y quedarían donde hoy se pueden contemplar.
Se podría decir que San Isidoro
no tuvo una posición privilegiada. Levantada al suroeste junto al Río Adaja,
extramuros de la ciudad, en un sitio apartado, y al sur del arrabal de
Santiago, asentamiento de judíos y moros, asistía muda a cómo otras
edificaciones religiosas o
civiles nacían al
amparo de la
recia muralla. El único recuerdo que existe de su emplazamiento, al
menos sobre el suelo, son unos desgastados sillares reutilizados en un muro y
el nombre con el que se conoce
al lugar: Atrio
de San Isidoro.
Más bucólico es
el espacio destinado para su
reedificación en el Retiro madrileño. Situada en la esquina noroeste del
parque, junto a La Colina de los Gatos y a La Casita del Pescador, entre robles
y castaños, y con los restos de una fábrica como vecino, asiste muda a la
ignorancia de su existencia y de su valor.
Cuando Rotondo y Nicolau compró
las ruinas, tan solo quedaba en pié poco más de
lo que hoy se conserva.
Nada existe de la fábrica
original, posiblemente
prerrománica, que viera la embajada con los restos del santo, siendo lo que
ahora resta de una mejora llevada a cabo posteriormente. Quizá las palabras
quién y cuándo nos ayuden a saber algo más de San Isidoro de Ávila. Claro está
que en 1062 ya estaba en pié si bien su arquitectura era más arcaica que la
actual, y se sabe, por una inscripción de una de las campanas, desaparecida,
que en 1116 se le cambia su aspecto ya en un románico universal. Pero qué manos
llevaron a cabo esa reforma y por qué motivo. Lo segundo es fácil de suponer:
un nuevo arte traído de allende los Pirineos y nacionalizado en la ciudad de
Jaca comenzaba a empapar los territorios peninsulares, cambiando en numerosos
edificios religiosos el Arte Mozárabe por el jaqués.
En cuanto a lo primero, es ya más
arriesgado. Posiblemente la respuesta esté en San Andrés y San Vicente. De
hecho, en este segundo, estaría la hipotética clave. En un orden cronológico,
primero se levantaría San Isidoro (o San Pelayo), casi inmediatamente San
Andrés y por último la Basílica de San Vicente. Pero, ¿por qué nos daría la
respuesta este magnífico edificio, sin duda uno de los mejores exponentes del
románico en Castilla
y León? Si
uno visita los
tres santos lugares, puede
comprobar que el estilo es idéntico. Como se verá más adelante, las portadas
se componen de
varias arquivoltas con
florones que apean
en columnas y jambas, todas carecen de tímpano, los florones son casi
idénticos y la iconografía de
los capiteles, similar
en todas: se
ve que proceden
de las mismas manos.
La Basílica de San Vicente fue
comenzada a construir en 1109 por la cripta y la cabecera, paralizándose la
obra durante cerca de cuarenta años y terminándose por el taller de un maestro
conocido como Fruchel. Dicho personaje, de origen franco, era
un claro conocedor
del influjo jaqués.
Llegado a este
punto, se reducen las incógnitas
porque, dada la igualdad de los tres edificios, ¿comenzó Fruchel directamente a
trabajar en la basílica, o antes lo hizo en otros lugares como San Isidoro y
San Andrés? Mi teoría es la siguiente: el taller de un cantero conocido como
Fruchel, conocedor del románico jaqués, se asienta en la ciudad de Ávila
llevando a cabo en 1116 la remodelación de San Isidoro; concluida ésta levanta
la ermita de San Andrés incluyendo mejoras artísticas en su estilo, y, finalmente,
acepta la conclusión de las obras de la basílica explayándose en todo su
arte y conocimiento
arquitectónico y escultórico.
Las obras de un
edificio tan importante como la basílica dudo mucho que fueran llevadas a cabo
por un taller del que nada se conociera, un riesgo que lógicamente se había de
evitar.
Por ello las manos de Fruchel
fueron siendo conocidas en la ciudad a través de sus actos, hermosos y seguros,
y el maestro acabaría siendo contratado para finalizar las obras de San Vicente.
Se trataría pues de un mismo taller. Como conclusión de este capítulo, comentar
que también se encuentra decoración similar en otras portadas de la ciudad, si
bien son algo posteriores. Por lo tanto la mano de Fruchel llegó a ellas, bien
directamente o, lo más probable, por medio de discípulos. Todas siguen la
estética del maestro, pero aun así difieren de las demás tratadas aquí. Lo
último que se sabe del Maestro Fruchel es que diseñó y empezó a construir antes
de su fallecimiento la Catedral de Ávila. San Isidoro y San Sebastián: “…
habiendo adquirido la antigua ermita que estuvo en Ávila de los Caballeros
destinada a la advocación de San Isidoro (…), para reedificarse en la provincia
de España que mejor acogiere la elevada idea de perpetuar tan importante
templo, en bien de la religión y del arte antiguo (…)”.
De esta
manera se dirigía
D. Emilio Rotondo
y Nicolau al
presidente de la importante municipalidad de San Sebastián
de las Vascongadas, con el objeto de que las ruinas fueran adquiridas por el
ayuntamiento donostiarra. Para ello, Nicolau escribió una solicitud de su puño
y letra, fechada el 8 de agosto de 1893, con la cual adjuntaba once fotografías
y una relación detallada de las piezas que se venderían. ¿Pero por qué motivo estaba tan interesado
Nicolau en vender las ruinas a la ciudad de San Sebastián? Bien es cierto que
pudo ofrecerlas a otras ciudades
importantes y más
adineradas, hecho que
no se descarta,
pero la respuesta es mucho más
sencilla: sentía un gran apego por la ciudad al poseer en ella una segunda
vivienda en la cual residía en época estival. Para ganarse más posibilidades de
venta, Nicolau no duda en aumentar el valor histórico y arqueológico de las
ruinas, retrasando su datación al siglo VI; también propone su ubicación, el
Monte Ulía, y que se erigieran como Panteón de Ilustres Vascos.
En cuanto al importe de la venta,
Nicolau lo cifra en 50.000 Ptas, casi 144.000 € de hoy
día, que serían
pagaderas en 35.000
ptas. al otorgamiento
de la escritura, y el resto en
“cómodas” letras a dos años. Para estudiar la propuesta, la Comisión de
Monumentos Históricos y Artísticos de Guipúzcoa celebra, el 25 de agosto de
1893, una sesión presidida por el Marqués de Cubas y de Fontalba, de la Real
Academia de las Artes. El 11 de septiembre del mismo año se aprueba una
petición de estudio de las ruinas, para la cual se solicita a Nicolau que
amplíe información. Finalmente,
dicha comisión, a
la cual se
une D. José Gómez de Orteche, de la Real Academia de
la Historia, rechaza la propuesta alegando que es mucho dinero, gasto que se
puede invertir en otras mejoras para la ciudad.
Por los informes que llevara a
cabo la Real Academia de la Historia para el Estado entre
1892 y 1895,
podemos saber que tenía unas
reducidas dimensiones. Quiero comentar aquí lo que podría revelar una
excavación sobre el emplazamiento original ya que los cimientos hablarían por
sí solos. La ermita de San Isidoro constaba de una única nave cubierta con
techumbre de madera, una puerta al medio día y otra a los pies, y un ábside
semicircular con tramo recto presbiteral cubiertos con bóveda de horno y de
cañón respectivamente. Se desconoce la
forma exacta de la cubierta de madera al estar hundida cuando se desescombra el
edificio, que bien pudo ser plana, a dos aguas, o con aire oriental (hecho
probable al hallarse la ermita al sur del arrabal de Santiago, asentamiento de
judíos y moros). También disponía de torre o una espadaña; personalmente me
inclino más por
lo segundo. Como
punto final a la
descripción general, breve por lo poco que ha llegado a nosotros, comentar que
por la reconstrucción que realizara J. L. Gutiérrez de su planta, la cabecera
estaba un tanto desproporcionada al ser más grande de lo normal comparando las
dimensiones de la nave en sí; el aparejo de los sillares debió ser de muy buena
factura por lo que se aprecia en el ábside.
Las ruinas: Dos son los elementos
que conforman las ruinas de San Isidoro de Ávila: la portada, bastante
deteriorada, y el ábside, sin dudarlo lo mejor del conjunto. El ábside en una
iglesia es el Sancta Sanctorum, el lugar sagrado por excelencia. Otrora
reservado al culto, cerrado a la feligresía, a lo mundano y terrenal, en el
románico se descubre en su esplendor místico. Orientado al Este, es lo más
cercano al nacimiento de lo divino.
El ábside
de San Isidoro
hace tiempo que
perdió sus funciones
litúrgicas y arquitectónicas.
Derruido ahora, compite en una nueva pugna: perdurar en el tiempo. De planta
semicircular, el paño está dividido en tres calles por dos semicolumnas adosadas,
y centrando cada
espacio una ventana
con fuerte derrame al interior.
Si tomamos unas medidas in
situ, podemos hacernos una idea
de las dimensiones, pero he
de advertir que no
son exactas aunque sí
bastante aproximadas.
Una vez más
he de hacer un comentario acerca de
lo que desvelaría una excavación en el emplazamiento original. De esta manera se podría saber
que el ábside de la ermita de San Isidoro tenía una luz en su interior que
oscilaría entre los cinco y seis metros, con un ancho de muro de un metro y
setenta centímetros aproximadamente y rondaría los dos metros en el
presbiterio. Las tres ventanas se abrían a una distancia de noventa grados la
central y a unos cuarenta y cinco grados la del evangelio y la de la
epístola respectivamente, quedando
en el exterior
en el eje
medio las semicolumnas que
dividían el ábside
en las tres
partes mencionadas. Al no
tener el material ni los medios adecuados ha sido imposible ver cuánto mide de
alto; señalar únicamente, que todo el ábside se levanta sobre un zócalo que
sobresale por el interior veinte centímetros y tiene una altura de un metro y
setenta centímetros en el exterior.
Por los
restos arquitectónicos y
escultóricos que resisten
al olvido y al
abandono, unidos a la claridad de la piedra, la ermita de San Isidoro debió ser
hermosa. Uno se puede imaginar los rayos de luz atravesando el translúcido
mármol de los ventanales, e invadir la pequeña nave. Ahora las ramas de un
árbol que crece bien pegado a los sillares velan esa luz. El interior del
ábside está dividido en tres cuerpos: el inferior es un zócalo que discurre por
todo el muro sobresaliendo unos centímetros de él. El intermedio o segundo
cuerpo, sin relieves ni detalle alguno, parte del zócalo hasta una línea de
imposta que sirve de arranque a las ventanas. Estas, ya en el tercer cuerpo,
ocupan todo el espacio hasta otra
imposta que hacía
de nexo entre
el muro y
la bóveda. Actualmente es
imposible saber si
la decoración era
exclusiva del ábside, presbiterio y capilla absidal, o
también corría por las paredes de la nave. De la totalidad del semicírculo, tan
solo se conserva la parte central y el lateral de la epístola, además del
arranque del presbiterio del mismo lado.
El cuerpo de ventanas está compuesto
de la siguiente manera:
1º/ Una línea de imposta que
recorre todo el ábside compuesta por dos líneas que se entrecruzan entre dos
baquetones, uno inferior y otro superior más grueso.
2º a/
Tres ventanas, originalmente
abiertas al noreste,
este y sureste, aspilleradas al exterior y con
fuerte derrame al interior, con dos arquivoltas que apean
la interior sobre
un par de columnas de
fuste liso con
capiteles zoomórficos y fitomórficos,
y la exterior
sobre jambas sencillas.
Sobre los capiteles, un cimacio
compuesto por flores cruciformes inscritas en un círculo abierto acanalado y
dos tallos enroscados en el ángulo superior izquierdo y en el inferior derecho.
Cierra cada ventana una chambrana de ajedrezado jaqués.
2º b/ Los cimacios continúan en
una imposta corrida con el mismo motivo tallado.
3º/ Una línea de imposta, también
con entrelazado entre baquetones, cierra el muro y el cuerpo de ventanas,
corriendo tangente a cada chambrana.
En cuanto a la decoración de los
capiteles, es mejor verlos uno a uno. Ya he comentado que el ábside tenía tres
ventanas de las cuales se conservan tan solo dos, por lo que el número de
capiteles se reduce de doce a ocho. Todos son zoomórficos a excepción de dos
que son fitomórficos. La talla y forma es similar a los capiteles de la ermita
de San Andrés y la Basílica de San Vicente.
Capitel A:
El primer capitel
que se describe
tiene tallados dos
animales afrontados y unidos por la cabeza. Debido al desgaste, no se
aprecia bien a qué especie corresponden. El del lado interior tiene sobre su
lomo algo parecido a una montura o dos especies de correas bajándole por el
costado a la panza. ¿Estaríamos
hablando de un
caballo? Hay fuentes
que quieren ver
en este capitel una
representación de Sansón desquijarando al león, pero debido al deterioro de la
talla no se ha podido confirmar. La figura del lado exterior, mucho más
deteriorada, no muestra relieve alguno exceptuando una pequeña muesca, casi
imperceptible, junto a la pata delantera.
Capitel B: El siguiente capitel,
segundo de esta ventana central, muestra dos aves afrontadas unidas por el
pecho entre tallos vegetales. Cada tallo parte del collarino del capitel y se
mete entre las patas de cada ave para terminar en una especie de flor. En el
ángulo y por encima del cuello de las aves, sobresale un motivo vegetal. Las
aves están muy erosionadas por lo que no se aprecia la especie. En numerosas
ocasiones, el ave asemeja el alma del ser humano y los enredados tallos el
pecado. ¿Se podría aplicar a este capitel…?
Capitel C: El tercer capitel es
el primero de la ventana de la epístola. En él se aprecia la forma de dos grifos
afrontados y unidos por cabeza y pecho.
Capitel D: El cuarto y último
capitel del lado interior es fitomórfico. De talla casi idéntica al de la
portada de la Ermita de San Segundo, muestra cuatro alargadas hojas curvadas
con estrías talladas
en la totalidad
de su longitud.
Las dos centrales se unen por la
punta en el ángulo y las exteriores se oponen quedando abiertas al exterior.
El exterior: En su parte
exterior, el ábside está dividido en tres calles por dos semicolumnas adosadas.
Éstas tienen un
diámetro aproximado de
treinta y cinco centímetros y se
alzan sobre una alta peana de unos setenta centímetros de ancho y cincuenta de
fondo (la altura no ha sido medida ya que esa parte el terreno donde
se ha reconstruido
la ermita hace
desnivel, frustrando toda tentativa de medición, si no exacta,
aproximada). Cada semicolumna termina en
un capitel cuya
iconografía es imposible
de determinar debido
al gran deterioro que presenta.
El cimacio sobresale de la línea del muro corriendo por todo él en una imposta,
detalle que nos dice claramente que el ábside carecía de canecillos. En
cada una de
las tres partes
del tambor absidal
abren las correspondientes ventanas
(siempre pensando en
la estructura original).
Al igual que en el interior, veamos ahora la composición en detalle:
1º/ Al
igual que su
homóloga interna, una
línea de imposta
que sirve de arranque a cada ventana, continúa por el
muro exceptuando ahí donde corta la semicolumna, y su decoración también son
dos líneas que se entrecruzan entre un baquetón superior y otro inferior.
2º a/
Ventana con dos
arquivoltas lisas; la
interior apea sobre
un par de columnas de fuste liso y la exterior sobre
jambas, centrando todo el conjunto una aspillera que abre en derrame hacia el
interior. Cierra el conjunto una chambrana
de ajedrezado jaqués.
La decoración de
los capiteles, que
más adelante veremos, es también zoomórfica y fitomórfica, y el cimacio
con flores cruciformes inscritas en
círculo abierto acanalado
y con los
mismos tallos enroscados en dos
de sus cuatro ángulos.
2º b/ Sigue el cimacio de los
capiteles en una imposta corrida con la misma decoración cortando donde cruzan
las semicolumnas.
3º/ Por último, una tercera línea
de imposta en el extremo del muro, también con
flores cruciformes dentro
de acanalados círculos
abiertos y tallos enroscados, con la salvedad de que no
es cortada como las anteriores, sino que sigue por el cimacio de los capiteles
de las semicolumnas sobresaliendo de la línea
del muro. Ningún
alero se encuentra
en esta estructura
carente de canecillos, ya que la
cubierta partía directamente de este punto.
Los capiteles repiten la temática
y talla del interior.
Capitel E: En este primer capitel
se ven dos leones afrontados y unidos por sus respectivas cabezas.
Estas se muestras
agachadas mirando al
suelo (no hay señal alguna de que devoren algo), y el
rabo lo tienen enroscado bajo los cuartos traseros para acabar reposando sobre
el lomo. El león en el románico puede tener significado positivo (Cristo, León
de Judá) o negativo (Satanás). La cola sobre
el lomo, señal
de nobleza y
sabiduría, y la
cabeza gacha en
acto de sumisión hacen que opte
por el.
Capitel F: Este segundo capitel
es una muestra clara de la lucha entre el bien y el mal. En la cara externa se
ve a un jinete sobre un cuadrúpedo, que bien puede ser un caballo, y en la cara
interna una sirena con cola de pez enroscada sobre sí misma. El mitológico
animal representa al pecado, lastre del hombre medieval, y el jinete el
instrumento de Dios, ya sea en buen hacer o la Palabra Divina, que intercede
para que el pecador quede limpio de Espíritu.
Capitel G: Repite en temática al
mismo del interior. En el se ven las figuras de dos grifos afrontados.
Capitel H: También es igual a su
homólogo interior. Mucho más desgastado, repite la temática vegetal de tallos
con hojas estriadas longitudinalmente a los mismos.
Por lo que se ha podido ver, la
talla de los capiteles gira en torno al bien y al mal. Cierto que es conjeturar
demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que faltan los cuatro capiteles de la
ventana más septentrional, pero bien nos podría decir todo el conjunto que el
hombre que no sigue la Palabra de Dios (leones con la
cabeza humillada) puede
verse abordado por
innumerables pecados (aves entre
tallos), por lo que tendrá que luchar para limpiar su alma (jinete contra la
sirena) si quiere llegar al Paraíso (capiteles vegetales).
Del presbiterio: Actualmente nada
queda del presbiterio que tuviera la ermita. Parece ser
que éste desapareció
unos pocos años
antes de la
compra por Rotondo y
Nicolau. Pero afortunadamente se
puede saber cómo
era su estructura gracias a unos
grabados que se hicieron para la obra Monumentos Arquitectónicos de España. El
cuerpo presbiteral se cubría con bóveda de cañón y estaba dividido en dos
tramos por medio de un arco fajón que apeaba en dos semicolumnas adosadas al
muro sobre alta peana. En cada tramo tenía un par de arcos ciegos a la misma
altura de las ventanas del hemiciclo que carecían del doble bocel y la
chambrana. Las impostas corrían exactamente igual que en el ábside, y la
iconografía de los capiteles era la siguiente:
Arcos ciegos:
Leones afrontados y en postura similar al
capitel del exterior del ábside.
Hojas de acanto
Aves
Arco fajón:
Leones entre motivos vegetales
Elefante con castillete sobre su lomo (similar
al que hay en San Vicente)
Al exterior,
el presbiterio se
articulaba idénticamente que
el interior. Semejante
composición la encontramos en la Basílica de San Vicente y, más que en
cualquier otro lugar, en la Ermita de San Andrés. Apuntar por último que todo
el conjunto de la cabecera estaba elevado respecto a la nave, teniendo que
acceder por medio de unas escaleras. Este detalle le hizo ser a la Ermita de
San Isidoro única, ya que ninguna otra iglesia de Ávila repitió la articulación
de una cabecera elevada.
De la portada. El ingreso a la
ermita de San Isidoro se efectuaba por medio de dos puertas, una abierta al
medio día y otra, desaparecida, a los pies. Quitando la temática iconográfica,
totalmente erosionada, su estructura arquitectónica está más o menos bien
conservada. Estamos hablando de una puerta formada por cuatro arquivoltas de
las cuales la interior y la exterior apean sobre jambas lisas, y las dos
interiores sobre dos pares de columnas de fuste liso y unos veinte centímetros
de diámetro, que a su vez apoyan en basas áticas muy deterioradas. Tiene una
luz al exterior aproximada de tres metros y setenta centímetros, y su situación
ronda los quince metros desde su eje medio hasta el arranque del tambor del
ábside. Los capiteles,
en los cuales
apean dos de las
cuatro arquivoltas de la portada, tenían en su labra grifos afrontados
con la cabeza vuelta, y hojas similares a las que se pueden ver en el ábside.
Si uno se fija, todavía se pueden apreciar. De las cuatro arquivoltas, la
primera y las dos más exteriores muestran florones del tipo de los de las
portadas de San Andrés y la meridional de San Vicente. La restante tiene como
único adorno un grueso baquetón.
Algo mejor conservado,
al menos las
piezas que existen,
es la chambrana de
ajedrezado jaqués que
cierra la arquivolta
más exterior. El cimacio de los capiteles continuaba en
imposta corrida, por lo que se puede apreciar
en los pocos
vestigios aislados, repitiendo
las flores cruciformes inscritas en círculos abiertos
acanalados y tallos enroscados. Se dice que el vano de ingreso a un templo es
el punto de transición entre la oscuridad del exterior y la luminosidad
espiritual del interior; en multitud de iglesias aun es así, pero en San
Isidoro de Ávila ya se apagó esa luz…”
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