La historia de la vida
intelectual y política española no se entiende sin esta institución. De este
ágora han salido hasta 16 presidentes de Gobierno.
El Ateneo de Madrid es una
sociedad privada declarada de utilidad pública. El origen de la misma tuvo
lugar en los inicios del siglo XIX como consecuencia de las turbulencias
políticas, sociales y culturales que tuvieron lugar entre 1808 y 1814 al producirse
la invasión napoleónica.
Salón del actos del Ateneo |
La resistencia contra los
franceses fue acompañada de un cambio político -Constitución gaditana de 1812-,
mediante el cual se sustituyó la Monarquía absoluta por otra de carácter
constitucional, mediante la que se garantizaba al pueblo un régimen de
libertades que convertían al súbdito en ciudadano. Fernando VII, al regresar de
su reclusión en Valençay (Francia), anuló todas esas conquistas políticas,
reestableciendo la Monarquía absoluta. Por eso, al imponerse de nuevo el régimen
constitucional en 1820, en el llamado trienio liberal, las mentes ilustradas
pensaron en la necesidad de afianzar en el país una mentalidad liberal mediante
el debate, la discusión abierta y la expansión de "las luces". Esa
fue la función asignada al Ateneo Español, fundado en ese mismo año, como una
iniciativa de Juan Manuel de los Ríos, a instancias de la Sociedad Económica
Matritense; el Ateneo surge así como una "sociedad patriótica"
defensora de la libertad de pensamiento y de su expresión a través de la libre
discusión. Cuando en 1823, restaurada otra vez la monarquía absoluta, esos
liberales, obligados a salir del país, marcharon a Londres, vuelven a fundar un
Ateneo Español en aquella capital, aprovechándose de la nueva experiencia para
infundirle los alientos del romanticismo entonces vigente. Con ese bagaje
volverán a España en 1833.
Techumbre del Salón de actos |
Origen
El primer socio del Ateneo de
Madrid fue Mariano José de Larra, Fígaro, admitido el 4 de enero de 1836. Poco
más de un año disfrutaría de tal condición. El 13 de febrero del 37 se
suicidaría sin haber cumplido los 30 años. Como Larra, otros muchos jóvenes románticos
se sumaron al nuevo Ateneo. El Duque de Rivas, un liberal vuelto del exilio con
la amnistía otorgada a la muerte de Fernando VII, fue elegido como primer
presidente al tiempo que estrenaba su Don Álvaro o la fuerza del sino, emblema
del romanticismo español.
Pero antes de fundarse este
Ateneo que hoy sobrevive, el Trienio Constitucional propició que entre 1820 y
1823 naciera un primer Ateneo, para "discutir tranquila y amistosamente
cuestiones de legislación, de política, de economía y, en general, de toda
materia que se reconociera de utilidad pública”. La reacción del 23, que cierra
las aulas de las universidades, clausura también aquel Ateneo. Y es con la
vuelta de los exiliados cuando los románticos se proponen "no restablecer
el anterior, sino crear uno semejante".
Escalinata de acceso al Ateneo de Madrid |
Es lo cierto que los nuevos
promotores habían sentado ya sus reales en el "reducido, puerco y
opaco", según Larra, café del Príncipe, junto al histórico coliseo del
mismo nombre, hoy Teatro Español. Escritores como Larra, Hartzenbusch o
Zorrilla y políticos como Olózaga, Bravo Murillo o Donoso Cortés impusieron al
café el sobrenombre de Parnasillo, y de allí salió, al decir de Mesonero
Romanos, el Ateneo.
Mariano José de Larra |
Mesonero será el motor del nuevo
Ateneo y de su formidable biblioteca, que todavía se aprecia como una de las
mejor dotadas de España. Buscará las primeras sedes, en una itinerancia
demasiado prolongada. Primero se instala en la calle del Prado, cerca de su actual
sede, para pasar a Carretas y, más tarde, a la Plaza del Ángel. Sus estatutos
constituyen al Ateneo como una sociedad ”científica, literaria y artística”,
con el triple carácter de Academia, Instituto de Enseñanza y Círculo Literario.
Esta ambición hace que sea reconocido y apoyado por el Gobierno, que en 1838
dispone que se le otorgue para su biblioteca “un ejemplar de todas las obras
que salgan de la Imprenta Nacional y todos los ejemplares sobrantes de la
fusión de las bibliotecas de las Cortes, la Nacional y las de los conventos
suprimidos”.
Ramón de Mesonero Romanos |
La ”Holanda de España”
El Ateneo irá poniéndose en
sincronía con un país que despierta. Entre 1854 y 1875 habrá quien lo llame,
por su apertura, “la Holanda de España”, aunque en el 66, primero, se clausure
toda actividad docente, permitiéndose sólo la apertura de “los salones de
lectura y conversación”, para prohibirse, después, la propia lectura ”de
impresos extranjeros que ofendiesen a la religión o a Su Majestad la Reina”.
José Amador de los Ríos |
La calle Montera es la sede ya del
Ateneo. La calle, que durante el siglo XVI y XVII había sido el núcleo de la
galantería y la modernidad, vuelve por sus fueros. Se dice que “ciertos días,
desde las siete de la tarde”, a causa del Ateneo, no hay quien pase por allí.
No es de extrañar. Ingenios como los de Manuel Becerra, hablando de
astronomía; Amador de los Ríos, sobre los judíos; Valera, de la filosofía de lo
bello, o Echegaray; de relaciones internacionales, crean expectación. En los
heterogéneos ámbitos de la casa -el Wagón, la Cometa o la Cacharrería- maestros
y novatos discuten “hasta la anarquía filosófica”. La biblioteca sigue siendo
el sancta sanctorum del Ateneo, allí “donde nació Donoso Cortés, perdió la
vista Cánovas, Castelar se quedaba calvo y Moreno Nieto se moría”.
Cánovas del Castillo |
Cánovas será quien inicie la
siguiente etapa. El 31 de enero de 1884 se abre la actual sede de la calle del
Prado. En la inauguración, los Reyes ocuparán la presidencia, la aristocracia
los lugares honor, lo que causa el enojo de no pocos, entre otros del periódico
El Liberal: ”Muchos republicanos se abstuvieron de ir a la sesión de anoche.
Hicieron mal. Hubieran pasado un buen rato. Pero de los buenos....Público
conocido, brillantes, de gran tono, el mismo que organiza novenas y bailes
benéficos”.
La vida intelectual
Pese a estos inicios, nada
impedirá que el Ateneo se convierta en las décadas siguientes en el ágora más
sensible de España. Baste decir que de allí saldrán hasta 16 presidentes de
Gobierno. Así, la vida intelectual y política se cuece en el Ateneo. Menéndez y
Pelayo, Clarín, Pi y Margall, Azcárate, la Pardo Bazán, Ramón y Cajal se
sucederán en las tribunas.
Menéndez y Pelayo |
Por diez pesetas, dos duros al
mes, se podía disfrutar de salones confortables, una magnífica biblioteca –que,
en 1935, llegará a los 100.000 volúmenes- y, sobre todo, de calefacción...
Azorín reúne al grupo que se va a denominar de “los intelectuales”, y los que
se cobijan alrededor de doña Emilia Pardo Bazán –“con su busto ostentoso y muy
encorsetado”- les increpará: “¡Pero qué modestos sois, os llamáis intelectuales
porque no os atrevéis a llamaros inteligentes!”. Todo es debate.
Emilia Pardo Bazán en una lectura en el Ateneo |
La Gran Guerra
hará que entre germanófilos y aliadófilos se produzcan los enfrentamientos más
encendidos. Allí estarán Ramiro de Maeztu, Juan Pujol, Serafín Álvarez Quintero,
Gabriel Maura y Gregorio Marañón. Se destacará, día a día, sin faltar uno solo,
el recién licenciado José Calvo Sotelo, que se alinea con los germanófilos.
Gregorio Marañón |
En la nueva Cacharrería están
"los senadores" del Ateneo, como el criticado Echegaray y "los
locos", como Mario Roso de Luna, "maestro de ciencias ocultas".
En los pasillos, las tertulias. Entre ellas, la de don Ramón María del
Valle-Inclán, "hablando incansablemente", que junto al socialista
Araquistáin, con su apariencia de "eclesiástico de aldea"; Pérez de
Ayala, "joven maestro", y Díez Canedo, "interventor aduanero de
las corrientes poéticas que entraba en España". Al pie de la escalera,
Azaña.
El siglo XX
Azaña es el prototipo del
ateneísta. Socio activo, contertulio no menos vibrante, secretario durante
aquella Gran Guerra (1913-1919) y presidente en las postrimerías del periodo
áureo (1930-1932), su trayectoria perfila la personalidad de un intelectual que
del anonimato pasará, a través del Ateneo, a las más altas instancias del
poder. Entre los presidentes que ha tenido la casa, nombres importantes de las
artes y la política: desde los ya citados -el Duque de Rivas, Cánovas y Azaña-
hasta Valle-Inclán (1932) o Unamuno (1933-1934), pasando por Olózaga, Martínez
de la Rosa, Alcalá Galiano, Azcárate, Echegaray, Menéndez Pidal o Marañón
(1925-1930). Entre los secretarios, además de Azaña, hay que citar a Ramón
Gómez de la Serna y al mejor cronista del Ateneo, Victoriano García Martín.
Como secretario, García Martín fue testigo de uno de los sucesos más polémicos
del Ateneo, cuando por el año 20 un grupo de ateneístas demandó en una junta
general la ex- pulsión del socio 7.777, don Alfonso de Borbón, de profesión Rey
de España... Fue éste un periodo tenso para el Ateneo.
Público esperando en la puerta del Ateneo para escuchar a Unamuno |
Socios como Romanones, Ortega
Munilla o Sainz Rodríguez conviven con Blas Infante, Blanca de los Ríos o
Unamuno. José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, frecuentaba
la biblioteca y asistía a la cátedra de latín, donde explicaba Agustín
Millares. Y se cuenta que el hijo del dictador, cada vez que don Agustín le
hacía una pregunta se ponía inmediatamente en pie para contestarla. Las últimas
figuras del Ateneo por su oratoria fueron Ortega y Gasset, Unamuno -con sus
discursos escritos- y Azaña. Los políticos no se prodigaron en la retórica.
Sara Bernhardt visitó en una ocasión la casa, como otras figuras célebres:
Marconi, Maeterlinck, Bergson o Einstein. Como a la sesión de la Bernhardt
asistiese Antonio Maura, a la sazón director de la Academia, le pidieron que
interviniese. No lo hizo a gusto. Tenía que hablar del teatro francés. Comenzó
a hacerlo, pero, de pronto, se interrumpió bruscamente. Comentaría: "No es
prudente improvisar en. materias tan concretas y sobre todo en esta casa".
Einstein con el rector de la Universidad Central y algunos catedráticos |
Se temía al Ateneo. Ya en los
tiempos del dictador Primo de Rivera se le vio las orejas lobo. Y fue el propio
Alfonso XIII el que negoció personalmente para fusionarlo con el Círculo de
Bellas Artes, que por entonces estrenaba su nueva sede. La propuesta se llevó a
la Junta y se rechazó. El ateneísta don Manuel Aznar, director de El Sol, fue
el más beligerante en contra de la fusión. ”¡Eso sería la muerte del Ateneo!”
El maridaje de las dos instituciones se ha vuelto a plantear en nuestros días.
La guerra civil
Tras la Guerra Civil, el Ateneo
no levantó cabeza. Los falangistas lo tomaron primero, como Aula de Cultura de
la Delegación Provincial de FET y de las JONS (Antiguo Ateneo). Luego, se
calificaría como Biblioteca Pública, periodo en el que sirvió para la
reaparición de Ortega y Gómez de la Serna. Más tarde, la época del Opus Dei, en
la que Florentino Pérez Embid marcó pautas. Ahí estará el impecable Antonio
Fontán, junto a poetas como Morales y Hierro. Por último, el periodo de Fraga,
con José María de Cossío al frente, a bordo de su coche oficial. Y en el
tardofranquismo, conflictos y cierres. (...)
Ortega y Gasset |
Florentino Negrín que avivó en el
franquismo el Club Pueblo y el Siglo XXI, es socio desde 1959. Piensa que el
Ateneo es un león muy dormido. “La razón del Ateneo era traer la República. Y
lo hizo. Ahora, es utópico pensarlo a corto plazo”. Aunque, como opinan los
estudiosos del Ateneo, a la casa siempre se le ha visto su pedigrí. No
olvidemos que el propio Valle-Inclán, aún siendo, con Unamuno, de los máximos
atacantes del Rey, cuando llegó al Ateneo, con su barba todavía negra, en una
de sus primeras conferencias, quiso decir y dijo: “En Galicia hay dos clases de
personas: la primera, la de los señores, y la segunda, los siervos. Yo
pertenezco a la primera”.
Fuente: http://www.ateneodemadrid.com/