miércoles, 4 de marzo de 2015

4 marzo 1923 Alfonso XIII entregó a Albert Einstein el título de académico de honor


"Einstein, el sabio alemán universalmente admirado, se halla entre nosotros. Reciba el insigne hombre de ciencia que nos honra con su visita nuestro más cordial y respetuoso homenaje, al que seguramente se asocia España entera".
Nuevo Mundo, 2 de Marzo de 1923.

Con tan sonoras palabras recibió la prensa española de la época al célebre huesped que recorrió nuestro país a comienzos de 1923. Alberto Einstein, tal y como se castellanizó su nombre, visitó España como si se tratara de una estrella del rock de nuestro días, rodeado de todo tipo de personajes que deseaban hacerse una fotografía con el genio o, simplemente, querían estar donde la prensa centraba sus focos, a pesar de que casi nada conocían acerca del hombre que revolucionó la ciencia del siglo XX.

Alfonso XIII junto a Albert Einstein

Hay viajes que marcan una época. Si famoso es el de Nixon a China, no menos famoso es el de Einstein a España, eso sí, sólo en los pequeños ámbitos de la historia de la ciencia nacional, porque marcó toda una época. Por lo demás, para la Historia con mayúsculas, no dejó de ser una simple anécdota. A principios de los años veinte la ciencia en España se encontraba en pleno auge y desarrollo, contando con importantes figuras de nivel internacional en varias ramas del conocimiento científico, sobre todo en campos médicos. La visita de Einstein fue considerada como una especie de broche dorado al impulso científico nacional, algo así como una forma adecuada de estar en el mundo, de igualarse con potencias científicas antaño inalcanzables. El sueño duró poco pues, no muchos años más tarde, la Guerra Civil haría entrar otra vez en hibernación el desarrollo de una verdadera infraestructura y política científica.
¿Quién era Alberto?
La prensa de la época mostró la visita con entusiasmo. Suele afirmarse que los medios fueron muy generosos con las descripciones de tal hecho singular pero, si se fija uno bien en la letra impresa de periódicos y revistas de aquéllos días, la cuestión no pasó de mero artificio, aunque en algunos casos se publicaron profundos artículos que incluían hasta fórmulas matemáticas. Se daba la bienvenida a un genio universal, a todo un personajes capaz de atraer hacia su persona a la alta sociedad y gente famosa de toda clase, pero poco se comentó sobre la ciencia, los organizadores o acerca de qué había hecho el tal Alberto para ser considerado como el mayor genio de la historia humana. Las grandiosas palabras no pasaron de ahí, junto a fotografías y alguna que otra caricatura, el genio llegó, pasó por aquí y se marchó, nada más. Los ecos de la visita se olvidaron muy pronto, a pesar de que algunos medios intentaron cultivar eso que hoy nombramos como divulgación científica, los loables y trabajados esfuerzos, en forma de excepcionales artículos periodísticos, no tuvieron continuación ni crearon tradición.

Einstein en España

El tal Alberto, como le llamaban, era ni más ni menos que uno de los científicos más importantes de la historia, en eso tenían razón pero, claro está, como pocos, entre la gente común, comprendían en qué consistía su aportación al conocimiento, se prefirió en muchas ocasiones un acercamiento a lo pintoresco de su figura, más que a intentar comprender por qué el personaje que tenían ante sí estaba cambiando el mundo para siempre.

Artículo: "Einstein, España y la ciencia moderna". El País 26 marzo 1987

Albert Einstein, nacido en Alemania, voluntario apátrida e inquieto soñador, había conseguido dar la vuelta al conocimiento científico en pocos años. Cuando visitó España ya había realizado las que serían sus mayores aportaciones a la física y, en general, a toda la ciencia pues su huella es perceptible hoy día en la mayor parte de las ramas del conocimiento científico. Cuando, a finales del siglo XIX, los físicos se mostraron confiados en que se alcanzaría pronto un conocimiento de los mecanismos básicos del universos que pudiera considerarse completo, basándose en lo que ahora conocemos como física clásica, poco podían sospechar que un hombrecillo de aspecto inocente cambiaría tal esperanza de forma radical. En 1905 publicó una serie de artículos científicos que convirtieron su persona en motivo central de toda una revolución del conocimiento. A partir de ahí, el mundo no volvió a ser el mismo. Si bien el cambio no fue instantaneo, en términos históricos puede verse como algo muy rápido, pues la relatividad einsteniana modificó el edificio de la física newtoniana que había llevado siglos levantar. Desde entonces, el tiempo y el espacio permanecieron entrelazados, se abrieron las puertas a la energía nuclear y a todo tipo de tecnologías actuales que deben todo, o gran parte de su existencia, a la obra de Alberto, el insigne visitante.
Gira de éxito
Durante los veinte días que Einstein pasó en España, la prensa no se despegó de su persona ni un momento. A diario, aparecían en los periódicos comentarios, fotografías y artículos sobre el genio, además de algunos intentos de explicar qué era aquello de la relatividad en un lenguaje comprensible para el público. Si tuviera que comparar el viaje de Einstein a España con algo cercano, no dudaría de acudir a las imágenes que todos conocemos sobre estrellas de rock o del cine, cuando llegan entre destellos de las cámaras fotográficas a un estreno o a un concierto.

Artículo ABC

Einstein visitó Barcelona, Madrid y Zaragoza entre finales de febrero y comienzos de marzo de 1923. En pleno ambiente de renovación cultural y científica, la oportunidad fue vista por los organizadores como algo único. Así, el Institut d´Estudis Catalans, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y la Universidad de Zaragoza, organizaron todo tipo de actos que, con seguridad, no dejaron un momento de descanso para Alberto.
El padre de la relatividad llegaba a nuestro país tras haber visitado tierras palestinas, desembarcando en Barcelona el 23 de febrero. El día 1 de marzo llegó a Madrid para recibir el 4 de marzo el título de académico de honor en la Academia de Ciencias Naturales. Estará en Madrid hasta el día 12, para poner rumbo a Zaragoza, donde finalizó su visita, habiendo rechazado la oferta de quedarse un tiempo más en Bilbao, donde la Junta Vasca de Cultura había decidido invitarlo para que pronunciara una serie de conferencias, tras haber rechazado también otras ofertas similares como la realizada por el Ateneo Científico de Valencia. No es difícil imaginar que Einstein, entre tanto ir y venir, terminara por cansarse.

Einstein en la conferencia de Solvay, 1927

Imaginemos los escenarios, que no por desarrollarse en ciudades diversas fueron, en esencia, diferentes. Einstein, acompañado de su esposa, llegaba rodeado de la gente de la prensa, ofrecía conferencias y, entre los diversos actos programados, realizaba visitas guiadas por lugares históricos, como Toledo. Aunque Einstein dictaba sus conferencias en alemán, auxilado por el empleo de dibujos y anotaciones en pizarras, con lo que puede comprenderse que poca gente entendería mucho de lo que explicaba dado el nivel matemático empleado y la barrera del idioma, todos los actos programados lograron reunir a multitudes sorprendentes, que guardaban silencio observando los movimientos del genio alemán, mostrando sus rostros una curiosa mezcla de veneración y asombro. En palabras del propio protagonista, recogidas en sus impresiones escritas sobre su visita, le sorprendió la atención que el público prestaba, incluso a pesar de que “seguramente no han comprendido casi nada”. La reverencia hacia Einstein fue general, incluso por parte del Rey y la aristocracia, todos querían estar cerca del personaje del momento. Entre los académicos no fue menor el deseo de inmortalizar la visita. Se cuenta, por ejemplo, que el rector de la Universidad de Zaragoza pidió a Einstein que no borrara la pizarra al finalizar su conferencia en la Facultad de Ciencias, pues deseaba que se convirtira en un recuerdo perenne de tan especial visita.

Albert Einstein

¿Catedrático en Madrid? 

Pasados unos años de la visita de Einstein a España, el panorama político europeo no podía ponerse más negro. Hitler llegó al poder en Alemania y, como judío y pacifista, la situación del genio no parecía ser muy buena en un futuro cercano. Como tantos otros científicos, artistas y, en general, personas perseguidas por razón de sus creencias o su raza, Einstein tuvo que abandonar Alemania. Al suceder esto, medio mundo ofreció un puesto a quien había llevado la ciencia a una nueva revolución. No se trataba de un gesto puramente humanitario, pues contar con el gran Albert en una universidad haría que su prestigio creciera hasta el cielo de forma repentina. Lo intentaron los franceses e ingleses, también los estadounidenses que, finalmente, lograron su propósito. En España, también se intentó. Allá por 1933 desde el gobierno se gritó a los cuatro vientos que Einstein se quedarían en España, más concretamente como catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid, en un instituto de investigación que llevaría el nombre del sabio alemán. Sin embargo, aunque inicialmente Einstein pensó realizar estancias temporales en varias universidades del mundo, incluyendo Madrid en sus planes, decidió fijar su residencia en Princeton.

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