Los verdaderos maestros del teatro son los más fáciles de encontrar lejos del escenario. Y por lo general, no tienen interés en el teatro como una máquina para la replicación de convenciones y reproducción de clichés. Ellos buscan la fuente pulsante, las corrientes de vida que tienden a pasar por alto las salas de espectáculos y la multitud de personas empeñadas en copiar algún mundo u otro. Copiamos en lugar de crear mundos que están enfocados o incluso dependientes de debate con el público, sobre las emociones que se hinchan por debajo de la superficie. Y en realidad no hay nada que pueda revelar las pasiones ocultas mejor que el teatro.
Muy a menudo me dirijo a la prosa de orientación. Día tras día me encuentro pensando en los escritores que hace casi cien años describen proféticamente sino también serenamente el declive de los dioses europeos, el crepúsculo que sumió a nuestra civilización en una oscuridad que aún no se ha iluminado. Estoy pensando en Franz Kafka, Thomas Mann y Marcel Proust. Hoy me gustaría también contar con John Maxwell Coetzee entre ese grupo de profetas.
Su sentido común del inevitable fin del mundo -no del planeta-, sino del modelo de las relaciones entre humanos y del orden social y la agitación, es conmovedoramente actual para nosotros aquí y ahora. Para nosotros que vivíamos conformes al fin del mundo. ¿Quién vive en la cara de los delitos y conflictos que diariamente nacen en nuevos lugares más rápido incluso que los medios de comunicación ubicuos pueden mantenerse al día. Estos incendios crecen rápidamente aburridos y desaparecen de los informes de prensa, para no volver. Y nos sentimos desamparados, horrorizado y cercados. Ya no somos capaces de construir torres y los muros que construimos tercamente no nos protegen de cualquier cosa, por el contrario, ellos mismos exigen protección y el cuidado que consume una gran parte de nuestra energía de la vida. Ya no tenemos la fuerza para tratar de vislumbrar lo que hay más allá de la puerta, detrás de la pared. Y es por eso exactamente por qué el teatro debe existir y donde debe buscar su fuerza. Para mirar dentro buscamos lo que está prohibido.
"La leyenda trata de explicar lo que no se puede explicar. Debido a que se basa en la verdad, que debe terminar en lo inexplicable", así es cómo Kafka describe la transformación de la leyenda de Prometeo. Estoy convencido de que las mismas palabras deben describir el teatro. Y es esa clase de teatro, el que se basa en la verdad y que encuentra su fin en lo inexplicable es lo que deseo para todos sus trabajadores, los del escenario y los de la audiencia, lo deseo con todo mi corazón.
Madrid celebra el Día Mundial del Teatro el viernes 27 de marzo, y lo hace con un programa especial de actividades y ofreciendo diversos descuentos. La inauguración de esta celebración comenzará con una mañana de puertas abiertas en la que los madrileños podrán asistir a los ensayos de 'Pingüinas', de Fernando Arrabal, que se estrenará en las Naves del Español el 23 de abril. La Cineteca del Matadero de Madrid acogerá los ensayos abiertos al público en tres pases (11:00, 12:00 y 13:00 horas), para grupos de 20 personas cada uno.
Ya por la tarde los vecinos podrán ver los ensayos abiertos de 'Fuenteovejuna', en el Teatro Buero Vallejo de Conde Duque, a las 18:00 y 20:00 horas. La Joven Compañía vuelve al Conde Duque el 9 de abril tras cosechar un gran éxito el año pasado. En este caso, en cada ensayo habrá también un show en varios emplazamientos del centro, por lo que los actores acompañarán al público hasta el teatro.
Teatro Fernán Gómez
Este centro teatral organizará diversos encuentros con los asistentes tras las funciones de las dos obras que están en cartel. Además, las entradas tendrán precios especiales para celebrar el Día Mundial del Teatro. LaSala Guirau acoge la representación de 'El Buscón', una versión de la obra de Quevedo escrita y dirigida por Alfonso Zurro. Estas entradas variarán su precio de 19 a 14 euros, y además el público podrá hablar con los miembros de la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla al acabar la función.
En la Sala Jardiel Poncela, por su parte, se puede ver el espectáculo de máscaras de 'André y Doriné', a cargo de la compañía Kulunka Teatro. En este caso, el precio bajará de 16 a 12 euros. Después de cada representación, los asistentes tendrán la oportunidad de conocer de cerca de estos personajes.
Evento: 'El Buscón'/'André y Doriné'
Lugar: Sala Guirau/Sala Jardiel Poncela
Hora: 20:00/20:30
Teatro Español
Este teatro será el protagonista de la visita guiada especial que ha organizado el Área de turismo de Madrid y la empresa Madrid Destino. Los participantes podrán conocer los rincones del teatro, su historia y el entorno donde está situado, el Barrio de las Letras. Se trata de una zona con mucha tradición literaria, ya que escritores como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Góngora escribieron parte de sus creaciones en esta zona de Madrid.
El recorrido comenzará a las 12:30 horas en el Centro de turismo de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor, y discurrirá por el interior del Teatro Español. El grupo será de 20 personas como máximo, para lo que será necesario inscribirse previamente.
Evento: visita guiada por el Teatro Español
Lugar de encuentro: Centro de Turismo de la Casa de la Panadería, (Plaza Mayor, 27)
Hora: 12:30
Entrevista para Radio Sol ofrecida por Jesús Morón (Guía de las Visitas Guiadas Oficiales del Ayuntamiento de Madrid):
El Día Mundial del Teatro también trae otro tipo de espectáculos a la capital española. La Sala Principal del Teatro Español acoge a las 20:00 horas 'Trágala, trágala', de Íñigo Ramírez de Haro. La obra está dirigida por el componente de Yllana Juan Ramos, y Ron Lalá es el encargado de la música y las letras. Igualmente, 'Ojos de agua' se representará en la Sala Margarita Xirgu del Español a las 20:30 horas, y 'El señor Ye ama a los dragones' estará a las 20:30 horas en la Sala Max Aub de las Naves del Español, en el Matadero de Madrid.
Por su parte, el Teatro Circo Price acogerá el espectáculo 'Tiempo de magia', a las 20:30 horas, enmarcado en el V Festival Internacional de Magia de Madrid. En él diversos ilusionistas y magos de varias nacionalidades se unen para transmitir la magia del teatro al público.
Luisa Fernanda es una zarzuela, comedia lírica en tres actos, con música de Federico Moreno Torroba y libreto de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw Iturralde.
Teatro Calderón desde la Plaza de Jacinto Benavente
Fue estrenada en el Teatro Calderón de Madrid el 26 de marzo de 1932. Era la cuarta zarzuela de Torroba, y su primer gran éxito. La acción de esta zarzuela comienza en la ciudad de Madrid, durante el reinado de Isabel II, en los momentos previos a la revolución de 1868, y acaba en una dehesa extremeña tras el destronamiento de Isabel II con La Gloriosa.
Interior del Teatro Calderón
En la plazuela de San Javier, la vida gira alrededor de la posada regentada por Mariana. Luisa Fernanda, una bella joven inquilina de la posada, está enamorada desde antiguo de Javier, militar que se considera su novio, pero que cada vez viene menos a visitarla, en particular desde su ascenso a coronel. En un momento en que Luisa Fernanda ha ido a la iglesia, aparece Javier por allí, logrando únicamente una reprimenda de Mariana por su informalidad. Por si lo anterior fuera poco, Aníbal, otro inquilino de la posada, le aplica un entusiasta pero atolondrado discurso liberal, ideología de la que es ferviente seguidor. Esta última conversación acaba cuando Aníbal se percibe de que la Duquesa Carolina, que vive enfrente de la posada y tiene una declarada ideología monárquica, está en la ventana y podría oírles.
La Posada del Peine, en Madrid, establecimiento como el que podría haber sido el de Mariana
Mariana preferiría que Luisa Fernanda, en vez de seguir bebiendo los vientos por Javier, atendiera los requerimientos de Vidal Hernando, un rico hacendado extremeño que la pretende, a pesar de ser bastante mayor que ella. Luisa Fernanda no cede y manifiesta a Vidal que está enamorada de otro hombre.
Vidal no pierde la esperanza, y, por ello, al enterarse por Aníbal de que Javier podría abrazar la causa liberal, se declara monárquico, menos por convicción personal que por llevar la contra a su antagonista.
Javier vuelve de nuevo en busca de Luisa Fernanda, pero se encuentra con Carolina que, mediante sus artes y encantos le despista de Luisa y de paso le atrae hacia la causa monárquica. Nogales, Aníbal y Vidal se asombran de ello al enterarse, y este último torna al punto sus ideas, declarándose liberal. Luisa Fernanda cuando se entera cae desmayada, no por política, por cierto.
Federico Moreno Torroba, creador de la música de la zarzuela Luisa Fernanda
En el paseo de la Florida, cerca de la ermita de San Antonio y del puesto de bebidas de Bizco Porras, Mariana y Rosita tienen montada una mesa petitoria durante la verbena de San Antonio. El ambiente del lugar es festivo, y numerosas jovencitas acuden a la ermita con la idea de encontrar novio.
Por allí aparecen Javier y Carolina, en clara sintonía política y romántica. Mariana, chafardera, no pierde tiempo para poner a Luisa Fernanda y a su padre, Don Florito, al tanto de este hecho. Mientras tanto Bizco Porras atiende el negocio y Aníbal no le sirve de mucha ayuda.
El paseo de la Florida y la ermita de San Antonio hacia 1890, escenario en el que se desarrolla este segundo acto
La Duquesa se hace cargo de la mesa petitoria, e intenta seducir también al recién llegado Vidal, con el fin de atraerle a su causa monárquica. Sin embargo, éste se zafa, contando la historia de un hombre de su pueblo que se creyó golondrina, y cayó de una rama al intentar volar (el que se cree lo que no es, se estrella).
Cuando finalmente se encuentran por el lugar Luisa Fernanda y Javier, éste demuestra celos porque ella esté sentada con Vidal y su actitud le molesta tanto, que rompe sus relaciones, y se decanta por Vidal. La situación es tensa entre los dos pretendientes.
Mientras tanto, la Duquesa Carolina no está satisfecha por la recaudación de la mesa, por lo que se le ocurre subastar un baile con ella entre los caballeros que allí se encuentran. Vidal gana la subasta con una fuerte puja sobre la anterior de Javier, pero después le cede ofensivamente el baile ganado. Esto acaba de enojar a Javier, hasta el punto que arroja su guante a Vidal. Éste lo recoge, pero dilata a otro momento la disputa.
Cartel publicitaria zarzuela Luisa Fernanda en México
Unos días después hay un estallido revolucionario, en el que participan Nogales, Aníbal y Vidal Hernando de la parte liberal. Mariana y Luisa Fernanda quedan rezando el rosario en la posada. A pesar de la valentía de que hace gala Vidal, los revoltosos son pocos, y pronto son derrotados por el ejército, siendo Aníbal herido. Javier pretende detener a Vidal por estos hechos, pero Luis Nogales se declara cabecilla de los insurrectos y es detenido en su lugar.
Luisa Fernanda ve a Javier abrazando a Carolina, lo que, junto a la valentía demostrada por Vidal, la decide finalmente a aceptar su propuesta de matrimonio y mudanza a Extremadura.
La Gloriosa revolución ha triunfado al fin, y la acción se traslada a La Frondosa, dehesa de Vidal Hernando en Extremadura, cerca de Piedras Albas (Cáceres), donde están refugiados Luisa Fernanda y su padre, además de Mariana y Aníbal, en espera de que las aguas se tranquilicen en la Capital. La Reina ha sido destronada. La Duquesa Carolina ha huido a Portugal, y Javier está desaparecido, dándosele por muerto en la batalla de Alcolea.
Vidal recibe las felicitaciones y parabienes de sus labriegos y se respira una gran sensación de felicidad en la dehesa. Los preparativos del enlace avanzan, y Aníbal es enviado a buscar el traje de novia de Luisa Fernanda.
Sin embargo Aníbal encuentra, y vivo, a Javier y le lleva a la dehesa. Aunque Luisa Fernanda insiste en mantener su palabra y casarse con Vidal, éste se da cuenta de que, a pesar de la sinceridad de su voluntad, ella jamás llegará a amarle de verdad, pues porta en su corazón aún el amor antiguo a Javier. Renuncia Vidal, por tanto, al matrimonio, y consiente dolorosamente que el arrepentido Javier se lleve finalmente a Luisa Fernanda, llevándose de paso consigo el corazón destrozado de Vidal, del cual, no obstante, la joven no debe temer nada, porque «un corazón que perdona no es una carga que pesa».
(Villena, 1851 - Madrid, 1909)
Compositor español, particularmente recordado por sus populares zarzuelas. A
los cinco años empezó el estudio del solfeo. A los doce años compone su primera
zarzuela: Estrella del Bosque. Sus padres, conscientes de sus grandes aptitudes
musicales, envían a Chapí con dieciséis años a Madrid para que amplíe sus
horizontes y complete su formación. En esta ciudad ingresa en el Conservatorio,
con el maestro Arrieta, donde en 1872 logra el Primer Premio de fin de carrera,
junto con su condiscípulo Tomás Bretón. Allí estudiaría armonía y composición
y, para sufragar sus gastos, en 1870 ingresa como profesor de cornetín en la
orquesta del teatro circo de Rivas (donde también tocaba Tomás Bretón). En este
lugar estrena su primera zarzuela, Abel y Caín, sin demasiado éxito para lo que
solía ser corriente en la época. En 1873 gana el primer concurso promovido por
la sección de música de la Academia de Bellas Artes para ser pensionado en
Roma, con la que fue su primera ópera, Las naves de Cortés, estrenada en el
Teatro Real unos meses más tarde. Durante su estancia en Italia compondrá las
últimas óperas de esta primera etapa: La hija de Jefté (1875, representada en
el Teatro Real al año siguiente), La muerte de Garcilaso, compuesta en el mismo
año, y Roger de Flor, esta última puesta en escena en 1878 también en el Teatro
Real.
Ruperto Chapí por Ramón Casas
Se casó en Madrid con Vicenta
Selva Álvarez, natural de Madrid, y tuvieron dos hijos: Vicenta, nacida el 26
de mayo de 1873 y José, el 25 de julio de 1880.
Al volver a España, en 1878,
comienza su carrera como compositor de zarzuela triunfando en 1880 con Música
clásica (zarzuela), lo que le anima a probar con la zarzuela grande, alcanzando
gran éxito con obras como: La tempestad (1882), La bruja (1887) y El rey que
rabió (1891). Llegando a la cumbre con El tambor de granaderos ( 16 de
noviembre de 1896, libreto de Emilio Sánchez Pastor) y La Revoltosa (1897).
Otras obras del género chico son:
Las bravías (1896), La flor de Lys, El guerrillero, El país del abanico, ¡Ya
pican!, Los quintos de mi pueblo, Término medio, El domingo gordo, El puñao de
rosas (30 de octubre de 1902)...
Otras obras del género grande
son: Las hijas de Zebedeo (1889), El milagro de la Virgen (1889) El duque de
Gandía (1894) y Curro Vargas (1898).
No solamente compuso música para
zarzuelas, también escribió música de cámara (cuatro cuartetos) y sinfónica,
como Fantasía Morisca y el poema sinfónico Los gnomos de la Alhambra. Otras
zarzuelas son: La leyenda del monje, Género chico, La cara de Dios, A casarse
tocan, Pepe Hillo, ¿Quo Vadis?, Las tentaciones de San Antonio, Roger de la
Flor (1878), La serenata (1881)...
Detalle Monumento Ruperto Chapí en Villena
Entrado el siglo XX cuatro son
sus obras esenciales: La patria chica, La venta de Don Quijote, Circe (1902) y
Margarita la Tornera (1909).
Ruperto Chapí
Cabe destacar también, que fue el
fundador de la Sociedad General de Autores y Escritores (S.G.A.E.), en 1893,
una organización destinada a regular los derechos de los compositores, como por
ejemplo, el registro de las obras para evitar plagios o el control de las
representaciones o interpretaciones de una obra. También fue maestro de Manuel
de Falla.
Monumento en el Parque del Retiro en honor a Ruperto Chapí
Murió en Madrid, en 1909. Sus
restos se encuentran en el Panteón de Ilustres del cementerio municipal de
Villena desde 2003.
Tirso de Molina (pseudónimo de
fray Gabriel Téllez; Madrid, 24 de marzo de 1579 – Almazán, 12 de marzo de
1648), fue un religioso mercedario español que destacó como dramaturgo, poeta y
narrador del Barroco.
Tirso de Molina destaca sobre
todo como autor teatral. Su dramaturgia abarca principalmente la comedia de
enredo, como Don Gil de las calzas verdes, y obras hagiográficas como la
trilogía de La Santa Juana o La dama del olivar. Se le ha atribuido tradicionalmente
la creación del mito de Don Juan en El burlador de Sevilla, cuya primera
versión podría ser de 1617, con la obra Tan largo me lo fiais, editada en el
siglo XVII a nombre de Calderón y que parte de la crítica atribuye a Andrés de
Claramonte (no así otro sector de críticos, que la tienen como una versión
emparentada con un arquetipo común escrito por Tirso entre 1612 y 1625);1 en la
citada obra, Don Juan, un noble sevillano, altera el orden social deshonrando a
cuantas mujeres se le ponen delante y finalmente es castigado por la estatua
funeraria de una de sus víctimas, el padre de una de las damas burladas, que lo
mata y lo arrastra a los infiernos. También se encuentra en discusión la
autoría de El condenado por desconfiado, comedia de bandoleros a lo divino.
Tirso fue el primer autor que dio profundidad psicológica a los personajes
femeninos, que llegaron a ser protagonistas de sus obras literarias.
Monumento a Tirso de Molina en Madrid (Rafael Vela del Castillo, 1943)
Sus padres eran humildes
sirvientes del Conde de Molina de Herrera. Blanca de los Ríos sostuvo que Gabriel
fue hijo natural del Duque de Osuna, pero esa tesis carece de fundamento y hoy
está completamente desacreditada, ya que de ser cierta Tirso habría necesitado
dispensa papal para entrar en la Orden de la Merced. Además, el Duque de Osuna
era entonces muy viejo y se encontraba acreditado en Nápoles. Por otra parte,
la partida de nacimiento que alega doña Blanca es prácticamente ilegible y hace
nacer a Tirso en 1584. Luis Vázquez, en su «Gabriel Téllez nació en 1579.
Nuevos hallazgos documentales», en Homenaje a Tirso, L. Vázquez, ed., Madrid:
Revista Estudios, 1981, pp. 19–36, documenta que nació en 1579. Ninguno de sus
enemigos contemporáneos, por otra parte, le achacó ese origen.
Tirso de Molina fue un discípulo
ferviente de Lope de Vega, a quien conoció como estudiante en Alcalá de
Henares; toda su vida defenderá la concepción lopista del teatro. El 4 de
noviembre de 1600 ingresó en la Orden de la Merced y tras pasar favorablemente
el noviciado tomó los hábitos el 21 de enero de 1601 en el monasterio de San
Antolín de Guadalajara. Se ordenó sacerdote en 1606 en Toledo, donde estudió
Artes y Teología y empezó a escribir; ésta fue la ciudad donde vivió más
tiempo, y desde ella hizo viajes a Galicia (en 1610 ó 1611), a Salamanca (en
1619) y a Lisboa.
Plaza del Progreso en 1933 (actual Plaza de Tirso de Molina)
En 1612 vendió un lote de tres
comedias, y se cree que ya había escrito antes una primera versión de El
vergonzoso en Palacio; de 1611 es La villana de La Sagra; de hacia 1613, El
castigo del penseque y la trilogía de La santa Juana, y de 1615 data Don Gil de
las calzas verdes; todavía este año estrenó en el Corpus toledano el auto Los
hermanos parecidos. Ya por entonces, si bien cultivaba también temas
religiosos, sus sátiras y comediasle habían granjeado problemas con las
autoridades religiosas, lo que lo llevó a retirarse entre 1614 y 1615 al
monasterio de Estercuel, en Aragón. Quizá por ello apenas figura en el Viaje
del Parnaso de Cervantes.
Entre 1616 y 1618 estuvo en Santo
Domingo, en cuya universidad fue profesor de teología durante tres años y donde
además intervino en asuntos de su Orden. Esto le permitió conocer numerosas
historias de la Conquista que usaría más tarde en sus obras. De vuelta ya en
1618, se instaló en Madrid, donde entre 1624 y 1633 aparecieron las cinco
Partes de sus comedias; estas «profanas comedias» causaron un gran escándalo,
de forma que el 6 de marzo de 1625 se reunió una de las Juntas con que el
Conde-Duque de Olivares pretendía reformar las costumbres con el siguiente
orden del día:
El escándalo que causa un frayle
merçenario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias
que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos. Y por ser caso notorio se
acordó que se consulte a S. M. de que el Confessor diga al Nuncio le eche de
aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga
excomunión mayor latæ sententiæ para que no haga comedias ni otro género de
versos profanos. Y esto se haga luego.
Así que se tomó la resolución de
desterrarlo a Sevilla, donde residió en el Convento de la Merced, edificio que
actualmente ocupa el Museo de Bellas Artes de la ciudad. En la dedicatoria de
la Tercera parte alude a esta persecución, que no logró desalentar su vocación
poética:
Gusano es su autor de seda: de su
misma sustancia ha labrado las numerosas telas con que cuatrocientas y más
comedias vistieron por veinte años a sus profesores, sin desnudar, corneja,
ajenos asuntos, ni disfrazar pensamientos adoptivos. Tempestades y
persecuciones invidiosas procuraron malograr los honestos recreos de sus
ocios...
En 1622 participó en el certamen
poético con motivo de la canonización de San Isidro, pero en 1625 la Junta de
Reformación creada a instancias del Conde-Duque de Olivares le castigó con
reclusión en el monasterio de Cuenca por escribir comedias profanas «y de malos
incentivos y ejemplos», y pidió su destierro y excomunión mayor si reincidiese.
A pesar de todo, Tirso de Molina
siguió escribiendo y no se tomaron medidas mayores contra él al desinflarse las
disposiciones moralizadoras del Conde-Duque; es más, en 1626 pasó a residir en
Madrid y fue nombrado comendador de Trujillo, por lo que vivió en la ciudad
extremeña hasta 1629, año en que volvió a Toledo y posiblemente a Madrid.
Entre 1632 y 1639 estuvo en
Cataluña, donde fue nombrado definidor general y cronista de su Orden y compuso
la Historia general de la Orden de la Merced. En 1639 el pontífice Urbano VIII
le concedió el grado de maestro; sin embargo, los enfrentamientos con miembros
de su propia Orden lo llevaron al destierro en Cuenca en 1640. Sus últimos años
los pasó en Soria, en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, en el que fue
nombrado comendador en 1645. Murió en Almazán en 1648.
Aunque una de las obras que se le
atribuyen ha tenido una enorme influencia en la cultura mundial como origen del
mito de Don Juan, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, en su tiempo la
versión más conocida de la obra fue la versión primigenia, Tan largo me lo
fiais, que según algunos críticos fue compuesta por el dramaturgo y actor
Andrés de Claramonte, quien también podría ser el autor de La estrella de
Sevilla.
Se han conservado unas sesenta
piezas dramáticas de Tirso de Molina. Sin embargo, según su propio testimonio
en el prólogo a la Tercera Parte, sin duda algo exagerado, habría escrito en
1634 unas cuatrocientas, con lo que habría sido uno de los dramaturgos más
prolíficos del Siglo de Oro. La atribución de algunas de sus obras presenta,
sin embargo, todos los ingredientes del más intrincado de los rompecabezas
bibliográficos. Tal y como expone en El vergonzoso en Palacio, su idea de la
comedia es la de un espectáculo integral para los sentidos y el intelecto,
mostrándolo aquí:
¿Qué fiesta o juego se halla /
que no le ofrezcan los versos? / En la comedia, los ojos / ¿no se deleitan y
ven / mil cosas que hacen que estén / olvidados sus enojos? / La música ¿no
recrea / el oído, y el discreto / no gusta allí del conceto / y la traza que
desea? / Para el alegre, ¿no hay risa? / Para el triste, ¿no hay tristeza? /
Para el agudo, ¿agudeza? / el necio, ¿no se avisa? / El ignorante, ¿no sabe? /
¿No hay guerra para el valiente, / consejos para el prudente, / y autoridad
para el grave? / Moros hay si quieres moros; / si apetecen tus deseos /
torneos, te hacen torneos; / si toros, correrán toros. / ¿Quieres ver los
epitetos / que de la comedia he hallado? / De la vida es un traslado, /
sustento de los discretos, / dama del entendimiento, / de los sentidos
banquete, / de los gustos ramillete, / esfera del pensamiento, / olvido de los
agravios, / manjar de diversos precios, / que mata de hambre a los necios / y
satisface a los sabios. (El vergonzoso en palacio, II, 14)
Esta concepción del teatro es,
pues, muy lúdica y artificiosa; para Tirso de Molina el artificio es esencial
en la pieza artística, y la variedad es su sustancia misma:
Esta diferencia hay de la
naturaleza al arte: que lo que aquélla desde su creación constituyó, no se
puede variar, y así siempre el peral producirá peras y las encinas su grosero
fruto [el arte sí admite variación, y por tanto] ¿Qué mucho que la comedia […]
varíe las leyes de sus antepasados, e injiera industriosamente lo trágico con
lo cómico, sacando una mezcla apacible destos dos encontrados poemas, y que,
participando de entrambos, introduzca ya personas graves como la una, y ya
jocosas ridículas, como la otra? (Tirso de Molina, Los cigarrales de Toledo).
La obra dramática de Tirso de
Molina se caracteriza por la enorme complicación de sus argumentos, que a veces
se hacen difíciles de seguir, como en el caso de Don Gil de las calzas verdes;
posee, sin embargo, el secreto de la intriga y sabe cómo interesar al espectador
con la infinita variedad de su imaginación:
«Mézclanse lanas diversas / en el
telar de la vida / unas de color alegre / otras que, tristes, lastiman» (La
huerta de Juan Fernández).
Sus personajes poseen una
profundidad psicológica mayor que en otros dramaturgos de la época, y sus
caracteres femeninos destacan a menudo en sus obras, como por ejemplo la reina
María de Molina en La prudencia en la mujer. También suelen ser increíblemente
enredadores e intrigantes (el prototipo de éstos sería, por ejemplo, la Marta
de Marta la piadosa), de manera que siempre saben salirse con la suya y tienen
salidas para las situaciones más apuradas, lo que atestigua el ingenio del
fraile mercedario.
Tirso destacó sobre todo en la
comedia, con piezas como Marta la Piadosa, Por el sótano y el torno, Don Gil de
las calzas verdes, La villana de Vallecas y, dentro de la comedia palatina, El
castigo del penseque, El amor médico y sobre todo El vergonzoso en palacio.
Cultivó también las obras religiosas, tanto los autos sacramentales (El
colmenero divino, Los hermanos parecidos, No le arriendo la ganancia) como los
dramas hagiográficos (Santo y sastre, la trilogía de La santa Juana) y bíblicos
(La mejor espigadora, sobre la historia de Ruth, y La vida y muerte de
Herodes).
Tirso de Molina
Escribió además dos misceláneas,
Los cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar aprovechando (1635), donde tienen
cabida la novela cortesana, las piezas dramáticas y los poemas de distinta
temática.
El estilo de sus obras es
abiertamente conceptista, muy jugador con los vocablos, y en sus últimas obras
algo culterano, pero siempre sobre un fondo conceptista.
Su reputación trascendió las
fronteras española aun en vida, como demuestra el hecho de que la obra
Opportunity de James Shirley se inspira en El castigo del penseque; sin
embargo, superado por la fama de calderón de la Barca, Tirso fue un gran
olvidado en España durante más de un siglo, hasta que a finales del XVIII
algunas de sus piezas fueron tímidamente recuperadas por Dionisio Solís y Juan
Carretero.
Motín de Esquilache es la denominación de la revuelta que tuvo lugar en Madrid en marzo de 1766, siendo rey Carlos III.
Imposición de la capa corta y el tricornio, litografía de la colección Origen del Motín de Esquilache, autor anónimo.
La movilización popular fue masiva (un documento contemporáneo cita la cifra de treinta mil participantes -posiblemente una exageración para una población de ciento cincuenta mil habitantes-), y llegó a considerarse amenazada la seguridad del propio rey. No obstante, a pesar de su espectacularidad y su extensión o coincidencia de revueltas por causas semejantes en otros lugares de España, la más evidente consecuencia política del motín se limitó a un cambio de gobierno que incluía el destierro del marqués de Esquilache, el principal ministro del rey,al que los amotinados culpaban de la carestía del pan, y que se había hecho extraordinariamente impopular como consecuencia de la prohibición de algunas vestimentas tradicionales. Su condición de italiano contribuyó de forma importante a ese rechazo. Las iniciales medidas de apaciguamiento y el especial cuidado que a partir de entonces se puso en el abasto de Madrid fueron suficientes para garantizar el orden social en los años siguientes.
Fotograma de la película "Esquilache"
Se han identificado diferentes intereses y grupos de poder nobiliarios y eclesiásticos, tanto entre los acusados de instigar el motín (que según las conclusiones de la Pesquisa Secreta llevada a cabo por las autoridades desde el mes de abril de 1766 estuvo planificado por los jesuitas y personalidades afines, como el marqués de la Ensenada -ensenadistas-) como entre los beneficiados por la nueva situación (denominados albistas por el Duque de Alba, aunque el personaje que alcanzó mayor poder fue el conde de Aranda -cabeza del partido aragonés-; junto con un equipo de burócratas ilustrados -Roda o Campomanes-). La historiografía actual lo interpreta como un movimiento popular espontáneo, pero con una instrumentalización política evidente en medio de una lucha por el poder entre dos facciones de la Corte, por lo que se ha calificado de motín de Corte para indicar que no se reduce al modelo de motín de subsistencias.
El conde de Campomanes por Eduardo Balaca y Orejas-Canseco
Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, ministro de absoluta confianza del rey, al que venía sirviendo desde su anterior reinado en Nápoles (1759), se había propuesto un programa de modernización de la villa de Madrid (cuya suciedad, insalubridad e inseguridad eran consideradas indignas de una Corte ilustrada) que incluía la limpieza, pavimentación y alumbrado público de las calles, la construcción de fosas sépticas (lo habitual hasta entonces era el agua va -es decir, arrojar las aguas sucias desde las ventanas a los arroyos que corrían por medio de las calles-) y la creación de paseos y jardines. Entre tales medidas se incluyó la renovación de una prohibición ya existente, pero cuya repetición era muestra de su incumplimiento (Reales Órdenes y bandos publicados en los años 1716, 1719, 1723, 1729, 1737, 1740... y especialmente la Real Orden... que se renovó en el año de 1745). Pretendía erradicar definitivamente de uso de la capa larga y el chambergo (sombrero de ala ancha, gacho, redondo, montera calada y otros modelos especificados) bajo el argumento de que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos y desórdenes.
Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache
quiero y mando que toda la gente civil... y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de cárcel... aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión.
Bando de 10 de marzo de 1766.
La medida fue vista como la imposición de una moda de procedencia extranjera. Paradójicamente, la castiza vestimenta origen de la polémica había sido introducida apenas cien años antes por las tropas del general Schömberg y popularizada en Madrid por la guardia de la reina Mariana de Austria, regente en la minoría de edad de Carlos II.
Federico duque de Schomberg
El motín de Esquilache fue una revuelta de carácter social con reivindicaciones políticas y económicas expresadas de forma bastante ingenua; pero en ningún caso se manifestó ningún sentimiento popular contra el poder real o contra los privilegios de la nobleza española (ni mucho menos del clero). Más allá de las ofendida dignidad nacional ante el bando de capas y sombreros y la condición extranjera del ministro, la causa material del descontento era la subida de los precios de los alimentos de primera necesidad, que produjo una verdadera situación de hambre entre las capas populares, y que se atribuía a las medidas de reforma económica promovidas por Esquilache.
Motín de Esquilache, atribuido a Francisco de Goya (ca. 1766, 1767, colección privada, París).
Siguiendo las clásicas pautas de losmotines de subsistenciadelAntiguo Régimen, la carestía del pan en todas esas crisis llegó a ser insoportable para los más humildes en la época del año en que justamente el trigo es más caro, antes de la cosecha y cuando se están agotando las reservas del año anterior, provocando un máximo de conflictividad coincidiendo con los meses de primavera (llamados tradicionalmentemeses mayoresa esos efectos). En esta ocasión, no fueron únicamente las malas cosechas las que estaban detrás de tal escalada de precios; sus efectos se intensificaron por la aplicación del decreto de 1765 (de supresión de latasa de granos), que preveía laliberalización del comerciodel trigo.Dada la inexistencia de unmercado interiorágil ni de dimensiones nacionales (por razones tanto geográficas como tecnológicas y de estructura económica y social), no se produjeron los benéficos efectos que el programa reformador ilustrado preveía del libre juego dela oferta y la demanda. Los acaparadores de trigo (empezando por nobleza y clero, que perciben la mayoría de sus rentas en especie) no tenían ningún incentivo para vender barato, esperando a que el precio subiera al máximo.El pan, elemento fundamental en la dieta, había duplicado su precio en cinco años, pasando de siete cuartos la libra -460 gramos- en 1761 a doce cuartos en 1766 y a un máximo de catorce en los días previos al motín. El jornal diario podía ser, para distintos oficios y categorías, de entre dos y ocho reales. Un ingreso medio de cuatro o cinco reales diarios (34 o 42,5 cuartos a 8,5 cuartos por real) llegaba apenas para comprar entre dos y tres libras de pan a ese precio máximo. Visto el proceso con mayor perspectiva temporal, se ha calificado de hundimiento el descenso de los salarios reales en la segunda mitad del siglo XVIII; mientras que las periódicas crisis de subsistencias de carácter puntual habían ocurrido con parecida gravedad, y aún duraban en la memoria colectiva de los madrileños las terribles hambres de la crisis secular del XVII, cuando el nivel de los once y doce cuartos por libra de pan también se había alcanzado (el 25 de abril de 1677, cuando se produjeron protestas contra Juan José de Austria, y el 28 de abril 1699, cuando se produjo el llamado Motín de los Gatos o de Oropesa).
Un episodio del motín de Esquilache, una pintura de historia de José Martí y Monsó, que obtuvo mención honorífica en la Exposición Nacional de 1864.
Muy significativa es la comparación del motín de Esquilache como movimiento social (tanto en la Corte como en su prolongación en las alteraciones en provincias que tuvieron lugar en los meses siguientes), con la contemporánea gestación de laRevolución francesade 1789. Las turbas populares que asaltaron elPalacio de Versallesy que trajeron de vuelta aParísa la familia real, rebautizados como elPanaderoy la Panadera, no eran muy distintos de las madrileñas de veintidós años antes, pero la gestión política y social de los acontecimientos fue abismalmente diferente. En Francia hubo un asalto al poder por parte de una nuevaélitedirigente conconciencia de clase: laburguesíadefinida comoTercer EstadoporSieyes. En España no la había. No fue el motín de Esquilache una vacuna contra larevolución, sino una muestra evidente del atraso relativo de España; pero las élites ilustradas lo vieron precisamente así: elconde de Floridablanca, ante las noticias que iban llegando de los desórdenes de 1789, hizo un curioso análisis: que quizá serviríanpara restablecer el buen orden y el crédito en Francia, como había ocurrido en España con el motín contra Esquilache.Ciertamente, el aprovechamiento de los desórdenes populares para incrementar el poder de la monarquía tenía precedentes, tanto en la monarquía francesa (la Fronda) como en la española (Alteraciones de Aragón), e incluso en elGran MemorialdelConde Duque de OlivaresaFelipe IVse planteó ese recurso como uno de los que se debían considerar.El problema de la causa en las revueltas populares está extensamente tratado en la historiografía. Normalmente se utiliza la expresión «causas lejanas» o precondiciones y «causas próximas» o precipitantes (la pólvora y la chispa en una explosión). Actuaron como precondiciones (como pólvora) la depauperación de las clases populares, pero sobre todo la percepción que tenían del abandono por parte de las autoridades de la misión que se les atribuía: garantizar el abasto barato de bienes de consumo (la denominada economía moral de la multitud ), en un contexto de transición no completada del feudalismo al capitalismo. Como chispa actuó el bando de las capas, un precipitante más bien espontáneo, aunque sin duda se vio favorecido por intrigas socio-políticas de extraordinaria complejidad entre banderías nobiliarias (albistas yensenadistas), distintas partes del clero, en el contexto de la ampliación del regalismo, y redes clientelares de origen universitario (los jesuitas apoyados por los colegiales golillas, enfrentados con las demás órdenes religiosas y los manteístas; y divisiones semejantes entre las mitrasepiscopales, a su vez enfrentadas con las togas -letrados, tanto golillas como manteístas- y las corbatas -militares-). La xenofobia antiitaliana, como la antiflamenca de la Guerra de las Comunidades dos siglos antes, fue un elemento movilizador de primer orden.
Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, donde también residía el Repeso Mayor.
Buena muestra del concepto paternalista que el despotismo ilustrado tenía de su relación con el pueblo es la frase, atribuida al propio rey, y que glosa aquí José María Pemán:
El rey Carlos III se burlaba de buena fe de esta especie de resistencia pasiva que advertía en el pueblo frente a sus mejoras, y solía decir que sus súbditos españoles eran como los niños, "que lloran cuando se les lava y se les peina"
Publicado el edicto, la reacción popular fue sustituir los bandos por pasquines vejatorios contra el italiano, cuya redacción culta no podía atribuirse al vulgo iletrado. Esquilache, lejos de amedrentarse, ordenó a los soldados que ayudaran a las autoridades municipales en el cumplimiento de la orden, y las multas comienzan a producirse, con lo que el descontento crece, sucediéndose pequeños conatos violentos. Los alguaciles acortaban en plena calle las capas de los díscolos y a veces trataban de cobrar las multas en su propio beneficio. Algunos enigmáticos personajes estimulaban el descontento en ambientes marginales (uno era conocido con el nombre de "tío Paco", que en Lavapiés -un barrio popular, del que salió la figura del manolo- pagaba a los chicos por gritar).
El Rey Carlos, bonitatis,
el Gobernador, tontitis,
el Confesor, chilindritis,
pero el Ministro, agarrantis.
Los Grandes serán gratis
cabrones sin ton ni son,
Madrid, Datán y Abirón,
y si no hay quien nos socorra
también Sodoma y Gomorra,
excepto la Inquisición.
Pero no fue hasta las cuatro de la tarde del Domingo de Ramos (23 de marzo) cuando se desencadenó el motín. En la plazuela de Antón Martín, un embozado con capa larga y chambergo se acercó provocadoramente al cuartelillo allí existente, llamado de Inválidos (también era lugar de mercado y repeso, donde los alguaciles habitualmente vigilaban el cumplimiento del bando de capas y sombreros, que preveía que unos sastres cortaran y cosieran las ropas que lo contravinieran). Un sorprendido oficial le dio el alto; tras un breve intercambio de recriminaciones, el embozado sacó de entre sus ropas una espada y avisó, silbando, a un grupo más numeroso que estaba prevenido, y al que se juntaron espontáneamente muchos transeúntes. Los agentes del orden se vieron obligados a huir, permitiendo al grupo de revoltosos asaltar el cuartelillo y apoderarse de sables y fusiles. Comenzaron a marchar por la calle de Atocha, donde se les fueron sumando cada vez más personas, quizá unas dos mil. Sus gritos eran: ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Muera Esquilache! Llegados a la plazuela del Ángel, los amotinados se encontraron con un enigmático personaje, dentro de una berlina de dos mulas, que se detuvo ante ellos el tiempo suficiente para animarles (les dijo: Vosotros seguid la liebre, que ella se cansará) y darles un escrito (redactado con anterioridad, el 12 de marzo) titulado Estatutos del cuerpo erigido por el amor español en defensa de la patria para quitar y sacudir la opresión de los que intentaban violar sus dominios, que además de justificar la revuelta y señalar como objetivo a Esquilache, contenía instrucciones que detallaban el modo en que habían de comportarse los amotinados, incluso en el caso de ser apresados. El tumulto continuó por la Plaza Mayor, donde se congregó una verdadera multitud. En la Puerta de Guadalajara detuvieron el carruaje del duque de Medinaceli, Caballerizo mayor, que acababa de dejar al rey en el cercano Palacio, tras volver precipitadamente de su cacería en la Casa de Campo al tener noticia del alboroto. Al ser abordado, el duque se comprometió a transmitir al rey su descontento y peticiones. Efectivamente, fue a Palacio a informar, y al poco tiempo volvió acompañado del Duque de Arcos, confiando ambos en que su buena fama entre el pueblo les haría receptivos a sus razones y depondrían su actitud.
Hipótesis de la apariencia de la Puerta de Guadalajara
Los amotinados ignoraron tales consejos y comenzaron un recorrido por las calles de la ciudad en el que, además de obligar a desapuntar el sombrero a todos los que lo llevaban de tres picos (o sea, deshacer las puntadas que lo mantenían conforme al bando), fueron destrozando cuantos faroles encontraron a su paso (desde 1765 había 4000 en todo Madrid -su coste de instalación había sido astronómico: 900.000 reales-, y se les denominaba popularmente esquilaches, porque su existencia provenía de una orden de Esquilache de obligado cumplimiento para los vecinos, que eran quienes los debían mantener a su costa, lo que produjo el encarecimiento del aceite y las velas de sebo, haciendo que los más pobres vivieran a oscuras en sus casas mientras las calles estaban iluminadas ). Al llegar a la casa de Esquilache (llamada de las siete chimeneas) la asaltaron, matando a cuchilladas a un servidor que trató de ofrecer resistencia. El ministro no estaba allí (había huido a San Fernando de Henares, mientras su mujer había salvado las joyas y se había refugiado en el lugar donde estudiaban sus hijas, el Colegio de las Niñas de Leganés); con lo que, tras vaciar la despensa, optaron por dirigirse a las casas de otros dos ministros italianos: Grimaldi y Sabatini. El día terminó con la quema de un retrato de Esquilache en la Plaza Mayor.
Casa de las siete chimeneas
En ese momento, un fraile franciscano (el Padre Yecla o Padre Cuenca) llegó a la zona pretendiendo calmar los ánimos; aunque lo que consiguió fue actuar como mediador y recibir una lista de exigencias redactada allí mismopor uno en traje de clérigo.Escoltado por las tropas, se abrió paso entre la multitud hasta Palacio, donde fue recibido por el propio rey, que leyó él mismo el documento:El Lunes Santo (24 de marzo) se extendió la noticia de que Esquilache se encontraba en Palacio junto al rey, y una muchedumbre, en la que había un significativo número de mujeres y niños, se fue congregando a sus puertas, en el Arco de la Armería. A diferencia de la guardia españolaque no hizo el menor asomo de defenderse, la guardia valona, un cuerpo militar compuesto por extranjeros y muy mal visto por los madrileños, se mantuvo firme frente a la masa de manifestantes; terminando por abrir fuego y matar a una mujer. Los amotinados, aún más enardecidos, coreaban consignas contra Esquilache y contra los valones; en el forcejeo cuerpo a cuerpo con los guardias valones aumentaron las bajas entre los amotinados, pero éstos consiguieron atrapar y matar a diez de los guardias, uno en ese mismo lugar y otros que fueron sorprendidos en otros puntos de la ciudad; cuyos cadáveres mutilados fueron arrastrados por las calles, quemando dos de ellos. La temeridad de los amotinados, y el hecho de que los heridos rehusaran ser oídos en confesión, fueron interpretados posteriormente como una prueba de que habían sido aleccionados por clérigos que les habían convencido de la santidad de su causa, y de que no debían temer por la salvación de sus almas. También parecían estar convencidos de que los heridos o presos y sus familias serían apoyados económicamente.
Que se destierre de los dominios españoles al marqués de Esquilache y a toda su familia.
Que no haya sino ministros españoles en el Gobierno.
Que se extinga la Guardia Valona.
Que bajen los precios de los comestibles.
Que sean suprimidas las Juntas de Abastos.
Que se retiren inmediatamente todas las tropas a sus respectivos cuarteles.
Que sea conservado el uso de la capa larga y el sombrero redondo.
Que Su Majestad se digne salir a la vista de todos para que puedan escuchar por boca suya la palabra de cumplir y satisfacer las peticiones.
Carlos III por Rafael Anton Mengs, hacia 1761
El Martes Santo (25 de marzo) amaneció tranquilo, con la confianza del pueblo en el cumplimiento de la palabra real. Enseguida se divulga la noticia de que Carlos III, que se había sentido muy afectado en su dignidad y estaba fuertemente asustado, había partido hacia elPalacio de Aranjuezllevando consigo a toda su familia. El miedo de las élites al pueblo era una constante del Antiguo Régimen.El miedo popular a la ausencia de la figura del monarca también lo era, buen testimonio delpaternalismoque legitimaba las relaciones sociales y políticas. Ambos miedos volverán a manifestarse de forma evidente en lajornada del 2 de mayo de 1808que abría laGuerra de Independencia Española.La lista incluía amenazas gravísimas (si no se accede, treinta mil hombres harán astillas en dos horas el nuevo Palacio) y acababa con una advertencia: de no hacerlo así arderá Madrid entero. El rey, animado por el fraile (que le ofreció su propia vida en garantía si hay el menor desorden), parecía dispuesto a presentarse físicamente ante los amotinados, creyendo que con su mera presencia les calmaría; pero antes de tomar personalmente ningún tipo de decisión, convocó con urgencia una reunión de consejeros en su misma antecámara. La mayor parte de los consejeros militares (duque de Arcos, marqués de Priego -francés- y conde de Gazzola -italiano-) aconsejaron responder con máxima violencia para restablecer el orden, excepto el mariscal Francisco Rubio y el conde de Revillagigedo (que votaba el último por ser más anciano y reprochó que alguno de estos señores ha propugnado la fuerza porque no ha tenido el suelo español por cuna); los consejeros civiles (marqués de Casa-Sarria, conde de Oñate) eran claramente partidarios de que al pueblo se le de gusto en todo lo que pide, mayormente cuando todo lo que pide es justo, y culpaban de todo a Esquilache. El rey aceptó el criterio de este segundo grupo, y con mayor o menor convicción, salió acompañado del Padre Eleta (su confesor, también fraile gilito) y el Conde de Fernán Núñez a un balcón que daba a la plaza de la Armería. Allí, entre la multitud, un calesero llamado Bernardo "el Malagueño" resumió a gritos las reivindicaciones: fuera Esquilache, fuera guardias valones... y que baje el pan. El rey asintió con gestos y pretendió retirarse, pero tuvo que volver a salir ante la insistencia de los congregados, que sólo se dieron por satisfechos cuando la guardia valona se replegó al interior de Palacio, momento en que se lanzaron sombreros e incluso algunos disparos al aire. Cuando la multitud se dispersó, la calma parecía reinar de nuevo en la ciudad.
Cartel de la película "Esquilache"
Carlos III, consciente ahora de la torpeza que supuso su marcha de la ciudad, hizo redactar aRodauna carta que el mismo Avendaño llevó al Consejo de Castilla, donde se recibió el día 26 a mediodía. El grupo organizado que había mandado la primera carta, ya había enviado otra, esta vez con el calesero Bernardo el Malagueño (o Juan "el Malagueño"), que se cruzó con la traída por Avendaño.La actividad escrita de este grupo incluyó textos para su difusión más amplia, como unasOrdenanzas que se deben y han de observar indispensablemente y bajo de las penas que es expresarán, por todos los sujetos de que se compone el cuerpo de españoles de esta corte, que ansiosamente solicitan ver a su amado Monarca y Señor Don Carlos Tercero (que Dios guarde), fechadas ese mismo día de 25 de marzo de 1766 y que, por su forma elogiosa de referirse al obispo Rojas, sirvieron posteriormente como pruebas de su implicación en el motín.La población se inquietó ante los rumores y el miedo de que esa marcha pudiera significar que el monarca tuviera la intención de doblegar a la ciudad utilizando al ejército. Aumentó la agitación en las calles y se produjeron desórdenes y saqueos peores que los de la jornada anterior. Fueron asaltados almacenes de comestibles, cárceles y cuarteles. Diego de Rojas, obispo de Cartagena y presidente del Consejo de Castilla, fue tomado prisionero en su propia casa y obligado a redactar una carta destinada al rey en la que se detallaba el estado de cosas; o al menos eso es lo que él sostuvo, puesto que la Pesquisa posterior le atribuyó (junto a otros, también ex-colegiales en puestos clave, como el corregidorAlonso Pérez Delgado y el presidente de la Sala de AlcaldesFrancisco Mata Linares) alguna responsabilidad en el propio motín, y fue apartado (como éstos) de sus cargos políticos. La carta también contó para su redacción con la colaboración de Luis Velázquez, marqués de Valdeflores, y fue enviada a Aranjuez mediante otro calesero llamado Diego de Avendaño que actuaba en condición de diputado del pueblo.
Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en la Calle de Toledo, situado entre los puntos neurálgicos del motín (a la izquierda, la Plaza Mayor, a la derecha, la bajada a Lavapiés, detrás, la Cárcel de Corte y la calle Atocha, que va a la plazuela de Antón Martín). Campomanes anotaba cuidadosamente todos los rumores que implicaron a los jesuitas en el motín: cómo se vio a ocho o nueve padres de la compañía en la portería de su colegio, celebrando lo que ocurría a sus mismas puertas; o en el mismo lugar una mujer gritaba "¡Tumulto!".
La carta del rey se hizo pregonar en las calles de Madrid. En ella, explicando su ausencia por una indisposición, ratificaba su promesa de respetar las peticiones populares (especialmente la bajada de cuatro cuartos en todos los precios de alimentos, y más aún en el pan, que pasaba a valer ocho cuartos la libra); pero advirtiendo que, al contrario de lo que indicaba una de las peticiones, no se presentaría ante su pueblo hasta que los ánimos se hubieran calmado. La reacción generalizada entre la multitud que escuchaba el pregón fue volver a sus casas lanzando vivas al rey. Las armas que habían sido capturadas por los amotinados fueron devueltas a sus depósitos. No obstante, siguieron apareciendo pasquines.
Ya falleció de repente
el gran monstruo Esquilache,
y aunque el entierro se le hace,
no está de cuerpo presente.
Mucho llora su gente,
Parayuelo e Ibarrola,
Santa Gadea y Gazola,
no siendo cosa ynhumana [sic]
que quien mandó a la italiana
sea servido a la española.
Requiescat: Murió Squilace,
in pace ha quedado el Reino.
Amén dice toda España,
Jesús, y a qué lindo tiempo!
En una fecha no determinada, pero contemporánea al motín, los ciegos pregonaron por las calles hojas impresas por el librero Bartolomé de Ulloa que reproducían los vaticinios de Diego de Torres Villarroel (cuya fama deGran Piscator Salmantino provenía de haber pronosticado la muerte de Luis I), previamente publicados (en 1765) como almanaque para 1766. Allí se pronosticaba, para el mes de marzo, del 11 al 18: un juez se descuida en los procedimientos justos: levántase un motín en su pueblo, y del 27 al 31 de marzo: un poderoso de cierta corte vive en trabajos y persecuciones de los que se habría librado si hubiera sabido gobernar. La indefinición de lo predicho se podía adaptar con facilidad a los hechos sucedidos; y ante la credulidad de la gente las autoridades se inquietaron. Se obtuvieron explicaciones y disculpas sumisas del propio Torres, que incluyó en su siguiente publicación una advertencia contra la manipulación de sus predicciones.
La maja y los embozados, uno de los cartones para tapices de Goya, 1777. Los personajes masculinos aparecen ataviados con las prendas prohibidas por el bando de Esquilache.
La guardia valona fue retirada discretamente, y no volvió a desplegarse en Madrid. Cuando en el mes de mayo un pequeño número de guardias realizaron un movimiento de persecución de unos desertores, que podía interpretarse como un intento de comprobar cómo eran recibidos por los madrileños, volvieron a aparecer pasquines de protesta:
Si volvieran los walones, no reinarán los Borbones
Las noticias del motín de Madrid provocaron una oleada de emulación en otras ciudades, como Cuenca, Zaragoza, Barcelona, Sevilla, Cádiz, Lorca, Cartagena, Elche, La Coruña, Oviedo, Santander y poblaciones de Vizcayay Guipúzcoa (donde se les dio la denominación local tradicional de machinadas); en las que, con muy distintas particularidades, por lo general se hacían peticiones de proteccionismo hacia el consumidor, el modelo clásico de motín de subsistencia. No había ninguna coordinación entre ellas, ni hubo ninguna continuidad. No se aprovechó tampoco, como durante la crisis de 1640, para movimientos políticos de más calado por parte de ninguna oposición organizada realmente peligrosa.
Busto del conde de Aranda, de porcelana de la Real Fábrica de Alcora, en el M.A.N (Madrid)
Muy a disgusto del monarca, Esquilache partió al destierro. El conde de Aranda, capitán general de Valencia, que con sus tropas desplazadas a Aranjuez había tranquilizado al amedrentado monarca, se convirtió en el hombre fuerte del nuevo gobierno, que posteriormente se identificaría con la etiqueta de partido aragonés (personalidades próximas a Aranda, vinieran de Aragón o no, militares y manteístas -letrados plebeyos-) desplazando a los italianos y a los golillas (que se habían formado en los aristocráticos colegios mayores, mecanismo clásico de formación de las élites); no obstante, golillas y ministros italianos, como el genovés Grimaldi, siguieron ostentando cargos de la confianza real. Otras figuras emergentes fueron personajes de la talla política de Pedro Rodríguez de Campomanes, y el conde de Floridablanca, que terminarían consiguiendo la caída de Aranda (desplazado a la embajada de París en 1773).
La atribución a posteriori de la culpa no tardó en sustanciarse en la Pesquisa Secreta promovida desde finales de abril por Aranda y Campomanes. Tenía todo el sentido de la oportunidad de encontrar chivos expiatorios, lógicamente, entre los enemigos del partido que ocupaba ahora la confianza del soberano: el marqués de la Ensenada fue desterrado de la Corte; también fueron castigados Isidoro López (procurador general de la provincia de Castilla de la Compañía de Jesús) como inspirador del motín, y como sus cómplices, el abate Miguel Antonio de la Gándara, Lorenzo Hermoso de Mendoza y Luis Velázquez, marqués de Valdeflores.
La Compañía de Jesús fue expulsada de todos los reinos de la Monarquía Hispánica al año siguiente, 1767. La expulsión de los jesuitas no fue exactamente un signo de anticlericalismo (aunque la masonería se ha asociado con la figura de Aranda), pues la medida tuvo el acuerdo de la mayor parte del clero, tanto secular como regular (sus principales enemigos eran las otras órdenes religiosas).
El abasto y el consumo alimentario en Madrid fueron, en lo sucesivo, vigilados especialmente a través de las instituciones tradicionales y sin las veleidades liberalizadoras de los decretos de libre comercio, respondiendo anticíclicamente a los periodos de escasez y carestía. En el vértice del aparato institucional estaba el Consejo de Castilla y la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, mientras que la base descansaba en los alguaciles, la red derepesos y los minoristas (tablajeros, panaderos); entre vértice y base se encontraban agentes intermedios y verdaderos grupos de presión (Pósito, obligados, Cinco Gremios Mayores, Ayuntamiento de Madrid).