Todas las ciudades
muestran, se quiera o no, la cara más dramática de la sociedad, en los
mendigos, personas de todo tipo que, por infinidad de razones, se han visto
obligados a vivir en la calle, sin recursos y convertidos en seres invisibles o
mejor dicho, en seres que nadie quiere ver.
En Madrid hay decenas
de personas que viven en la calle, los vemos todos los días en las puertas de
las iglesias, de los mercados, en el metro y en los lugares más transitados de
la ciudad. Por desgracia, desde hace pocos años, el número de personas sin
techo está aumentando de forma dramática, el motivo de este aumento no es otro
que la crisis económica que padecemos y que cada vez se hace más
dolorosa.
Las normativas
municipales actuales hacen todo lo posible para que desaparezca de nuestras
calles la mendicidad, eso sí, dentro de lo que podríamos denominar como de una
forma “políticamente correcta”, pero esto no siempre fue así, en el pasado era
muy diferente, bueno, no tanto, la idea era la misma, quitar de las calles
aquello que nos molesta o no nos gusta ver pero con una gran diferencia, antes
se hacía a las bravas. Uno de esos casos lo encontramos en el desaparecido Asilo
de Mendicidad de San Bernardino, un lugar que en el siglo XIX fue uno de
los mayores centros de internamiento de mendigos de España.
Mendicidad en el pasado
Los mendigos nunca han
sido objeto de consideración por el Estado hasta la Edad Moderna, hasta
entonces, las acciones del Estado fueron casi siempre de represión. La mayoría
de las veces, la Iglesia ha sido casi la única institución que podía ofrecer
alguna ayuda a las personas sin recursos.
En el Madrid de
principios del siglo XIX las autoridades disponían de pocos recursos para
apartar de las calles a toda una legión de mendigos, algunos eran obligados a
vivir hacinados en hospicios, otros eran condenados a trabajar en obras
públicas o directamente les enviaban al Ejército. En aquella época muchos
fueron los proyectos realizados para la creación de centros en los que albergar
a toda esta gente desfavorecida, la mayoría de estos proyectos quedaron en
nada.
El Asilo de San
Bernardino fue uno de los pocos proyectos para el internamiento de mendigos que
vieron la luz, su creación se precipitó, entre otras causas, por culpa de
una terrible enfermedad, el cólera morbo.
En verano de 1834, de
declaró una epidemia de cólera en Madrid. El grupo social más afectado fueron
los mendigos, además de ser el medio más peligroso de propagación. Precisamente
por esta razón, el 3 de agosto de aquel año y por Real Orden, se puso fin a los
obstáculos para la creación de un centro para los mendigos y, un mes más tarde,
el 18 de septiembre de 1834, se instalaron los primeros en el Asilo de San
Bernardino.
El hoy desaparecido
asilo, se encontraba a extramuros de la ciudad, más o menos en lo que hoy es la
calle Isaac Peral, en un ruinoso convento fundado en 1572 y posteriormente
desamortizado.
En un principio estaba
financiado por el gobierno, por las limosnas y sobre todo por las cuestaciones
que se hacían en las diputaciones de barrio. Más tarde, también recibirían
ingresos por los trabajos realizados por las personas que allí se encontraban
internados.
Según Mesonero Romanos
en su obra, “Escenas Matritenses”, en el que habla de su visita a este lugar,
el asilo parecía un lugar agradable en el que no sólo se le daba sustento, ropa
y comida a las personas que allí ingresaban, además les formaban y les daban un
trabajo en relación a sus conocimientos.
Llegó a albergar a casi
un millar de personas, entre hombres, mujeres y niños. Todos recibían al entrar
una especie de uniforme, los hombres una chaqueta y pantalón de paño con
botones blancos con el nombre del asilo, tres camisas, un sombrero una gorra,
un par de zapatos, dos pañuelos una blusa azul y un cinturón. Las mujeres
recibían un jubón y una saya con el escudo del centro, dos sayas bajeras, tres
camisas, un apretador, dos pares de medias, dos pañuelos para el cuello, dos
pañuelos de cabeza, dos de bolsillo, dos delantales, dos paños y un par de
zapatos.
Mesonero Romanos
también habla de la alimentación que recibían las personas que vivían allí,
este era el menú habitual.
Almuerzo: un cuarterón
de pan en sopa condimentado con aceite, sal, ajo y pimiento.
Comida: potaje de
menestra y patatas, condimentado con cabezas de carnero o grasas animales o
aceite en los días de vigilia y media libra de pan.
Cena: potaje de
menestras y patatas y un cuarterón de pan.
Pese a las alabanzas
que Mesonero Romanos hace a este lugar y por muy buenas que fueran las
intenciones, no dejaba de ser un centro de internamiento en el que se privaba
de libertad a las personas que se encontraban en él, contaba con un calabozo en
el que las personas rebeldes eran castigadas e incluso eran víctimas de severos
castigos físicos por incumplir las normas del centro.
El Asilo de San
Bernardino estuvo en funcionamiento hasta 1907, año en el que fue clausurado,
más tarde, terminada la Guerra Civil fue demolido.
La mendicidad siempre
ha estado y estará presente en Madrid, actualmente hay numerosos centros en los
que las personas sin techo reciben las atenciones necesarias que, afortunadamente,
nada tienen que ver con los asilos creados en el pasado, hoy son modernos
centros de ayuda a las personas desfavorecidas que dependen del Ayuntamiento o
bien de asociaciones benéficas como Cáritas.
Fuente: http://esmadridnomadriz.blogspot.com.es/2011/11/mendicidad-en-madrid-el-asilo-de-san.html
http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerie5-1D720367-19A7-F940-93E0-9131117FFC2C&dsID=Documento.pdf
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